
Por Bárbara Juárez
Colaboradora Asociación Hinchas Azules
Finalizamos la semana pasada con un amargo empate en suelos nortinos. Centenares de hinchas llegaron a levantar la moral del plantel a punta de cánticos, sin embargo, la angustia se apoderaba silenciosamente de todas y todos; sabíamos que la próxima fecha sería crucial. Comenzamos a visualizar posibles resultados con la esperanza de no tener que ir a un partido de definición y el panorama no se veía favorable, pero la esperanza aún seguía viva.
Recordábamos que ya hace casi diez años la Universidad de Chile se coronaba campeón de la Copa Sudamericana y no podíamos hacer más que sentir nostalgia, nostalgia por el amargo momento que se vivía en el presente y que se arrastra desde hace varios años.
Y llegó el gran día. Miles de hinchas llegaron a acompañar al equipo mágico, algunos se congregaron en sus casas a esperar frente al televisor el partido más difícil del último tiempo, pero era imposible que no viniera a la mente aquel fatídico 15 de enero del año 89. Nadie quería repetir la historia, nadie quería vivir el dolor de ver al club de nuestros amores en segunda. Todos nos preguntábamos cómo pasamos de pelear los tres primeros puestos en la tabla a encontrarnos en las últimas posiciones con el latente riesgo del descenso. Las malas decisiones, la mala administración y las constantes ganas de exiliar a los y las hinchas de manera absoluta de cada decisión del club terminaron por llevar a la U a la instancia más peligrosa del torneo.
La pelota comenzó a rodar en Rancagua, estábamos con atención y expectantes, los nervios y la ansiedad recorrían cada parte de nuestro cuerpo. En paralelo, nos manteníamos alerta a los demás partidos que se disputaban. Melipilla se ponía en ventaja ante Huachipato y esto nos devolvía la esperanza, pero transcurridos los minutos, un balde de agua fría caía sobre todos y todas en un giro inesperado: Huachipato había logrado dar vuelta el partido y en el minuto 47, Calera marcaba el 1-0. Los siguientes minutos no serían favorables, minuto 75, el 2-0 nos sepultaba en la parte baja de la tabla y la desesperación inundaba nuestros corazones. El silencio era abismante, nadie podía entender qué estaba pasando, nadie quería creer que lo que sucedía era una realidad.
Minuto 79 y, desde la otra vereda, Huachipato sentenciaba el 3-1 ante Melipilla. Los minutos pasaban como segundos, las piernas nos temblaban, las manos nos sudaban, un nudo en la garganta no nos dejaba respirar y, luego, lo inesperado: minuto 84 y Arias nos regalaba el desahogo, ese gol que necesitábamos gritar hace muchos partidos, el gol de la esperanza, el gol que volvía a hacer fluir la sangre en nuestros corazones. Minuto 90 y los descuentos se comienzan a jugar. El miedo aun no desaparecía cuando Arias volvió a marcar en el minuto 93 y más tarde Junior Fernandes clavó el 3-2. Un grito desaforado inunda todo los rincones, la U se quedaba en primera, el llanto desbordado se apoderó de todas y todos, y logramos al fin volver a respirar.
Sin duda alguna lo que vivimos el día domingo 5 de diciembre jamás lo olvidaremos y todo esto nos hace reflexionar sobre cómo se están llevando los procesos en la interna de nuestro club. Más que nunca necesitamos apoderarnos de los espacios usurpados, necesitamos devolver la mística y el corazón que poco a poco nos ha ido robando la administración de Azul Azul. Necesitamos un club libre, inclusivo y por sobre todo con participación democrática, porque las y los hinchas amamos a este club y seguiremos dando la pelea cueste lo que cueste. Por la U siempre estaremos de pie ante cualquier circunstancia, en las buenas y en las malas, pero frente al nefasto modelo, no dudaremos en combatir desde todas las trincheras para recuperar lo que jamás debieron habernos quitado.