
Roberto Rabi
Asamblea Hinchas Azules
El domingo recién pasado debutó Luis Diego López Breijo como director técnico del plantel de honor masculino de Universidad de Chile. Un técnico uruguayo de 47 años sin un historial de éxitos que lo anteceda (salvo campeonar con Peñarol de Montevideo en 2018). Se trata del décimo octavo entrenador de la “U” después de que Jorge Sampaoli dejara la conducción del equipo para asumir la de la selección chilena. Es cierto, ya no son tiempos de técnicos eternos en la banca de los equipos de fútbol, como los 15 años que estuvo Óscar Washington Tabárez dirigiendo la selección uruguaya o los 27 de Sir Alex Ferguson a cargo del Manchester United; sin embargo, desde cualquier punto de vista, tener 18 entrenadores en diez años es un síntoma de que algo no anda bien.
Cabe preguntarse, entonces, por qué esta inestabilidad endémica en la dirección técnica del equipo estudiantil. Podemos identificar varias hipótesis, una de ellas es que no ha existido la disposición de Azul Azul de hacer una inversión en serio que involucre la llegada de un entrenador de primer nivel que pueda garantizar buenos resultados del equipo. Gran parte de los técnicos han sido interinos o extranjeros sin gran currículum, lo que en definitiva se ha traducido en malos resultados deportivos y despidos recurrentes que significan jugosas indemnizaciones para los entrenadores desvinculados; esto es, la “U” por pagar menos, termina pagando más. Puede decirse también que, pese a que durante los últimos diez años la “U” ha contado con planteles costosos, siempre entre los más caros del fútbol local, son los jugadores los que una y otra vez no han estado a la altura, en particular desde 2019; años infaustos que permanentemente el cuadro estudiantil ha arriesgado perder la categoría. Puede decirse también que los entrenadores sucesivamente no han contado con apoyo institucional en materia de contrataciones que les permitan desarrollar sus respectivos proyectos; menos en materia de desarrollo de cadetes que se haya expresado en jugadores de categoría que lleguen a ser un aporte al primer equipo.
O todas estas explicaciones a la vez.
Como sea, subyace a cualquiera de estos diagnósticos una razón de fondo poderosa e inmutable: la pésima gestión de Azul Azul, concesionaria errática, permanentemente centrada en planes de corto plazo y marketing, alejada de la casa de estudios y los valores históricos del equipo y la universidad. Por lo mismo, cuando el equipo toca fondo una y otra vez en cuanto a sus resultados en la cancha y las primeras voces, superficiales y destempladas, proponen un chivo expiatorio inmediato, que suele ser el entrenador. Pero no debemos olvidar que tenemos un problema de fondo, uno grande: un modelo que ha demostrado no ser viable y que es representado por una sociedad anónima regida estrictamente por las leyes del mercado y desvinculada de la cultura social y deportiva relevante en lo que tiene que ver con el balompié.
Así, tenemos la condena de eternizar la fragilidad en la cabecera de la banca azul con cambios recurrentes de cuerpo técnico. Todo a menos que apuntemos nuestras miradas en la dirección correcta.