
Por Jorge Salvador
Finalizados una vez los Juegos Olímpicos de Tokio, Japón, nuevamente queda en evidencia lo que significan los deportes a nivel de sociedad, más aún en una globalizada, donde las diferentes disputas geopolíticas se manifiestan a través de algo que supuestamente es “apolítico”. Esta visión del deporte -la apolítica- ha ayudado en cierta manera a mantener el status quo en la práctica de las distintas disciplinas. Para esta edición, las principales críticas rondaron sobre la viabilidad sanitaria, los costos de este tipo de eventos mundiales, la preocupación por la salud mental de deportistas, el mutismo por parte del Comité Olímpico Internacional ante regímenes autoritarios, entre otros temas.
Hoy, 9 de agosto, en una nueva conmemoración del Día Internacional de los Pueblos Indígenas, nos convoca mencionar a este sinfín de pueblos, culturas, etnias y grupos que han sufrido en mayor o menor medida razias, despojo de sus tierras, discriminaciones de toda naturaleza y no formar parte de aquello que se llama progreso. Evidentemente, los juegos que han practicado por siglos no han sido considerados en el canon olímpico que rememora la antigua Grecia, aquella sociedad llamada la “cuna de la cultura occidental”.
En un principio, la relación de dominación con estas poblaciones se preguntaba si los hombres -sólo los hombres- tenían las mismas capacidades físico-intelectuales que los atletas de las olimpiadas. Entonces, a principios del siglo XX, época en que algunos pueblos eran exhibidos en condiciones infrahumanas en zoológicos, también fueron expuestos en una exhibición olímpica.
“The Anthropological Athletic Meet” de Saint Louis 1904
Los Juegos Olímpicos de Saint Louis (Estados Unidos) de 1904 tuvieron una particularidad única: la realización de unos “juegos” especiales dedicados a pueblos indígenas traídos desde distintas partes del mundo. Entre los impulsores de este evento se encontraba la Asociación Americana de Antropología (AAA). Los preceptos que motivaban esta novedad estaban arraigados en la comprobación de ideas que tenía el mundo occidental, como por ejemplo, que “el ‘salvaje promedio’ es ligero de pies, fuerte de extremidades, preciso con el arco y la flecha, y experto en la piedra debido a su peculiar estilo de vida” (Sullivan, 1905)

La realización de estas demostraciones tuvo lugar quince días antes de los juegos oficiales. Este evento tuvo participación de pueblos documentados en aquel entonces, como los Crow, Sioux, Pawnee, Navajo, Chippewa y «otros pueblos de los Estados Unidos»; Ainu de Japón; Cocopa «de Baja California en México»; Sirios de Beyrouth; «Patagones de América del Sur»; «Zulús y Pigmeos de África» y de las Filipinas; y los Igorots, repartidos en ocho grupos culturales diferentes. De estos pueblos fueron tomados al menos un centenar de los dos mil indígenas exhibidos como objetos previamente en el marco de la “Louisiana Purchase Exposition”.
Estas “jornadas antropológicas” consideraron algunas pruebas como trepar troncos de árboles, carreras, el ya mencionado lanzamiento de arco y flecha y tirar de una soga. Con ellas se buscaba responder la pregunta eje de la AAA, que dividía dos posturas antropológicas: ¿eran los pueblos indígenas tan capaces -o no- como los occidentales? La conclusión de aquel entonces fue que estaban lejos de poseer las habilidades para practicar deportes olímpicos o bien que «los juegos demostraron de manera concluyente que el salvaje había sido un hombre previamente sobreestimado desde un punto de vista deportivo» (Sullivan, 1905, p. 257).

Evidentemente la realización fue caótica: muchos de los “deportistas” no entendieron las reglas, se negaron a participar o lo hicieron de mala gana, o practicaron pruebas que jamás habían realizado en sus comunidades. Simplemente, fueron llevados como atracción exótica y para estudios que confirmaran las tesis evolucionistas, principalmente la de superioridad del hombre blanco occidental.
¿Sometimientos o espacio de resistencia?
Más de 100 años han pasado desde entonces. La práctica deportiva ha ido depurando la idea de superioridad racial, pero no ha representado un espacio respetuoso con las poblaciones indígenas ni sus territorios, ni mucho menos ha incorporado las concepciones de los juegos y rituales que suponen los “deportes” de los pueblos indígenas; como sucede principalmente con el alpinismo en Asia y el automovilismo en África, en los que se vulneran lugares en antaño sagrados. Pese a ello, también el deporte ha sido un espacio resignificado de manifestación lúdica respecto al sometimiento de los pueblos.
Un caso, no exento de polémica, son las Olimpiadas de Pueblos Indígenas de 2015, realizadas en Tocantis, región amazónica de Brasil. Este acontecimiento tuvo una concurrencia de aproximadamente 1800 atletas, de los cuales más de dos tercios pertenecían a grupos étnicos brasileros (entre otros, el pueblo Kayapó, Kuikuro, Wai Wai, Xavantes) y el resto a países de América (como Argentina, Colombia, Chile, Estados Unidos, Canadá), África (Etiopía, por ejemplo) y Asia.

Si bien todos los pueblos poseen juegos en los que expresan sus maneras de ser, han sido los deportes europeos los más practicados en todo el orbe, muchos de ellos normados entre el siglo XIX y el siglo XX. Al mismo tiempo, vemos que el reconocimiento no solo deportivo sino que también patrimonial de otros juegos ha sido relegado a la categoría de espectáculo exótico como los bailes, vestimentas y rituales de los pueblos indígenas.
También la práctica de los deportes globales, principalmente el fútbol, ha sido un espacio de luchas donde las culturas no occidentales tienen algo que decir, pues a partir de estos se han desarrollado verdaderos instrumentos de sometimiento. Por ejemplo, señala Peter Alegi en su libro “African Scoccerscapes” que el país más poblado de África, Nigeria, posee más de 250 grupos étnicos con marcadas diferencias que, excepcionalmente, convergen. El fútbol es una de esas excepciones, pues, pese a posibles rivalidades y diferencias étnicas, toda Nigeria se une por la selección nacional. Lo mismo aplica para todos los países africanos. La popularidad del fútbol en África no solo representa la popularidad del deporte, sino también del nacionalismo.

El mismo autor también señala cómo el fútbol muchas veces ejerce de práctica descolonizadora por pueblos indígenas del continente africano. Un ejercicio similar realiza Sergio Villena Fiengo en su libro “La Golonialidad del poder. Deporte y «proceso de cambio» en Bolivia” (2019), donde analiza qué rol ha ocupado el deporte (fútbol y el Rally Dakar) en los gobiernos de Evo Morales, dando cuenta nuevamente tanto de la exclusión y marginación de los pueblos indígenas del proyecto civilizatorio como también de la utilización resignificada del deporte como resistencia de las comunidades.

Efectivamente, la resignificación de algunas prácticas deportivas ha permitido la crítica al racismo y al colonialismo. Esto sucede porque en todos los pueblos, independiente de su origen, los juegos son la expresión de su cultura y, en un mundo donde el fútbol ha llegado a cada rincón del planeta, no es de extrañar que todas las culturas puedan practicarlo añadiendo elementos críticos a las concepciones tradicionales. Para nuestro caso, el deporte es también una manifestación de nuestros conflictos y anhelos, por lo que también allí encontraremos este forzoso cuestionamiento hacia las estructuras más brutales de dominación, de las que los pueblos originarios son sus mayores víctimas históricas.

Salir de “Saint Louis, 1904”
Lejos de querer proponer una especie de relativismo cultural, acusamos que los territorios y vidas despojadas a la población indígena han permeado en sus juegos tradicionales. Es preciso que se preserve el respeto al jugar y manifestar sus culturas según sus propios anhelos y consignas, aunque esta reflexión no cala tan profundamente en occidente, pues según ellos, los pueblos indígenas o permanecen en un estado petrificado propio del folklore (como en Saint Louis, 1904), o se suben al carro de la modernidad, abandonando sus “supersticiones”. Esta dicotomía, aparte de falsa, es otro ejercicio de violencia simbólica, pues no admite el proceso de cambio dentro de las culturas y asume que solo la sociedad de los Juegos Olímpicos puede modificar sus reglas y cambiar según el paso del tiempo. Al respecto, señala Marc Augé:
“En África, por ejemplo, la protección mágica del arco y del arquero, la consulta de adivinos y el embrujamiento de los jugadores son prácticas bien conocidas de las que los europeos se burlan -aunque con discreción cuando se trata de los brasileños y los argentinos que se persignan antes de entrar a la cancha, sin duda porque marcan más goles”.
Marc Augé (1998) “¿Deporte o gran ritual moderno?”
El respeto y valoración de los diferentes pueblos, tanto en sus formas, costumbres y cambios, incluye también los juegos y rituales que podrían caracterizarse como deporte. No tendremos prácticas deportivas que excluyan el racismo o el colonialismo sin eliminarlo de otras esferas de la sociedad, pero tampoco lo eliminaremos de nuestra cultura si no problematizamos nuestros rituales, sea el fútbol, el básquetbol o el Super Bowl.