
Axel Caro Bustos (1)
Mauro Navarrete Jerez (2)
Han transcurrido casi tres años desde que nos embarcamos en esta aventura de investigar a hinchas y barristas, no solo desde la seguridad pública y lo punitivo, sino que también como un actor con voz y reflexión. Pasaron varias cosas en este tiempo que nos han hecho repensar y sopesar nuestras reflexiones dadas en medio de la revuelta social, pero que sin duda han tenido como resultado reafirmar nuestra postura de necesitar nuevas líneas de análisis que se consoliden en el debate público y que permitan abordar a la violencia con mayor rigor e integralidad. De ahí nace el propósito de este escrito: poner la pelota al piso, presentar datos y reflexiones en torno al fenómeno de la violencia en el campo del fútbol, e instalar nuevos marcos de comprensión sobre un actor social complejo que nos invita una y otra vez a analizar sus prácticas y despliegues en el fútbol, en lo social y en lo político.
Primer tiempo: el difícil fenómeno de la violencia
El fenómeno de la violencia en el fútbol ha estado -y con razones- centrado particularmente en el ejercicio que hacen de ella hinchas comunes y las barras. En la discusión pública chilena, monopolizada enteramente por el periodismo, la imagen del problema de la violencia en el fútbol no es la excepción. De hecho, podemos decir además que incluso la relación entre hinchas, barras y violencia se ha caracterizado especialmente por carecer de debate, instalándose una mirada homogénea y sin contrapesos frente a otros posibles –y científicos- puntos de vista del fenómeno. La conclusión es rápida e inicialmente normativa, luego moral y, por qué no, deshumanizante. Los “delincuentes”, los “vándalos”, los “tontitos de siempre”, las “lacras”. Para las políticas públicas, con mayor elegancia en las palabras, el problema se ha abordado como “inseguridad” frente a incidentes y episodios de violencia a las afueras y dentro de las gradas propiciados por “delincuentes”, que ha devenido en el término técnico de “seguridad deportiva”. Lo cierto es que, al igual que para los medios, la carencia de debate y respuestas es el principal rasgo. No hay tesis en disputa ni diagnóstico integral, pues para los medios “la verdad” se impone inequívocamente como un problema del cual su solución es más y solo control social, y cuyas herramientas datan desde el origen del Estado moderno: el punitivismo, el garrote y el encierro; y si aún persiste, es porque falta más garrote y más tiempo de encierro.
Ahora bien, lo lógico en el escrito sería que a continuación planteáramos un punto de vista opuesto al punitivismo. Antes siquiera de llegar a ese momento -que no es necesariamente la intención o lo que se propone este escrito- cabe en este apartado más bien referirse al problema del debate sobre la violencia en el fútbol o, como bien decimos, a la ausencia de debate en el periodismo o medios deportivos, lo que a nuestro juicio incide directamente en la opinión pública y, por consiguiente, también en las posibilidades de unas u otras políticas públicas sobre el fenómeno de la violencia en el fútbol.
Cuando escribimos nuestro artículo “Del estadio a la calle. Hinchas y barras de fútbol en la revuelta social de Chile” (2020) y nos hicieron la entrevista en el medio CIPER, la respuesta de los medios no se hizo esperar. Además de cuestionar las conclusiones y reflexiones en torno a la expresión política de hinchas y barristas, apareció el rótulo que a nuestro juicio es lo que ha cerrado todo debate en general, esto es, que los y las cientistas sociales sólo justifican (y luego victimizan) a las barras, es decir, justifican la violencia que generan, o más en concreto, justifican la delincuencia y el vandalismo.
Este juicio crítico sobre la ciencia social, y en lo particular sobre la sociología, no es una novedad. En Francia, el sociólogo Bernard Lahire (2016) aborda y describe estas acusaciones (resumidas también como “excusa sociológica”) que realizan diversos comentadores, autoridades políticas y periodistas. En breve, se plantea que la sociología al momento de dar respuestas (comprensiones y explicaciones) a problemas o fenómenos sociales (tales como puede ser la delincuencia, el consumo de drogas, la deserción escolar o actos de violencia, por dar ejemplos), lo que hace es excusar o desresponsabilizar a los individuos que las cometen, y de paso, justificar la permanencia incluso de esas acciones. Tras esta acusación, lo queda -lamentablemente- es una superposición de un mero enjuiciamiento moral, punitivo e individualizado sobre “hechos condenables”, abandonando así la posibilidad de un entendimiento y conocimiento integral del horizonte social que origina y sostiene el problema. En el fondo, este juicio que se hace de la ciencia social confunde dos planos: por un lado, el no normativo, que es propio de la ciencia; y, por otro lado, el normativo que es más bien propio de los tribunales, de la policía, etcétera. Esta distinción está tempranamente expresada en el origen de la propia sociología, en tanto ciencia, siendo parte constitutiva de la misma. Emile Durkheim en 1922 en su libro Educación y Sociología (2013) afirma que la sociología dice… “lo que es, constata lo que son las cosas, y a esto se limita. No se preocupa por saber si las verdades que descubre resultarán agradables o desconcertantes, si es beneficioso que los informes que establece sigan siendo lo que son o si, al contrario, más valdría que fuesen de otra manera. Su papel consiste en expresar la realidad, no en juzgarla” (p.71). Por otro lado, Max Weber a principios de siglo XX sostiene lo mismo al señalar que “una ciencia empírica no podría enseñar a una persona lo que debe hacer, sino únicamente lo que puede y -llegado el caso- lo que quiere hacer” (1974:125). Ambos autores citados son fundadores de la sociología como ciencia y las citas tienen más de cien años.
Ahora bien, los discursos que descansan sobre esta confusión también tienen tácitamente otro rasgo, que dicho sea de paso, es igualmente común entre los diferentes comentadores sobre la violencia en el fútbol, esto es, el análisis que pone el foco en la agencia -responsabilidad- individual de los actos que se cometen. Probablemente sea un argumento propio y lógico de los tiempos (posmodernos); propio también del legado cultural del modelo socioeconómico neoliberal que ha representado a la sociedad a partir de individuos aparentemente libres y autónomos (indistintamente de su posición, clase o estatus social); y por cierto de la narrativa punitiva, que tiende a singularizar las culpas y que ha sido extendida para la solución de todo problema de orden público (juzgar y castigar a los culpables). Lo cierto es que nuevamente se tensiona la posibilidad de un entendimiento de los fenómenos sociales desde una perspectiva científica y estructural, y sirve más bien como insumo para argumentos que desequilibran el debate hacia medidas orientadas solo a la exclusión, tanto referida a individuos que ejercen la violencia (barristas e hinchas) como para quienes buscan entender y explicar al fenómeno y sus actores (desde las ciencias sociales), a partir de argumentos que los apuntan como justificadores o que estamos “victimizando”.
En el debate público chileno, el problema de la violencia en los estadios se concentra principalmente en esta dimensión normativa del fenómeno. Ahora bien, como señala también Bernard Lahire, juzgar no impide entender. Nuestro planteamiento es partir entonces con la búsqueda de soluciones a los problemas que no impliquen precisamente solo la exclusión o erradicación del otro, ni tampoco quedarse en la mera descripción de los hechos y las personas que participan como “vandalismo” y “bárbaros” respectivamente. Tomar la debida distancia moral y afectiva de los fenómenos nos permite considerar diagnósticos mucho más fuertes con soluciones más profundas y duraderas. Porque después de los juicios morales y los discursos inquisidores, tanto de periodistas y personas vinculadas tanto a las comunicaciones como a la política, las consecuencias del mal comportamiento, de la delincuencia, de la violencia, se mantendrán con regularidad. En cambio, con un entendimiento sosegado de todas estas prácticas del fenómeno, con la comprensión del abanico de las personas involucradas y de las redes de interdependencia que estructuraron y posibilitaron, se allana el camino para encontrar otras respuestas, mejores y más eficaces.
Ahora bien, hecho el punto anterior, cabe mencionar -ya como rasgo o consecuencia- el estado actual del debate público en Chile en torno a la violencia en el fútbol, y que nos servirá para en parte responder y plantear un marco analítico e interpretativo mínimo, y algunos resultados al respecto.
Como señalamos al inicio, la ausencia de discusión debido a la fuerza del punto de vista normativo-punitivo se complementa con la elaboración de un diagnóstico (o simplemente imagen) basada casi exclusivamente en relatos y juicios de quienes precisamente las emiten, de periodistas. Así lo ejemplifica y sintetiza el comentador y periodista Juan Cristobal Guarello al validar las fuentes de su libro “País Barrabrava” (2021). En ese texto señala: “…sólo hablo desde mi hábitat natural de hace cuarenta y cinco años: el tablón primero y la caseta más tarde”, o también “este texto es apenas una mirada personal, con aval de miles de horas de vuelo en el estadio”. Llegamos así a un problema mayúsculo, pues quienes despliegan y explican el problema de la violencia no se asientan en ningún dato más que la mera observación de hechos captados por sus ojos o por alguna cámara de televisión -cuando ocurren- y cuyo análisis lleva endosado un juicio excluyentemente normativo. La pregunta inmediata es: ¿hay alguna clase de estadística en torno a la violencia en el fútbol sobre el cual bosquejar un diagnóstico mínimo de la situación? Nuestra respuesta es sí, no sin antes advertir de la escasez de estadísticas, cuestión que no solamente es propia del caso chileno, sino también para lugares donde el fenómeno lleva décadas de estudios y debates, como es el caso argentino, donde a la fecha no hay organismos públicos encargados de producir cifras para el debate público (Murzi, 2021: 23).
Si se precisa de alguna estadística mínima para referirse a la violencia en el fútbol, innegablemente debería ser el número de incidentes o hechos de violencia ocurridos en un determinado periodo, pero para el caso chileno no existen tales números. La siguiente variable a revisar podría ser el número de muertes vinculadas a hechos de violencia en el fútbol, que, si bien es apenas una variable, nos va permitir al menos ir describiendo el contorno del problema. En el caso del número de personas fallecidas, no hay en efecto una estadística llevada por algún organismo estatal (casi en ningún país del continente). No obstante, la ciencia ha llevado un reporte basado -paradójicamente- en aquellos cubiertos por la prensa. En 2018, Juan Manuel Restrepo elaboró una tabla con estadística sobre el número de víctimas fatales en el fútbol sudamericano. Metodológicamente se basó en la búsqueda de diferentes artículos científicos por cada país que reporta la cifra que, a su vez, en su mayoría tienen como fuente datos tomados a partir de la revisión de archivos de prensa (teniendo entonces todas las cifras el mismo sesgo). Para el caso argentino, el número de víctimas fatales por actos de violencia que involucran a las barras alcanzan las 323 muertes (1922-2018) y en el caso brasileño son 304 muertes (1988-2017). Ahora bien, considerando países con cantidad de habitantes y asistentes al fútbol profesional similares a Chile, Perú contabiliza 333 muertes (1957-2016), Colombia 135 muertes (2004-2017), y Ecuador un total de 7 muertes (2007-2017). ¿Qué se dice sobre el caso chileno? Hay un total de 11 muertes entre 1990 y 2016. La heterogeneidad en las cifras en diferentes lugares del continente nos sirve al menos para destacar lo evidente: el fenómeno de la violencia en el fútbol, aun cuando existen varias condiciones relativamente similares entre países, tiene magnitudes completamente distintas. Lo que queda claro es que es insostenible seguir utilizando herramientas, conceptos, o el mero ejemplo de otras realidades nacionales para observar, diagnosticar y abordar el fenómeno a nivel local.
Hay también otra variable que ayuda a caracterizar el fenómeno, aunque ahora sin posibilidad de comparar transnacionalmente: las cifras de personas detenidas por infracciones de ley asociadas a la violencia en los estadios. En las bases de datos que publica Carabineros de Chile sobre delitos cometidos durante cada año, se muestra un alza sostenida en el número de detenidos por Ley de Violencia en los Estadios en los últimos seis años (excluyendo el año 2020 que, por emergencia sanitaria, no hubo asistencia). Esto se condice con las modificaciones introducidas en el año 2015, donde se tipifican más delitos y se aumentan las penas y sanciones, así como mayores obligaciones hacia quienes organizan los partidos (clubes y asociaciones), pero sobre todo por el aumento en el abanico de herramientas exclusivamente en materia de seguridad (mayor control en los acceso y perímetros, mayor número de cámaras en los recintos, coordinación con autoridades regionales en materia de seguridad, etcétera). En ese sentido, la presencia de la violencia en los estadios se mantiene casi inalterable, ya sea por el aumento de detenidos y por tanto la ocurrencia de actos de violencia, o bien porque, pese a haber mayores detenciones -y por lo tanto un mayor número de barristas con prohibiciones de ir al estadio-, los episodios de violencia persisten al punto de que el reciente gobierno ya anunció nuevas medidas en esta materia a causa de incidentes en el año en marcha.
Finalmente, de manera menos directa, es posible aportar algunas consideraciones al debate a partir de una caracterización de la juventud organizada en torno a las barras de fútbol. Por años, el Instituto Nacional de la Juventud (INJUV) ha realizado la Encuesta Nacional de la Juventud donde entre otras preguntas contempla la consulta sobre la participación juvenil activa por tipo de organización. En sus últimas cuatro versiones (2010, 2012, 2015 y 2018) incluye como tipo de organización “Barras de fútbol” y sus resultados muestran que el 7,4% participa activamente en este tipo de organización (2018), con leve diferencia respecto de las versiones anteriores, en las que fluctúa entre un 8,2% (2015), 7,2% (2012) y 8,9% (2010). Este dato se desprende también el lugar que ocupa en el total de las organizaciones consultadas, ubicándose en el quinto puesto en todas las versiones de la encuesta (detrás de “Club deportivo” 17,8%; “Comunidad o grupo virtual” 16,7%; “Iglesia u otra organización religiosa” 10%; y “Agrupación cultural o artística” 8,1%, todas del año 2018), y sobre, por ejemplo, “Partidos políticos” que alcanza apenas el 1,2% de las y los jóvenes que participan activamente en alguna organización. Dentro del mismo instrumento, muy exploratoriamente y con las precauciones que supone la inferencia, comentar que, a contramano de los estereotipos o de las realidades de otros países del continente, las y los jóvenes que dicen participar en las barras de fútbol en Chile, si bien tienen niveles de escolaridad inferior al promedio, no es significativamente menor a la media nacional, habiendo también un porcentaje considerable de quienes accedieron a educación técnica o superior. Se comenta esto último para compararlo con el caso brasileño o colombiano, donde la pertenencia de jóvenes y adolescentes a las barras de fútbol está acompañada por altos niveles de deserción escolar entre sus integrantes.
Por otro camino, algunos aportes de la ciencia, especialmente a nivel de tesis de grado y posgrado, han sido a partir de la caracterización cualitativa y estructural por medio de los discursos, haciendo mayor hincapié en procesos de construcción de identidad y, por supuesto, sus vínculos con la violencia. En nuestro artículo mencionado, esbozamos teóricamente transformaciones sobre la juventud organizada en torno al fútbol a partir de cambios socioculturales en la última década en Chile, particularmente vinculados con procesos de democratización y politización de la sociedad (expresado en varias dimensiones). La emergencia de asociaciones entre hinchas con ejes articuladores basados más por una reflexividad de lo político que por la vivencia y valores del “ser barra” resulta un rasgo distintivo de la última década; también lo son la reconfiguración o tensión de ciertas representaciones y valores de la cultura barrista descrita por las ciencias sociales en las primeras décadas (sobre la autoridad, jerarquía, prácticas, la violencia, etcétera).
En el cierre, reiteramos lo evidente e insostenible que es seguir abordando el fenómeno de la violencia (y también de la juventud organizada en torno al fútbol) con ausencia de datos, con diagnósticos basados en otras realidades nacionales o juicios parciales o sesgados, pues al único camino que conducen es a la aparición de un mero populismo punitivo, el cual ha sido un completo fracaso en todas partes del mundo. La urgencia con que hacemos el llamado para ampliar los marcos interpretativos acerca del fenómeno de la violencia es porque nos encontramos en un escenario donde aquel populismo punitivo es completamente hegemónico y rentable, indistintamente del color político u orientaciones ideológicas de gobiernos y administraciones.
El rol de la violencia en el fútbol no es distinto al de otras esferas de la sociedad, o dicho también de otra manera, que la violencia en el fútbol es imposible de ser observada y comprendida creyendo que se reduce aisladamente a esta esfera. Los diversos eventos y expresiones de violencia en diferentes ámbitos de la sociedad chilena en los últimos años son parte de un momento de reconfiguración en la forma en cómo se relacionan los individuos con las normas, con las instituciones, o con otros individuos. Nuestras reflexiones se vinculan con estudios de las transformaciones en lugares como la escuela, el trabajo, la familia y por supuesto el espacio público. Para la esfera del fútbol, en este reordenamiento, de búsqueda de nuevas formas de relacionarse, es donde se asoma no sólo cuestionamientos críticos articulados discursivamente (por ejemplo, cuando organizaciones de hinchas cuestionan el modelo de administración y propiedad del fútbol) sino también expresiones mucho más disruptivas como la propia violencia ejercida por miembros de barras al interior de un estadio.
El punto de vista estructural de la ciencia invita a prestar atención no solo a lo que sucede eventualmente en un partido o en un año de campeonato, sino que en el largo alcance y con vista a las transformaciones que experimenta la sociedad en plazos de décadas. A nuestro juicio, es insostenible seguir abordando este fenómeno bajo el rótulo de “barras bravas”, extendiendo la realidad de pequeños grupos o individuos a toda una masa de personas y asociatividades. El punto de partida es abordar ampliamente a las y los hinchas organizados en torno al fútbol, entendiendo que funcionan más como un campo, y donde se encuentran diferentes asociatividades y/o actores reunidos en torno a diversas vivencias y valores (en la construcción de lo común, frente a procesos de exclusión y/o reconfiguración del lazo social). En ese amplio campo habrá diferentes cuotas de poder, influencia, jerarquías, formas de interacción, identidades, sociabilidades, etcétera. La comprensión y descripción de ese campo permitirá efectivamente comprender a actores involucrados, entender la naturaleza de sus acciones, entender por qué producen, entender sus razones y reflexiones, y desde luego, sus discursos. Resolver todas estas interrogantes es apenas el punto de partida para iniciar un informado debate público en torno a la violencia en el fútbol, y desembarazarnos de una vez por todas de las salidas punitivas y normativas que han monopolizado la discusión por más de veinte años.
(1) Chileno. Sociólogo. Universidad Academia de Humanismo Cristiano (UAHC). Integrante del Grupo de Estudios Sociopolíticos del Fútbol (GESPOF). Santiago | Contacto: axelcarobustos@gmail.com.
(2) Chileno. Sociólogo y Magíster en Ciencias Sociales. Universidad de Chile (UCH). Integrante del Grupo de Estudios Sociopolíticos del Fútbol (GESPOF). Santiago | Contacto: alonsonjz@gmail.com
Referencias
- Durkheim, Emile. (2013). Educación y Sociología. Ed. Península: París.
- Guarello, Juan Cristóbal. (2021). País Barrabrava. Debate: Uruguay.
- Lahire, Bernard (2016). En defensa de la sociología: Contra el mito de que los sociólogos son unos charlatanes, justifican a los delincuentes y distorsionan la realidad. Siglo Veintiuno Editores: Buenos Aires.
- Murzi, Diego. (2021). Fútbol, Violencia y Estado. Una Historia Política de la Seguridad Deportiva. Prometeo: Buenos Aires.
- Navarrete, Mauro y Caro, Axel. (2020). Del estadio a la calle. Hinchas y barras de fútbol en la revuelta social de Chile. Revista Espacio Abierto, 29(2), 30-52.
- Restrepo, Juan Manuel. (2018). Plan Decenal de Seguridad, Comodidad y Convivencia en el Fútbol: entre la vigilancia y la voluntad política, un análisis comparado sobre la política del fútbol colombiano los casos de Cali y Medellín. Quito: Tesis (Maestría de Investigación en Estudios Urbanos). FLACSO: Ecuador.
- Weber, Max. (1974). Sobre la teoría de la ciencia. Ed. Península: Barcelona.
Excelente columna, por fin datos comparados
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