¿Somos prescindibles?

Jorge Salvador
Colaborador Asamblea Hinchas Azules

“Mi deseo es que la industria del fútbol no descubra que puede prescindir de los espectadores”. 

Con esas palabras, Marcelo Bielsa comentaba el regreso a las canchas del Leeds United al reinicio de los torneos europeos detenidos por la pandemia. Hoy, ante intentos osados y tímidos de volver a tener público, la industria del fútbol parece haber entendido el mensaje.

Debemos aceptar una verdad: los equipos que pertenecen al gran negocio del fútbol pueden seguir operando sin las graderías, pero esto ya se veía venir. Las gigantes marcas de ropa deportiva han decidido sin ningún perjuicio olvidar en sus diseños la historia de muchos equipos; las empresas controladoras de los equipos hacen y deshacen escudos, indumentarias y marketing sin el público desde hace buen rato.

Si miramos el torneo de clubes más prestigioso del mundo, la Champions League, tenemos a tres de sus cuatro semifinalistas controlados por conglomerados que basan su fortuna en la explotación de petróleo; de los fósiles a la cancha en una danza de millones y talento, donde los y las hinchas, sin ánimo de desmerecer, son prescindibles para el modelo a estas escalas.

En una realidad más local, Sudamérica se ha visto afectada más fuertemente por la ausencia de fanaticadas y el concepto de recaudaciones por las entradas. Nuevamente, las desigualdades que han marcado la hegemonía del fútbol las últimas dos décadas en términos de logros deportivos, se van acentuando al punto de considerar una proeza que el campeón de la Copa Libertadores pueda hipotéticamente vencer al campeón europeo del torneo antes mencionado, ni hablar de la iniciativa de crear “superligas” entre los clubes europeos más millonarios.

En el caso de nuestro equipo, la Universidad de Chile, hemos sido prescindidos una vez más al punto de que aún desconocemos las identidades de quienes han adquirido la mayoría de las acciones de la concesionaria Azul Azul S.A. -¿tendrán acaso fortunas basadas en el petróleo?- y cuando lo sepamos, poco importará la naturaleza de sus negocios, menos aún sus intereses, pues ya será tarde.

Sólo hay un aspecto en el que no hemos sido olvidados: en el llamado continuo y majadero de comprar la mercadotecnia de nuestros respectivos clubes, en los emotivos comerciales con que hipócritamente nos dan a entender que nos extrañan, en el chantaje que es tomar por fidelidad incondicional el pagar un canal extra que monopoliza las transmisiones.

Que el deporte sea un reflejo de nuestra sociedad, de nuestra cultura y manera de relacionarnos, abre la puerta a comprender en qué sociedad estamos. Más temprano que tarde, este deporte deberá enfrentar que muchos y muchas no aceptaremos que al menos una parte de él, nuestros clubes, persistan en tener un público secuestrado, llamándole hincha sin entender la dimensión entera de esa palabra. Podemos recuperar lo que nos pertenece y lo mínimo es saber a qué nos enfrentamos: a una “nueva realidad” que se acostumbró a no vernos el rostro fecha a fecha, que nos cree prescindibles. Por supuesto, no sólo en el fútbol.

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