Las dificultades que enfrentan las mujeres para llegar a liderazgos de organizaciones deportivas

El acceso a cargos de poder en el deporte no está libre de brechas de género, algo similar a lo que se ve en otros puestos de poder. Dirigencias y entrenadoras son puestos a los que no es fácil llegar, sin importar el nivel de credenciales. Ni siquiera el Comité Olímpico Internacional, entidad que ha levantado discursos a favor de la equidad de género en el deporte, ha logrado cumplir sus modestas metas autoimpuestas. En definitiva, son hombres quienes definen el futuro del deporte de mujeres.

Como indica ONU Mujeres, la participación y el liderazgo de las mujeres en política y vida pública en igualdad son requisitos fundamentales para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible en 2030. Y aunque ha habido avances en las últimas décadas, todos los indicadores hasta el momento muestran que las brechas de género en todos los niveles de toma de decisiones están lejos de cerrarse. Es decir, la paridad de género en términos políticos es algo que no existe en la actualidad. De hecho, como indica la misma organización, existe subrepresentación de las mujeres en todas las esferas del poder político: cargos directivos gubernamentales, parlamentos y gobiernos locales. Cabe entonces preguntarse: ¿cuál es la situación actual en las organizaciones deportivas?

No tan distinta, como es de esperar. Diversos estudios e investigaciones han constatado lo que se percibe en la cotidianeidad, algo que por lo demás no es propio solo de algunos países en específico, sino también de las organizaciones supranacionales. En los Juegos Olímpicos de Rio 2016 fue la primera vez en que las mujeres participantes superaron el 45% de los atletas totales, lo que pareciera ser un logro de las diversas campañas del Comité Olímpico Internacional (COI) para fomentar la paridad de género en las competiciones deportivas. No obstante, estas campañas no se aplican al comité mismo: a esa misma fecha, menos de un 25% de sus integrantes eran mujeres, una cifra que era incluso menor que el modesto 30% que se habían autoimpuesto como meta para 2016. Dado que las estructuras de las organizaciones olímpicas se reflejan y mantienen a lo ancho del mundo, las brechas del COI son un símbolo de otras similares en el resto del deporte olímpico. 

Al respecto, y para remediar en parte esta problemática al interior de la organización, se han planteado distintas soluciones desde la academia y otros organismos. Una de las más robustas tiene que ver con reemplazar el sistema de elección actual por uno que tenga como objetivo resultados igualitarios. Entre los factores que podrían ser importantes para esto no solo se mencionan las cuotas de género, sino que la creación de listas de reclutamiento para mantener proactivamente una base de datos de posibles candidaturas a puestos que queden vacantes en los distintos peldaños de la organización. Estas bases de datos no solo funcionarían como listas de almacenamiento de nombres, sino que, para obtener el resultado deseado, se realizarían con objetivos como la paridad de género y tendrían también la finalidad de formar y potenciar a los y las posibles candidatos en sus futuros roles. Tampoco puede obviarse que el sistema de elección popular actual preserva muchas de las diferencias al estar conformado por una pequeña cantidad de votantes (usualmente entre uno y dos por federación), en su gran mayoría, hombres.

Y es que los impulsos del COI para alcanzar la igualdad de género han tenido distintos tipos de apoyo según su enfoque. La adición de nuevas competencias y disciplinas para mujeres han sido ampliamente cubiertas e impulsadas por un sinnúmero de organizaciones feministas, no gubernamentales, líderes y lideresas de organizaciones deportivas, presidentes de países, dirigencias de Naciones Unidas, entre otros, y siempre tanto hombres como mujeres apoyan estos cambios. No obstante, cuando los impulsos son para promover la equidad en los puestos directivos, estos usualmente vienen de iniciativas aisladas de personas que ya son parte de comités olímpicos, sean nacionales e internacionales. Y en su gran mayoría, mujeres.

Estas limitaciones también se dan a nivel local. España, por ejemplo, ha reportado una  brecha de género en la presencia de toma de decisiones deportivas. Esto se condice también con la brecha salarial, algo que, pese a no presentarse muchas veces al considerar un puesto particular, existe en la práctica debido a una menor representación de las mujeres en dicho puesto. O dicho de otro modo, pese a que un puesto tiene el mismo salario si es tomado por un hombre o una mujer, los puestos altos son mayoritariamente cubiertos por hombres. Esto, visible en la Comunidad de Madrid, es similar a lo que ocurre en países tan disímiles como Finlandia, Brasil, Uruguay, Australia o Estados Unidos.

¿Qué ocurre en otro tipo de roles?

No son solo los liderazgos globales o de tomadores de decisiones de políticas públicas los que se ven impactados por las brechas de acceso. Uno de los puestos más fáciles de analizar por lo visible que es tiene que ver con las direcciones técnicas de los mismos equipos deportivos. Ver mujeres dirigiendo es algo todavía raro, incluso en las ramas femeninas. Y es quizás el tenis uno de los mejores ejemplos. Este deporte ha sido uno de los pioneros en la igualdad de género salarial, manteniendo paridad de premios en los torneos más importantes tanto para hombres como para mujeres. Esto no significa que no exista la brecha de género. De hecho, el deporte mismo es diferenciado: los partidos en torneos grandes de la rama masculina se juegan al mejor de cinco sets, mientras que en las mujeres es al mejor de tres. 

Con la existencia de una rama profesional con igual paga y con una fanaticada comparable a la rama masculina (de hecho, las finales de Grand Slam femeninas tuvieron más televidentes que las masculinas durante 2018), es de esperar que no exista una diferencia importante en términos de género sobre quién entrena a los y las jugadoras. Esto no podría ser menos cierto. 

Cuando Andy Murray contrató como entrenadora principal a Amélie Mauresmo en 2015, nadie quedó indiferente y las críticas no se hicieron esperar; de hecho el mismo Murray recibió burlas de otros tenistas y entrenadores por esa razón. Nada de esto se relacionaba con si Mauresmo tenía o no credenciales (fue número 1 del mundo y ganó dos Grand Slam durante su carrera) y tampoco con su capacidad: ambos terminaron su relación profesional a mediados de 2016, el que fue el mejor año de la carrera del escocés, terminando incluso como número 1 del año calendario. No obstante, los jugadores de mayor renombre no han vuelto a contratar mujeres para dirigirles. Caso curioso es lo que ocurre en el circuito femenino: las mejores jugadoras tampoco contratan a mujeres como entrenadoras principales. Serena Williams (Patrick Moratoglou, quien también entrena a Simona Halep) o Victoria Azarenka (Maxime Tchoutakian) son algunas de las jugadoras de alto renombre que tienen a hombres como sus entrenadores principales. Esto no necesariamente es algo generacional: Iga Swiatek (21, Tomasz Wiktorowski), Coco Gauff (18, Diego Moyano) y Naomi Osaka (25, Wim Fissette) también lo hacen.

Este fenómeno es observable en el fútbol a toda escala. Recordado es el caso de Paula Navarro, quien iba a ser la primera mujer en entrenar en el fútbol profesional masculino de Chile, pero que fue bajada justo antes de asumir para recibir el cargo de asistencia técnica de Jaime García. Navarro fue el caso más cercano de mujeres entrenando a hombres en Chile. A la inversa, son muchos hombres los que dirigen a mujeres en la primera división nacional o en la selección chilena. José Letelier estuvo por años al mando de la roja femenina, y para traer aires de cambio, su sucesor sería al parecer Luis Mena.

No deja de ser problemática la alta representación de hombres dirigiendo a mujeres. De hecho, estudios han mostrado que esta relación jerárquica puede ser cuna de prácticas de abuso y acoso sexual hacia deportistas de todo nivel, incluso de élite. Esto es todavía más grave cuando se considera que muchas deportistas de élite son menores de 18 años.

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