
Quizá otro de los efectos menos visibilizados de la mercantilización del deporte es el uso que se puede dar de los eventos masivos para lavar la imagen. Un fenómeno que se ha acuñado en el idioma inglés como sportswashing y que se ha mediatizado últimamente con el boicot al mundial de Catar 2022 y la unificación de títulos pesados de boxeo que se llevaría a cabo en Arabia Saudita a mediados de 2021.
El término en inglés es sportswashing. No cuenta con traducción literal al español, pero su significado tiene que ver con el uso del deporte, más específicamente de competencias deportivas, para mejorar la imagen pública del organizador o financista; un lavado de imagen (washing) a través de los deportes (sports). Y que se hace y sigue haciendo hasta el día de hoy porque es sumamente efectivo.
El término -o su significado, al menos- ganó mayor importancia durante el último tiempo debido a dos sucesos que han contado con gran impacto mediático: el mundial de fútbol que se llevará a cabo en Catar en 2022, y la pelea de unificación por los títulos mundiales pesados entre Tyson Fury y Anthony Joshua, contemplada para mediados de 2021 en Arabia Saudita. Y, evidentemente, las reacciones de ciertos espacios deportivos ante aquellos eventos.
Boicot a Catar
Lo que comenzó en Noruega como una serie de declaraciones que llamaban a boicotear el próximo mundial de fútbol ha estado ganando notoriedad últimamente. Uno de los primeros antecedentes de este boicot se puede situar en la declaración oficial del club Tromsø IL en la que critican la elección de la sede basados en las denuncias por corrupción que existieron tras su elección, y las condiciones de “esclavitud moderna” a la que se están viendo enfrentados numerosos trabajadores para la construcción de la infraestructura requerida. “El dinero siempre será una parte importante del deporte -dice el comunicado-, pero esto no significa que al mismo tiempo aceptemos la corrupción, condiciones de trabajo que atentan contra la vida y miremos para otro lado cuando ocurran atrocidades”.
En este sentido, una investigación del diario inglés The Guardian reportó que al menos 6500 trabajadores migrantes han muerto entre los años 2010 y 2020, los años en que se han llevado a cabo los trabajos de construcción previos a la Copa del Mundo en Catar 2022. Las muertes ocurridas no se clasifican por ocupación específica, por lo que es difícil relacionarlas específicamente a las obras en sí, pero, como menciona Nick McGeehan, director de FairSquare, organización no gubernamental enfocada en la investigación en temas de Derechos Humanos, “una cantidad importante de los trabajadores migrantes que han muerto desde 2011 solo estaban en el país debido a que Catar ganó los derechos para ser anfitrión de la copa mundial de fútbol”. Las cifras hablan de 6500 trabajadores fallecidos, pero este es el piso mínimo, pues los datos fueron obtenidos de fuentes gubernamentales de India, Nepal, Pakistán, Bangladesh y Sri Lanka. No se incluye en esta cifra los trabajadores de países como Kenia y Filipinas, cuyos migrantes también tienen alta presencia en este país, pero de los que no se cuenta con datos oficiales emitidos por sus respectivos consulados.
Denuncias sobre las condiciones laborales en Catar no se ciñen solamente al fútbol: Amnistía Internacional y Human Rights Watch, entre otras, han puesto foco en las numerosas faltas cometidas tanto por el gobierno catarí como por empleadores de aquel país, entre ellas, abusos con respecto a los sueldos pagados o incluso no pagados, no cumplimiento de compromisos con la Organización Internacional del Trabajo (OIT), la vinculación de visas de trabajo a empleadores específicos y los abusos que este sistema ampara, e incluso denuncias de tráfico humano y abuso sexual.
A la declaración del Tromsø contra el mundial de 2022 se sumaron en manifestaciones las selecciones de Noruega, Alemania, Holanda y Dinamarca. “Derechos Humanos dentro y fuera del campo” (Human rights on and off the pitch) decía la camiseta que el seleccionado holandés lució en su estreno como local para las clasificatorias mundialistas a finales de marzo. Y una causa levantada por el danés Casper Fischer será discutida en el parlamento de aquel país si logra reunir las 50 mil firmas requeridas para que una moción popular llegue a discutirse por esa institución.

¿Cuáles han sido las respuestas del sector dominante? Pueden resumirse en las declaraciones de la federación noruega de fútbol: pérdidas de los ingresos por premios de participación, pérdidas de los trabajos de trabajadores migrantes, efectos negativos en todos los seleccionados nacionales noruegos, posibilidad de ser expulsados de las competencias FIFA. Los paralelos con respecto a las respuestas comunes de la clase dominante en relación a las demandas sociales de la clase trabajadora saltan a la vista.
Fury y Joshua a Arabia Saudita
Hoy, probablemente la pelea más grande que se puede hacer en el boxeo mundial es la de Tyson Fury contra Anthony Joshua. El primero, campeón mundial pesado de la WBC. El segundo, campeón mundial pesado de la WBA, IBF y WBO. La pelea sería, por tanto, por los cuatro títulos de la categoría más laureada del deporte y el ganador, entonces, sería el campeón indiscutido.
Una particularidad de esta pelea es que sería una unificación de cinturones entre dos peleadores del mismo país: tanto Fury como Joshua son ingleses, país con una vasta tradición en este deporte y en el que, además, este cuenta con una gran popularidad. Otros peleadores ingleses han sido capaces de movilizar decenas de miles de fanáticos para ver peleas en el extranjero, como fue el caso de Ricky Hatton en aquella recordada pelea contra Floyd Mayweather en 2007, en la que más de diez mil ingleses viajaron desde su país para llenar el MGM Arena de Las Vegas. Carl Froch y el mismo Anthony Joshua no son ajenos al fervor popular, habiendo ambos peleado en estadios con 80 mil espectadores. De hecho, Wembley, mundialmente conocido como la casa de la selección de fútbol inglesa, ha sido sede de numerosos combates a estadio lleno.
Es, entonces, todavía más extraño que la pelea más importante de los últimos tiempos, y por cierto, la más grande que puede hacerse entre peleadores ingleses, se lleve a cabo en Arabia Saudita, como lo reportan numerosas fuentes a distintos medios, en un acuerdo de dos peleas que podría costarle al país árabe cerca de 200 millones de dólares y que estaría manejando como fecha tentativa para el primer combate el verano europeo.

No puede desconocerse el efecto que la pandemia ha tenido en los eventos masivos, por lo que pensar en un recinto cerrado con 80 mil personas no parece sensato, pero aquello no significa que la única alternativa sean los dólares del petróleo saudí. De hecho, la confianza que tienen en aquel país para llevar a cabo eventos deportivos de esta magnitud los llevó a desarrollar el proyecto Neom, una ciudad interactiva con costo aproximado de 500 mil millones de dólares y que ya se ha ligado a la Fórmula E a través de Mercedes Benz.
Numerosas voces, no obstante, se han opuesto a este ímpetu saudí por convertirse en anfitriones de eventos deportivos, pues ven en ello la intención de sus líderes de mejorar su posición en la escena mundial. Más aún con las denuncias sobre vulneraciones a los Derechos Humanos en las que se ha visto aquel Estado.
Es en este sentido que cobra nuevamente relevancia el nombre de Jamal Khashoggi, periodista del Washington Post crítico del gobierno de Mohammed bin Salman y que fue asesinado en el consulado saudí en Turquía. Tras un largo silencio por parte del gobierno, este confirmó la muerte del periodista sin referirse a sus causas. Trascendidos desde Turquía, entre los que se cuenta una pista de audio con sus últimos minutos con vida, indican que fue víctima de torturas previo a su muerte.
Kate Allen, directora de Amnistía Internacional en el Reino Unido, se ha mostrado preocupada con respecto a que esta pelea se lleve a cabo en Arabia Saudita, más considerando que información desclasificada que ha sido recibida por distintos gobiernos indica directamente a Mohammed bin Salman como cómplice del asesinato de Khashoggi. Como indica al medio Telegraph Sport: “Si esta pelea se lleva a cabo allá, no será una sorpresa ver nuevamente a las autoridades saudíes utilizando un evento deportivo de este calibre para lavar su imagen por su prontuario en Derechos Humanos. El príncipe bin Salman quiere al mundo hablando sobre el deporte en Arabia Saudita, no sobre disidentes siendo encerrados tras juicios falsos o torturas en sus cárceles”. Algo que cobra todavía mayor relevancia con la reciente ejecución de tres soldados saudíes por el crimen de alta traición, anunciado hace unos días.
No sería el primer acto de sportswashing en el que se vería involucrado el dinero del petróleo. Emiratos Árabes, otro país que ha sido acusado de numerosas violaciones a los Derechos Humanos, es el lugar de origen del jeque controlador del City Football Group, grupo transnacional dueño del Manchester City y de otros clubes en distintos continentes. También de allí es el dueño del Charlton inglés. Asimismo, el dueño del Sheffield es un jeque saudí y el mismo príncipe bin Salman estuvo cerca de adueñarse del histórico Newcastle United en una operación de más de 400 millones de dólares.
Latinoamérica no está exento
Quizá el ejemplo más cercano de esta práctica en nuestro continente puede verse en el Montevideo City Torque, antes conocido como Club Atlético Torque. El cambio de nombre no es casualidad: desde 2017, es parte del mismo City Football Group, aunque solo cambiaría su nombre a principio de 2020. El Bolívar, histórico club boliviano, también se asoció recientemente a este mismo grupo, pero inicialmente a través de la figura de partner.
Aunque, quizás, los ejemplos más recordados y trascendentes de estas prácticas podemos encontrarlas en las numerosas dictaduras latinoamericanas. Hay muy pocas dudas de cómo el gobierno de Videla en Argentina buscó por todos los medios utilizar el mundial de fútbol de 1978 para mejorar tanto su imagen interna y externa. “En el marco de esta confrontación deportiva caracterizada por su caballerosidad, en el marco de la amistad entre los hombres y los pueblos, y bajo el signo de la paz declaro oficialmente inaugurado este onceavo Campeonato Mundial de Fútbol 78”, decía el discurso de Videla en el Estadio Monumental, muy cerca de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), centro de tortura y detención de la dictadura Argentina y que tuvo en sus causas asociadas a cientos de represores procesados.
Chile tampoco fue ajeno a estos procesos. Conocida es la historia de cómo la dictadura de Pinochet utilizó a la selección de fútbol para levantar los ánimos patriotas alrededor de esta. Un ejemplo claro es aquel partido entre Chile y la Unión Soviética y el conocido “gol de la vergüenza”, anotado por Francisco Chamaco Valdés, que le dio la clasificación a Chile ante la no presentación de los soviéticos. Aquel gol fue convertido en el Estadio Nacional, lugar que fue el mayor centro de detención y tortura del gobierno de Pinochet. Menos conocido es el análogo que tuvo este proceso en la selección chilena de Copa Davis y la negativa del equipo soviético a enfrentarse con Chile en las semifinales de la Copa Davis de 1976, con lo que Chile accedió a la final por no presentación del rival. En la final, la federación italiana de tenis discutió largamente sobre si competir o no contra el Chile de Pinochet. La decisión fue competir y los argumentos fueron prácticamente los mismos que los esgrimidos por la Federación de Fútbol Noruega en relación al boicot a Catar 2022. Algunas cosas, al parecer, no cambian.