
La imagen de Christian Eriksen, jugador danés que cayó desplomado durante el encuentro de la Eurocopa entre su selección y el combinado Finlandés, dio la vuelta al mundo. En el partido llevado a cabo en Copenhague, capital de Dinamarca, se vivieron largos minutos de tensa angustia mientras el equipo médico realizaba en cancha el trabajo de resucitación y que se hicieron más llevaderos, en parte, tras las imágenes difundidas minutos después que mostraban a Erkisen abandonando el estadio en camilla y consciente. Asimismo, los reportes oficiales tanto de la UEFA como de la federación danesa de fútbol indicaban que Eriksen había sido estabilizado y que será sometido a más exámenes durante las próximas horas para determinar la causa y gravedad de lo ocurrido.
Fue difícil quedar indiferente ante algo que trajo de vuelta los recuerdos todavía frescos de Antonio Puerta, Miklós Fehér, Marc-Vivien Foé o Jeanine Christelle Djomnang, nombres de algunos hombres y mujeres que perdieron la vida en un campo de juego. Más todavía considerando que son miles de millones de televidentes quienes ven la Eurocopa cada cuatro años (para 2016, se estimaron solo 600 millones de personas presenciando la final en sus hogares). La transmisión oficial contribuyó a esta sensación, pues tuvo la imagen fija durante varios minutos sobre la zona en la que Eriksen recibía reanimación médica. Ahí hubo una decisión desde la dirección de la transmisión que, de entre las decenas de cámaras que se necesitan para emitir un campeonato así, se usara solo una toma: la que mostraba cómo un hombre se debatía entre la vida y la muerte en plena cancha. Todo habría sido aún más sórdido de no haber sido por la iniciativa de Thomas Delaney, su compañero de equipo, quien organizó a sus compañeros para que se ubicaran como una especie de muro de contención alrededor de Eriksen para así evitar la transmisión de lo que estaba pasando con él.
Resulta además curiosa la diferencia que se hace, en términos de televisación, sobre qué merce ser mostrado al mundo y qué no. Parece evidente a estas alturas, tras lo ocurrido el día de hoy, que un hombre debatiéndose entre la vida y la muerte es algo válido de enfocar durante un partido de fútbol.
Cabe la pregunta, entonces: ¿cuál fue la necesidad al enfocar constantemente las maniobras médicas recibidas por el danés? ¿Cuál es el aporte comunicacional o necesario de este acto para un correcto desenvolvimiento de la actividad deportiva? Más que a razones deportivas o comunicacionales, los motivos parecen responder a los del espectáculo, algo que el morbo acrecienta. El hecho también de que haya habido tantos reporteros gráficos esperando capturar el estado de salud durante el traslado de Eriksen desde la cancha no hace más que reafirmar aquello. Afortunadamente, la salida de Eriksen fue consciente y estable, pero no parece creíble que en el caso contrario, las imágenes no hubieran sido difundidas.
Resulta además curiosa la diferencia que se hace, en términos de televisación, sobre qué merece ser mostrado al mundo y qué no. Parece evidente a estas alturas, tras lo ocurrido el día de hoy, que un hombre debatiéndose entre la vida y la muerte es algo válido de enfocar durante un partido de fútbol. No así las consignas que jugadores puedan tener escondidas bajo sus camisetas, con prohibiciones expresas a uso de poleras con mensajes y la amonestación reglamentada (tarjeta amarilla) al sacarse la camiseta durante el partido para enfatizar dicha prohibición. También existen protocolos para no mostrar a personas del público que entran a la cancha, quienes pueden o no tener motivaciones políticas, pero sí rompen la burbuja del espectáculo que el fútbol transmite por televisión. Asimismo, existe una línea entre protestas “aceptables” y que son televisadas (las rodillas al piso en contra del racismo, por ejemplo), y aquellas protestas que buscan cambios políticos en países o comunidades (el caso albano y la prohibición de muestra de emblemas vienen a la mente). También son suprimidas de la esfera comunicacional aquellas protestas que van en contra de la hegemonía del capital o de la forma de gobernanza de los clubes. Esto quedó de manifiesto en el ámbito local en el veloz escape de los planos de cámara a las numerosas protestas ocurridas en los estadios desde el 18 de octubre de 2019 en Chile, así como también los cortes providenciales a las tomas televisivas para dejar fuera de ellas a los lienzos que buscan la eliminación de sociedades anónimas deportivas. Lo mismo ocurre con los gritos y cantos, en los que los volúmenes de los micrófonos ambientales se alteran de tal manera que se invisibiliza al máximo posible lo que ocurre en las gradas. Estas tomas, esta forma de comunicar, no obstante, no tiene objeción alguna con la promoción de industrias como la del alcohol, apuestas, minería o tabaco, auspiciadores frecuentes del espectáculo deportivo y que en algunos casos, como el de las apuestas, generan incluso mafias a su alrededor. Estas sí son parte de lo que se busca comunicar, mostrar, promocionar.
¿Significa esto, entonces, que los valores del fútbol no son tales, o que lo que creemos que son los valores del fútbol no es más que una ilusión? Para nada. Sí, debe hacerse una diferenciación entre los valores que la industria del fútbol mercado busca promover, aquellos que convierten al deporte que alguna vez fue plenamente social en un espectáculo de masas y materia de consumo; y los valores que buscan promover sus distintos protagonistas. No en vano se resaltó por el público la figura de Delaney o el cariño entregado por el belga Romelu Lukaku a su compañero de club. La invisibilización misma de ciertas protestas, como las que ocurren en Colombia y que fueron silenciadas grotescamente por la Conmebol durante los partidos de Copa Libertadores, muestran también la dicotomía que existe entre los “valores” del fútbol moderno y los valores del fútbol real. Una dicotomía que parece ser irreconciliable y que debe ser enfrentada para llegar a tener nuestro nuevo fútbol o, mejor dicho, aquel fútbol que siempre fue, pero que nos arrebataron.