El fútbol de la casa de Bello

Roberto Rabi G.
Asamblea Hinchas Azules

El rector de la Universidad de Chile, Ennio Vivaldi, en el contexto de una entrevista polémica y sin perder la solemnidad, declaró que si la universidad que él dirige como rector no está conforme con la operación bursátil mediante la cual un grupo inversor adquirirá buena parte de las acciones de Azul Azul S.A. (la concesionaria del fútbol de la “U”, no olvidemos, por un plazo específico y perentorio), tiene todo el derecho de decir: bueno, en esas condiciones no acepto que se use el nombre de la Universidad de Chile y tendrán que buscar otro nombre, que no acepto que se use el emblema de la “U” y el chuncho y no sé, a lo mejor tendrá que empezar de tercera división”.

La Universidad, suele afirmarse, tiene ciertas tareas fundamentales: docencia, investigación y extensión; el deporte ha sido históricamente una parte fundamental de su rol de extensión. El fútbol de la Universidad de Chile se ha desarrollado en ese contexto y se ha impregnado de los valores de la casa de estudios, y las modificaciones de esquema jurídico que se han producido en contextos de crisis -como la creación de la Corfuch o, tras su quiebra, la concesión a una desafortunada sociedad plástica que cotiza sus acciones en la bolsa de valores- no pueden cambiar el fondo del fenómeno. El fútbol de la Universidad de Chile debe hacer carne ciertos principios irrenunciables: su compromiso esencial con el interés general del país; la igualdad social y de género; el pluralismo intelectual, moral y político; el diálogo; la tolerancia y libertad de conciencia, de pensamiento y expresión[1].

El nudo del problema es que la concesionaria ha actuado de hecho y, valiéndose de la pseudolegitimidad que le entregan dos representantes de la universidad en el directorio, como ha querido. Sin el más mínimo apego a los valores de la casa de estudios y, en rigor, sin fidelidad a otra cosa que no sean las leyes del mercado. Lo que es especialmente peligroso cuando ha estado permanentemente en manos de grupos controladores[2] que buscan abultar la riqueza de cierto magnate. Hasta ahora, que el grupo controlador será otro y de él sabemos poco y nada (el propio rector reconoce que no sabe mucho de ellos ni de su proyecto). Se trata de un grupo denominado Tactical Sport, cuyo integrante principal es el Grupo Santor, pero además, y en una proporción no despreciable, el Atlas Bank de Panamá, una institución financiera que no tiene el prestigio de ser muy exigente con los fondos que llegan a sus arcas. Obedece solo al verde del dólar y sepa dios lo que hay realmente detrás de su fortuna.

¿Qué proyecto deportivo propondrán? Seamos serios, no imagino a sus representantes comprar la tajada del león de Azul Azul con un discurso del tipo “la ‘U’ es de su gente y lo más importante es que su fútbol la represente con entera fidelidad a sus valores fundamentales”. No es para eso que un fondo inversor multinacional compra acciones en una sociedad anónima de fútbol tercermundista. Es evidente que lo hacen para ganar plata, esperan aprovechar el potencial de la “U”, que no es otro que la fidelidad de su gente -porque patrimonio material, la “U” prácticamente no tiene- y lograr con eso una rentabilidad que no lograrían si compraran no tan barato como la situación actual se los permite.

Ese es nuestro presente como hinchas leales a nuestro pasado y esencia, fieles a un club de personas que buscan que el juego de la pelota represente principios que mejoran la sociedad, rabiosamente incondicionales a aquella consigna. Eso es lo que nos toca ahora padecer, no solo que vengan otros magnates, lobos vestidos con piel de oveja y se vean obligados a emplear un cinismo sofisticado, porque el rector de la casa de estudios los está obligando a disfrazar sus propósitos evidentes. No, eso no es lo peor. Lo más lamentable es que todo este circo nos distrae de lo esencial: Azul Azul no es una entidad imperecedera ni tiene por qué representar el futuro de la “U” ni siquiera a mediano plazo.

Tiene sus días contados jurídicamente desde que nació y los que amamos de verdad a la “U” no nos identificamos ni nos proyectamos con la concesionaria. Queremos que nuestro fútbol sea azul, con la “U” el pecho, el búho de nuestra insignia en el banderín y sobre todo con nuestros valores. Los de siempre, los que nos definen.

Que sea eso, o que no sea.


[1] Ver más detalle en https://www.uchile.cl/portal/presentacion/institucionalidad/39635/mision-y-vision

[2] En los términos del artículo 97 de la ley de mercado de valores, esto es, en simple, poder de decisión sin límites.

Un pensamiento

  1. Amigo, si supieras todo lo que hizo la universidad para lograr la quiebra de la Corfuch -cuyos dueños eran los socios-, incluídos los telefonazos del mafioso del entonces decano de Derecho Roberto Nahum a Gianni Lambertini, Tesorero General de la República (que fue quien pidió la quiebra de la Corporación) y a los ministros de la Corte que revocaron la sentencia que negaba la quiebra en primera instancia, te cambiaría la imagen romántica que tienes de la universidad. A ellos lo único que les importaba era que la concesionaria (Azul azul) les pagara un royalty mensual por el uso del nombre y emblemas, ¿por qué?, porque en 1978 al crearse la CORFUCH y poder deshacerse del «cachito del futbol», cedieron a ésta a título gratuito y de forma permanente los emblemas y el nombre, por lo que no recibían un peso. El 2004 ellos tenían varios estudios que les abrieron los ojos sobre el tremendo negocio que se perdían al no recibir ni un peso por la venta de camisetas y de merchandising, por lo que mientras la Corfuch viviera no tenían pito que tocar, entonces amañaron la quiebra y con la complicidad del sindico Edwards, dejaron a los socios totalmente fuera de Azul azul (a diferencia de colocolo). Hoy, la universidad solo está haciendo ruido para obtener un royalty más alto, pero les interesa un pito la gente. Esos son sus valores, platita, platita, platita. El resto es música.

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