Ascenso y caída: los orígenes e intereses de la fallida superliga

Hinchas del Liverpool quemando una camiseta en protesta por sumarse a la superliga europea.

Amenazas de gobernantes, desafiliaciones de clubes y jugadores que no podrían participar de sus selecciones tuvieron lugar en la danza de millones de la que se habló durante los siete días en que existió la superliga. Miles de hinchas protestando e incluso jugadores manifestándose públicamente en contra de un torneo que se llevaría al fútbol de sus raíces: el pueblo. ¿Quiénes y dónde se lo llevaban? ¿Con el dinero de quién? ¿Qué intereses hay detrás? En el siguiente reportaje, un análisis a este fracasado proyecto que ilustra la actualidad del fútbol moderno: un espectáculo mercantilizado.

No alcanzó a durar una semana, pero el remezón que generó el anuncio de la posible superliga europea será duradero: por su significado, por quiénes la apoyaron, quiénes se plantaron en contra, la reacción y las posibilidades que abre en el convulsionado mundo del fútbol moderno.

Recapitulación

El 18 de abril se dio a conocer la noticia en la que 12 clubes europeos decidieron fundar lo que se llamaría la European Super League (ESL). Los miembros fundadores eran seis equipos ingleses (Arsenal, Chelsea, Liverpool, Manchester City, Manchester United, Tottenham), tres italianos (A.C. Milan, Juventus, Inter de Milán) y tres españoles (Atlético de Madrid, F.C. Barcelona, Real Madrid). Esta nueva liga vendría a resolver, según sus organizadores, el supuesto problema de que los equipos grandes solo se enfrenten entre ellos durante las últimas rondas del formato actual de la Champions League, citando además como problemáticos los partidos entre equipos poderosos y aquellos de ligas menos importantes que intentan hacer historia. No serían lo que la gente quiere ver.

El formato consideraba 20 equipos divididos en dos grupos de 10, en los que jugarían partidos de ida y vuelta todos contra todos; y los tres primeros de cada grupo clasificarían a cuartos de final, mientras que los cuartos y quintos de cada grupo jugarían llaves eliminatorias para decidir a los dos restantes. Los 20 equipos participantes se dividirían entre 15 miembros fundadores, miembros a perpetuidad de la competencia, y 5 clasificados según los méritos que hayan hecho durante cada año. Además de los 12 fundadores listados anteriormente, se sondearon otros clubes grandes o históricos del continente; los rechazos públicos del Bayern Munich, Borussia Dortmund, RB Leipzig, Ajax de Ámsterdam y Paris Saint-Germain a ser parte de la competición son muestra de aquello.

Pero los rechazos no fueron únicamente de ciertos clubes: fue la institucionalidad completa del fútbol la que se ponía en jaque con el anuncio de la superliga. Dado que la planificación inicial de este nuevo torneo contemplaba que sus partidos se jugaran a mitad de semana, tendría conflicto directo con la Champions League. Este torneo es organizado por la Unión de Asociaciones Europeas de Fútbol (UEFA, por su sigla en inglés), quienes se sintieron amenazados por este nuevo proyecto y de inmediato salieron a golpear la mesa. Las amenazas abarcaron desde desafiliaciones hasta la imposibilidad de que los jugadores que participaran de este torneo compitieran por sus selecciones. Y, dado que la UEFA está compuesta por las federaciones europeas, este conflicto tomó ribetes de Estado: tanto Emmanuel Macron como Boris Johnson, líderes de Francia y el Reino Unido respectivamente, anunciaron que no descartaban algún tipo de acción, incluyendo las legales, para evitar que se llevara a cabo este torneo. Las declaraciones de ambos aparecieron a menos de 48 horas del anuncio del campeonato, algo que refleja la importancia del evento.

No solo fueron figuras políticas las que protagonizaron los rechazos a este nuevo torneo. Hinchadas de todos los clubes de Europa se plantaron en contra de la existencia de este torneo, mencionando, entre otros, la destrucción de tradiciones, el poco respeto al mérito deportivo y la no consulta con los aficionados. Organizaciones de hinchadas europeas, entre las que se cuentan Football Supporters Europe (FSE) y la Federación de Accionistas y Socios del Fútbol Español (FASFE) emitieron comunicados públicos repudiando la acción conjunta de estos clubes. Pronto, miles de hinchas comenzaron a protestar en contra de los equipos fundadores, mientras más y más planteles europeos manifestaban públicamente su oposición. Asimismo, los deportistas, quienes usualmente prefieren no tomar posición en estos temas, comenzaron a opinar. Ander Herrera, Mesut Ozil y Kevin de Bruyne fueron algunos de los que, haciendo referencias a sus sueños infantiles de jugar contra los mejores y llegar a la cima estén donde estén, jueguen donde jueguen. 

La situación se hizo insostenible y uno a uno fueron cayendo los clubes fundadores. Primero fueron los seis ingleses los que decidieron restarse. A ellos se sumaron el Atlético de Madrid y los dos equipos de Milán, dejando solo a la Juventus, al Barcelona y al Real Madrid -del que Florentino Pérez es presidente y quien sería también el primer presidente del directorio de la nueva competición- a bordo.

Hubo, no obstante, más motivos para este rechazo generalizado. Uno que se escuchó fuertemente tanto por las hinchadas como por algunos jugadores actuales e históricos, era el interés monetario de los clubes participantes.Pura codicia”, dijo la leyenda del Manchester United Gary Neville. “No estoy de acuerdo con que los ricos se adueñen de lo que ha creado el pueblo”, expresó Ander Herrera. Y es que el matiz económico es también muy importante para analizar lo ocurrido.

«Creado por los pobres, robado por los ricos».

El origen del modelo

Quizá una de las frases que más se ha escuchado sobre el tipo de competición propuesto es que es muy parecido a las competencias de franquicias que existen en Estados Unidos. A saber, competiciones cerradas en las que los equipos no “descienden” por malos resultados ni “ascienden” por méritos deportivos. Así funcionan, por ejemplo, el básquetbol (NBA), béisbol (MLB) y los derivados del fútbol que se juegan en aquel país (MLS y NFL).

Otra de las posibilidades que se consideraron para la, a estas alturas, fallida propuesta de nueva competición fue la limitación de sueldos de jugadores. Actualmente, los clubes europeos destinan entre el 70 y el 80% de sus ingresos, mientras que el acuerdo entre los 12 equipos patrocinadores de este nuevo torneo fue limitar este gasto a un 55%. Esta medida permitiría disminuir los montos que destinan en este apartado aquellos clubes -los principales de Europa- y, dado que no existiría un descenso de la competición por malos resultados deportivos, las utilidades debieran aumentar en un porcentaje similar, pues no existirían incentivos reales para invertir en mantenerse allí. Los límites de sueldos para los clubes impuestos por los organizadores de las competiciones también pueden rastrearse al deporte estadounidense, impuesto en tres de las cuatro ligas antes mencionadas (NBA, MLS y NLF).

Pero no es solo la disminución de sueldos la que beneficiaría las arcas de los clubes. El proyecto contemplaba la entrega de cerca de 300 millones de euros a cada uno de los equipos participantes, más de cuatro veces lo que ganó el último campeón de la Champions League. La fuente de esos ingresos serían acuerdos de televisación y contratos publicitarios. Las principales marcas que auspician al fútbol no se refirieron al tema, pues los conflictos de interés son evidentes: los ocho principales auspiciadores de la Champions League son UniCredit, Sony, MasterCard, PepsiCo, Nissan, Gazprom, Heineken y Adidas. UniCredit, por ejemplo, avaluó que su inversión en este torneo le entregó un 225% de retorno y se ha reportado que el costo de un paquete de auspicio para esa competición es de 75 millones de dólares por temporada, lo que significaría que aquella inversión le reportó a UniCredit cerca de 170 millones de dólares netos. Montos muy elevados, pero que también entran en conflicto con lo que pagan las marcas para patrocinar a los distintos equipos que decidieron formar inicialmente la superliga. En 2019, por ejemplo, Adidas firmó un acuerdo de patrocinio con el Real Madrid, principal impulsor del torneo que pone en jaque a la actual competición de clubes más importante del continente -y del que también es patrocinador-, de 1200 millones de dólares por 8 temporadas. Es evidente, entonces, que las marcas mantengan su silencio para no perder pan ni pedazo. “Las marcas globales seguirán queriendo ir hacia los grandes clubes y las grandes masas de hinchas que los rodeanexplica Michael Jackson, presidente de la empresa Elite Sports Marketing, empresa de mercadeo deportivo que trabaja, entre otros, con el Liverpool y el Tottenham Hotspurs, dos de los clubes fundadores del nuevo torneo- y lo que éstas tendrán que hacer para determinar qué hacer es evaluar la reacción que se genere por este movimiento”. El silencio fue el lenguaje de la espera en este caso, y hasta ahora, solo la marca Tribus decidió romper su vínculo con uno de los 12 equipos, el Liverpool, debido a esta maniobra

De quien sí ha trascendido públicamente su auspicio es del banco estadounidense JP Morgan Chase & Co., quienes acordaron la entrega de 3250 millones de euros para la primera edición de la superliga, los que se repartirían entre los equipos participantes a manera del bono de entre 200 y 300 millones para cada uno mencionado anteriormente. La historia del banco JP Morgan Chase & Co. es tristemente célebre por haber sido uno de los principales involucrados en la crisis subprime de 2008, por la que tuvo que pagar 13 mil millones de dólares al departamento del tesoro de Estados Unidos en 2013. Entre otras controversias está también la multa de 410 millones de dólares que tuvo que pagar por manipulación del mercado energético, las denuncias de corrupción en Asia y las inversiones en negocios relacionados al carbón y gas durante períodos críticos relacionados al cambio climático.

Edificio corporativo del banco JP Morgan Chase & Co.

Estos dineros norteamericanos no son los únicos relacionados al proyecto de la superliga. De los 12 equipos participantes, tres ingleses (Arsenal, Liverpool, Manchester United) y un italiano (A.C. Milan) tienen dueños estadounidenses. La familia Glazer -dueños del Manchester United desde 2007- recibieron, de hecho, consejos desde el área de inversión de JP Morgan Chase & Co. para hacerse parte de aquel club. La resistencia al arribo de la familia Glazer al Manchester United, ocurrida en 2005, fue inmediata y de hecho generó que un ala de la hinchada del club decidiera crear su propio equipo, por y para los hinchas, llamado FC United of Manchester. El FC United of Manchester, tras 15 años, sigue vivo participando en el equivalente a una séptima división y tiene, de hecho, su propio estadio construido por hinchas, socios y socias llamado Broadhurst Park. De hecho, tras el anuncio de la superliga, se observó una fuerte alza en las membresías del FC United of Manchester, atribuidas a más hinchas del Manchester United descontentos con este nuevo proyecto. 

Es decidor, además, que de los 12 equipos participantes solo dos sean controlados por sus socios y socias: el Real Madrid y el Barcelona; el resto es propiedad de grandes capitales transnacionales. 

La espectacularización del fútbol

Las influencias estadounidenses, tanto monetarias como en términos de presencia política al interior de los clubes-empresa, parece haber tenido incidencia en la elección del modelo de la superliga, el que es similar al de franquicias que tanto se observa en aquel país: el deporte como espectáculo, como una mercancía, como un ente desarraigado de la masa popular que lo alberga. Es de hecho la palabra que usó Joan Laporta, presidente actual del Barcelona, para defender el proyecto: la necesidad de que el fútbol sea un mejor espectáculo.

Las evaluaciones del éxito de un espectáculo no tienen relación con su componente social, sino que es una medición monetaria. En este caso, serían las audiencias un indicador directo de éxito, mientras que la compra de elementos de mercadotecnia sería el medidor indirecto. Es por este segundo efecto que las marcas se pelean por vestir a los clubes más importantes –Nike proyectó cerca de 1300 millones de dólares para sus auspicios en la temporada 2020-2021, por ejemplo-. Y en el primero, en las audiencias, es donde más relevancia e importancia han ganado las grandes cadenas televisivas (en 5000 millones de dólares están avaluados los derechos de televisación de la Premier League inglesa).

Uno de los argumentos esgrimidos para mejorar las audiencias es intentar encantar a las generaciones más jóvenes, quienes, supuestamente, no estarían de acuerdo con ver 90 minutos de un partido de fútbol. Esto es, al menos, lo que dice quien iba a ser el primer presidente de la superliga, Florentino Pérez -actual presidente del Real Madrid-. Y no se queda allí: para hacer al fútbol un mejor espectáculo y aumentar su llegada a aquellas generaciones, una de las medidas importantes sería acortar la duración de los partidos. Si los jóvenes no toleran 90 minutos, quizá lo hagan por menos. Este diagnóstico no es tan infrecuente como pareciera. De hecho, es común en el tenis, donde uno de los principales reclamos tiene que ver con disminuir la cantidad de sets que se juegan en los Grand Slams (pasar de cinco a tres). Entre quienes exigen esta medida está, por ejemplo, el legendario estadounidense John McEnroe. Pero aquí también aparece la influencia de la televisión: partidos más cortos no solo son más predecibles en términos de duración y permiten, por tanto, mejor calendarización, sino que también permiten una mayor cantidad de partidos transmitidos en la misma jornada. No han sido pocos los deportes que han cambiado sus reglas en favor de la televisación y, de hecho, es en el tenis donde se puede ver en práctica el acortar la duración de los partidos que mencionaba Pérez, con la creación de los tiebreaks (desempates en cada set) en desmedro de la diferencia de dos juegos. Esto, no obstante, no fue visto como el cambio final, sino que como un paso más. Hoy, los experimentos que buscan aumentar la predictibilidad de los tiempos que dura cada partido ha llevado a que el torneo entre los mejores ocho mejores jugadores menores de 21 años de cada temporada se juegue con sets al mejor de cuatro juegos sin desempate. 

Florentino Pérez, presidente del Real Madrid y también de la extinta superliga europea.

Y es que el ingreso del espectáculo al deporte no es algo reciente. De hecho, es durante la primera presidencia de Pérez cuando el Real Madrid, hasta ese entonces un buen equipo de fútbol a nivel continental, se convierte en una marca a explotar (“Mi misión es evangelizar al mundo con la palabra del Madrid”, dijo al asumir su primer mandato). Así, en la era conocida como “galáctica”, fue sumando giras en Asia con amistosos pagados y eventos publicitarios de todo tipo. El giro en los intereses de los clubes de fútbol llegó al nivel de hacer mella en el código legal español: hasta hoy, se conoce a una ley que regula los impuestos cobrados a ciertos contribuyentes no españoles como “Ley Beckham”, en honor a que el jugador inglés fue uno de los primeros y controversiales trabajadores que se acogió a ella. 

En la otra vereda al parecer se ha ubicado Gerard Piqué, una de las figuras históricas del Barcelona de Messi. “El fútbol pertenece a los aficionados. Hoy más que nunca”, escribió el catalán en Twitter en relación al proyecto de superliga que patrocina su equipo. Pero por la boca muere el pez. “Crear una gran final de temporada que sea un festival de tenis y entretenimiento”, dijo en 2019 David Haggerty, presidente de la Federación Internacional de Tenis (FIT) a propósito del cambio en el formato de la Copa Davis que se llevó a cabo entre la FIT y el Grupo Kosmos, quien invertiría para éste cerca de 2500 millones de euros. El presidente del grupo Kosmos, responsable de modificar hasta en sus cimientos el torneo de tenis más tradicional es el mismo Gerard Piqué.

Gerard Piqué en la ceremonia de modificación de la Copa Davis de tenis.

¿Significa, entonces, que los otros clubes son los buenos? Es difícil considerar que existe un bando de buenos y otro de malos. El Paris Saint-Germain, por ejemplo, se ha congraciado con la opinión pública tras su rechazo a participar de esta liga. Este equipo, no obstante, es propiedad de capitales cataríes, país donde se llevará a cabo el próximo mundial de fútbol y que ha sido sujeto de controversias tanto por corrupción a nivel FIFA para ser elegido como sede de aquella competencia, como por las condiciones laborales para las obras de infraestructura que han llevado a más de 6500 trabajadores migrantes a perder la vida. Y, mientras la UEFA amenazó con sanciones a todo club que apoyara esta nueva competencia, no las llevó a cabo, dejando sin pena alguna al Real Madrid de Florentino Pérez durante esta temporada, quienes podrán seguir compitiendo en la Champions League de la que todavía son parte.

Finalmente, no parece ser una competencia entre posiciones morales, pese a que en ciertos países -como Alemania-, la opinión del hincha sí tenga valor gracias, en parte, a la regla del 50+1 en la propiedad de los clubes, sino que más bien es simplemente una batalla de poder entre facciones del capital. Y es que desde los clubes responsables de este torneo han sido claros en expresar que necesitan más dinero para salvarse no solo a ellos mismos de las deudas, sino que para salvar al fútbol. Y es que el deporte es, definitivamente, una enorme fuente de ingresos para sus involucrados; más todavía para quienes están en la cima de la pirámide. “La reacción de la UEFA tiene que ser vista por lo que es”, explica Michael Jackson, presidente de Elite Sports Marketing. “Están desesperados por mantener la competición de la misma manera, porque es una máquina de imprimir dinero. No son diferentes a los equipos que están tratando de escaparse. Al final, es todo un asunto de dinero”.

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