
Con la presentación formal de la candidatura de Chile, Argentina, Uruguay y Paraguay para ser anfitriones del próximo Mundial de Fútbol Masculino en 2030, surge el discurso común sobre las bondades económicas y sociales de organizar este tipo de eventos. Pero, ¿cuál ha sido su impacto real en los países que los organizan? ¿Ha significado realmente un boom económico? ¿Potencia el turismo? En este reportaje revisamos qué dice la evidencia, desmitificamos argumentos y presentamos otros factores menos economicistas que deberían también ser considerados durante la discusión.
En cada proclamación de candidaturas para organizar los grandes eventos deportivos se escuchan las voces que ensalzan las bondades económicas de ser anfitriones de dichos acontecimientos. Hace algunos días, las federaciones de Argentina, Chile, Paraguay y Uruguay presentaron formalmente su candidatura para organizar el Mundial de Fútbol Masculino 2030 en conjunto. En el evento, el ministro de Turismo y Deportes de Argentina, Matías Lammens, mencionó que “nuestra región necesita desarrollo y trabajo, y organizar un evento como la Copa del Mundo puede aportar ambas cosas”. Así también, una de las estimaciones de la candidatura española que compite también para organizar ese mismo torneo menciona que el beneficio económico para el país sería de más de 5 mil millones de euros y 80 mil nuevos puestos de trabajo. Para ello, el gobierno español iría a destinar más de 1200 millones de euros en subsidios. Un neto positivo de casi cuatro mil millones de euros que convierten, en teoría, al mundial de fútbol en un increíble negocio para los países organizadores.
El flujo procedimental de cómo se llega a la conclusión de que la organización de eventos y construcción de estadios mejora la economía la explican Simon Kuper y Stefan Szymanski en el ya clásico libro Soccernomics (un libro completamente dedicado a estudios económicos y sociales sobre el fútbol): la construcción de estadios crea, en teoría, puestos de trabajo primero durante la construcción y luego posiciones permanentes durante su funcionamiento. Los hinchas viajarán de todo el mundo a gastar dinero y mejorar la economía, lo que dará pie a la creación de nuevos negocios. La zona será de mayor interés social, por lo que se poblará más y esto creará todavía más negocios y trabajos. “Y los estudios de impacto económico que típicamente acompañan a estos argumentos -sostienen los autores- siempre van acompañados de grandes números. Si se pone la cabeza en ello, uno puede pensar en beneficios totales que lleguen a los miles de millones en cualquier moneda de interés. Y lo que es mejor, nunca nadie podrá probar que estás equivocado”. Una discrepancia del 50% entre lo estimado inicialmente y lo que termina ocurriendo en la realidad puede ser explicada por cualquier otra causa conveniente. Según explica el libro, la única forma real de probar cuál fue el real impacto sería comparar con la realidad en la que la obra nunca se realizó, lo que es algo imposible.
Pero son cada vez más los estudios académicos que se oponen a esta visión economicista de los eventos deportivos, una visión que, como era de esperar, tiene a Estados Unidos como uno de sus principales promotores. Por ejemplo, Robert Baade, académico del departamento de economía de la Lake Forest College ha sostenido y publicado en numerosas ocasiones refutaciones a los argumentos de la industria deportiva. Algunos de sus postulados son que las estimaciones de puestos de trabajo que se crean no son necesariamente de personas que están sin trabajo, sino que están trabajando en algún otro lugar y, por tanto, generan un vacío laboral en otra industria. Al comparar ciudades con y sin estadios, Baade encontró además que la diferencia en términos de perfiles económicos, industrias y puestos de trabajo era despreciable.
A finales del siglo XX, comenzó a estudiarse también el impacto ya no solo de la construcción de infraestructura, sino de la organización de eventos deportivos de nivel internacional. Para la Eurocopa de 1996 organizada por Inglaterra, los y las turistas extranjeros asistentes generaron beneficios económicos directos por cien millones de libras, menos del 1% de lo que se genera anualmente en ese sector. Asimismo, un estudio que es citado también en Soccernomics y hecho en conjunto entre la Universidad de Liverpool y el municipio de Liverpool reveló que el evento generó solo treinta puestos de trabajo, todos temporales, en aquella ciudad que fue sede de aquel torneo.
Con respecto a los efectos que puede tener en el turismo, existen también muchos factores. Un evento de esta magnitud puede atraer a muchos turistas, pero puede también alejar a otra parte. Al mismo tiempo, el gasto tampoco es necesariamente gasto creado, sino que solo puede ser gasto transferido, lo que no significa un ingreso a la economía. Muchos estudios empíricos se llevaron a cabo en Alemania en contexto del mundial de 2006. Allí se concluyó entre otras cosas que las estimaciones se sobreinflaban con proyecciones irreales en torno a la demografía de los asistentes (para ese mundial, más de la mitad de las visitas provinieron del mismo país). Las visitas internas inyectan menos a la economía porque gran parte de esos ingresos se hubieran mantenido allí de cualquier manera. Con respecto al turismo proveniente del extranjero, hay una cantidad no menor que no planifica sus viajes para el evento, sino que adapta sus planes existentes para que los viajes ya organizados calcen con el evento, así como otro grupo que ya iba a estar allí de cualquier manera y termina siendo parte del evento mismo. Otra conclusión de los estudios es que la copa mundial le dejó a Alemania menos dinero del que gastó el Estado en organizarla.
Es quizás el mundial de Sudáfrica el mayor ejemplo de esto último: el mundial de 2010 construyó una serie de estadios que hoy son elefantes blancos y el costo de organizarlo fue de más de siete mil millones de dólares. La conclusión del equipo organizador, que esperaba recuperar con creces aquella inversión, fue tajante: “el boom económico que estábamos esperando no llegó”.
El boom económico, de hecho, al parecer tiene que ver no con quién organiza la copa, sino con quien la gana. Esa al menos es una de las conclusiones de un reciente estudio realizado en la Universidad de Surrey, en el Reino Unido. El crecimiento en el PIB que se anuncia antes de una de estas citas no solo no existe, sino que incluso es posible que lo que ocurra sea una contracción económica. Y que el ganar un evento deportivo de alto nivel sí aumenta el PIB, pero no por aumentos en la productividad, consumo o inversiones, sino que por una mayor apreciación de los productos de origen en el país ganador que impulsarían las exportaciones. Marco Mello, autor de la publicación, menciona que “la evidencia actual fortalece la idea de que el éxito en este tipo de competencias tiene la capacidad de modificar el ciclo económico”.
Con respecto a la organización de los eventos deportivos, la evidencia también indica que el mundial de Estados Unidos, país donde según los autores de Soccernomics se origina la narrativa economicista del beneficio de las citas planetarias, dejó una diferencia de casi 15 mil millones de dólares negativa entre las expectativas (4.5 mil millones de dólares positivos) y la realidad (10 mil millones de dólares en deudas).
¿Por qué organizar un Mundial de Fútbol, entonces? Porque aumenta la felicidad. Suena a excusas para mantener un enorme negocio encabezado por FIFA, pero es algo que se ha estudiado también desde las ciencias sociales. Se ha encontrado, según estudios que monitorean diversos indicadores que miden la felicidad de las poblaciones, que los niveles de felicidad aumentan significativamente en los países que organizan eventos deportivos multitudinarios. El efecto que tienen es considerable y para economías con riqueza mayor a la media, la mejor inversión para aumentar la felicidad puede ser efectivamente organizar uno de estos eventos, pues para gente que tiene mucho y no vive con grandes preocupaciones, ser más feliz es más difícil y, en términos de políticas públicas, más caro. En economías menos desarrolladas, en cambio, las cuantiosas inversiones que significan organizar un Mundial pueden tener un mayor impacto en términos de felicidad mejorando servicios básicos y sacando directamente a la gente de la pobreza.
Organizar una cita de este calibre, entonces, no mejora las condiciones económicas pero sí la felicidad. ¿Por qué, entonces, se utiliza el boom económico como argumento? Es también una crítica al lenguaje político y de políticas públicas. Hablar de felicidad no es un negocio político, mientras que hablar de beneficios económicos, sean estos inventados o no, sí lo es. Y si lo que se necesita es mejorar infraestructura clave (creando centros deportivos, vías de acceso, transporte público), ¿por qué no hacerlo directamente en vez de buscar una excusa como lo sería organizar un evento deportivo?