
El de la foto es Alfréd Hajós, doble medallista de oro en los 100 y 1200 metros estilo libre en 1896, y también ganador de la medalla de plata en arquitectura en 1924. Sí, porque en algún momento de la historia de los Juegos Olímpicos modernos, la pintura, escultura, arquitectura, literatura y música fueron disciplinas galardonadas. En el siguiente reportaje nos referimos a las diferencias en el significado del deporte a través de la historia olímpica, la historia misma de los Juegos Olímpicos y cómo finalmente el avance de la historia -ligada intrínsecamente a los cambios de las formas económicas- borró de la historia de los medalleros a estas disciplinas.
El espíritu olímpico, aquel con el que comenzaron los juegos modernos, decía que lo importante no era ganar, sino competir. Un ideal empujado por quien es reconocido como el fundador de la retornada competencia internacional, el francés Pierre de Coubertin, creador del Comité Olímpico Internacional (COI) y su segundo presidente. De Coubertin, admirador de los juegos de antaño y también de la antigua sociedad griega, pensaba que la reinstauración de estos y la competencia entre deportistas amateur de todo el mundo impulsaría su ideario filosófico sobre el deporte, en el que la competencia y la superación eran más importantes que la victoria en sí. “Lo importante en la vida no es el triunfo, sino el esfuerzo. Lo esencial no es conquistar, sino que haber luchado dignamente”. Pero también había otro ideal detrás, uno que tenía mucho sentido para la época: la competencia entre deportistas de todo el mundo crearía de facto un espacio de tregua y así, los Juegos Olímpicos podrían ser un vehículo para la paz.
Visto en retrospectiva, pareciera que ambos ideales de de Coubertin no llegaron a buen puerto. La primera guerra mundial estalló a menos de 20 años de los primeros juegos modernos (Atenas, 1896), mientras que el amateurismo quedó relegado a un segundo plano en términos deportivos: primero, por el incipiente nacimiento del deporte profesional y luego por la casi absoluta mercantilización deportiva actual que tiene, por ejemplo, a canales estadounidenses superando los dos mil millones de dólares de utilidades solo en términos de auspicios durante Tokio 2020. Y, aunque el COI no le paga a los y las atletas que consiguen medallas, los premios que cada país entrega por tal logro pueden alcanzar cuantiosas sumas, pues los triunfos olímpicos también llevan aparejados una sensación de prestigio internacional dentro de la vana competencia que busca determinar extraoficialmente cuál es el mejor país del mundo. Asimismo, las empresas patrocinantes también son una fuente importante de los ingresos de los y las deportistas y el COI está flexibilizando algunas de sus reglas de auspicio para que atletas puedan recibir más dinero -y, por ende, las compañías transnacionales ocupar más espacio con fines publicitarios- sin tener que desembolsar un céntimo.
Es entonces relevante la pregunta: ¿en qué más ha cambiado el deporte olímpico actual con respecto a aquel pensado a principios del siglo XX? Sorprendentemente, incluso hasta en el concepto mismo de deporte. Hoy se pone límite a las manifestaciones que los y las deportistas pueden realizar en el podio –como quedó de manifiesto con las amenazas de sanciones a Raven Saunders tras su señal de X hace unos días-, entendiendo al deporte como algo ajeno a su contexto, como una práctica y parte de algo mayor: el espectáculo. Pero hace cien años, el COI pensaba del deporte algo distinto y que quedaba patente en las disciplinas que eran parte de estas competencias. Con el deporte siendo un desafío corporal y mental, algo propio de los sportsmen, una conclusión lógica era que no solo lo tradicionalmente físico tuviera cabida en los juegos. Así, tras una reunión del COI en Suecia, y con el apoyo de de Coubertin, se sumó en 1912 a la pintura, escultura, arquitectura, literatura y música. Los trabajos de estas disciplinas, no obstante, tenían como requisito el girar alrededor del deporte.
Entre los galardonados con un oro olímpico estuvo el mismo Pierre de Coubertin en 1912 con su oda al deporte (texto escrito bajo el seudónimo Georges Hohrod y Martin Eschbach). Y dentro de los casos más emblemáticos están quizás los del estadounidense Walter W. Winans y el húngaro Alfréd Hajós, quienes se destacaron tanto en disciplinas artísticas como en las deportivas. El primero consiguió medallas en tiro (oro en 1908 y plata en 1912), así como en escultura (oro en 1912). El segundo, dos medallas de oro en natación (1896) y medalla de plata en arquitectura (1924) por su proyecto para un futuro estadio. Hajós especializó su carrera de arquitecto alrededor del deporte y su obra más conocida sea probablemente el centro nacional de natación ubicado en Budapest que lleva su nombre, el que fue inaugurado en 1930 y fue utilizado en los campeonatos europeos de natación de 1958, 2006 y 2010, así como para el mundial masculino de waterpolo de 2006.
Quizás fue el avance de los tiempos lo que terminó por sepultar a las competencias de arte olímpico. Tras los juegos de 1948 y habiendo entregado más de 150 medallas al arte durante aquellos años, el COI decidió mantener la prohibición de participantes profesionales en los Juegos Olímpicos, marcando, en su defensa del amateurismo, una diferencia con los movimientos de profesionalización que se vivían en distintos deportes alrededor del mundo (el fútbol sudamericano, por ejemplo). Y, dado que la mayoría de los artistas participantes eran profesionales en el sentido estricto de la palabra -o sea, vivían del arte-, la institución liderada en ese entonces por el estadounidense Avery Brundage decidió suprimir las competencias de arte. Brundage se haría todavía más tristemente célebre por sus decisiones posteriores relacionadas a Alemania: el apoyo irrestricto a los juegos organizados por el régimen Nazi en 1936 en Berlín y la no suspensión de los Juegos de Munich 1972 luego del asesinato de 11 deportistas israelíes en la villa olímpica. “Los juegos deben continuar”, dijo aquella vez. Unos juegos que bajo su mandato no solo se alejaron de aquel concepto del sportsmen, aquel deportista integral que abrazaba muchas disciplinas como parte de un concepto elevado de la vida y que a través de la actividad física alcanzaba un ideal de cuerpo y mente. Un concepto bastante aristocrático, por lo demás, pues, como evidencia su nombre, sus orígenes se trazan a la Inglaterra del siglo XIX y su expansión se provoca por la expansión misma de los capitales ingleses alrededor del mundo. Pero no solo se alejan de aquel ideario del sportsmen, sino que se desarraigaron por completo de su pasado, pues se suprimió de los medalleros históricos el registro de aquellos campeones, de aquellos medallistas de un deporte distinto, más romántico, quizás más integral.