
Por Daniel Albornoz
Presidente de la Asociación Hinchas Azules
La “U” ha cerrado un año angustiante, de tabla ponderada siempre bajo la lupa, de frustrantes ganas de poder ir al estadio. El 2020 se cerró con la permanencia en Primera A y una clasificación a Copa Libertadores que no deja de sorprendernos porque el rendimiento en cancha no es el de un equipo listo para dar el salto a la competencia continental. Y el rival a sortear es San Lorenzo.
Se cierra un ciclo importante. Parten Beausejour, Rodríguez, González y Montillo, de quienes recordaremos grandes campañas en el período 2010-2012: muchos goles del Mati; unos pocos, pero de gran importancia, de Rocky; el constante correteo con balón de la Ardilla que dio joyas y alegrías cruciales.
Todo tiene su final, nada dura para siempre.
Esperemos que esa tonada se devuelva a quienes trataron pésimo a Osvaldo en su primera salida del club y, sobre todo, a quienes tardaron tantos años en abrir las puertas del retorno a Montillo. La eterna falta de visión, de proyecto, de tacto y de conducción de la administradora Azul Azul quedó, una vez más, al desnudo con el trato a Walter, quien solo le aceptaría un café conversado a Súperman Vargas, aludiendo a que el resto de la dirigencia no le dejó una buena impresión.
Ahora se estructura un nuevo plantel para afrontar un 2021 distinto que tal vez nos vea volver a las galerías, con un campeonato sin el yugo del puntaje ponderado y con una ventanita hacia el continente. A ver si damos un saltito y entramos por ella.
Y pudo ser Independiente del Valle el rival, bastaba un punto menos, un empate más de los tantos que tuvimos y la suerte pudo habernos enviado a la sierra ecuatoriana. La institución de San Lorenzo de Almagro da para intimidar a cualquiera: uno de los grandes argentinos, con un palmarés impresionante, una hinchada muy identificada y tenaz, un club con una linda historia de resiliencia y alegrías. No obstante, el ascenso meteórico de Independiente del Valle (IDV) en las últimas décadas es algo que llama muchísimo la atención.
IDV apareció en el mapa continental a finales de la década recién pasada. No cuenta aún con ningún título en Ecuador, pero ya es indiscutidamente uno de los clubes importantes de ese país, abriéndose paso entre la reciente gloria de la Liga de Quito o el arrastre popular de los clubes grandes de Guayaquil. Y, hasta hace poco, era solo un club amateur. ¿Cómo ocurrió tamaña transformación? ¿Se trata de un «Cobreloa de los 80’», de un Chelsea? Es decir, ¿es solamente una cuestión de inyección de dineros, de llevarse jugadores estelares a un club armado para conseguir copas?
La realidad es bien distinta y por ello me tardo un poco en este club. IDV debe su éxito deportivo a una apuesta que no pone por delante ni los réditos económicos -como el modelo de las SA y SADP presupone-, ni los triunfos en la cancha -que la naturaleza misma del deporte se encarga de elevar al rango de meta a conseguir-. IDV tiene una apuesta eminentemente social y formativa. La educación es uno de los pilares de una institución que cuenta con un Liceo Técnico, un complejo deportivo con vocación formativa, un sistema de búsqueda de jugadores con un perfil claro y con la misión de entregar oportunidades a jóvenes de todas las regiones del Ecuador, un primer equipo nutrido en amplia mayoría por jugadores formados en el club, entre otras características.
IDV no cuenta con la inyección de recursos que conlleva tener una hinchada como la de la “U” y, sin embargo, invierte más de un millón de dólares en formar personas, de las cuales algunas se convierten en futbolistas profesionales. El contraste con Azul Azul es sideral. En la “U”, toda la plata se va en el primer equipo, en sueldos de jugadores, en pagar cláusulas de contratos mal hechos y mal terminados, en cubrir los hoyos que la nula planificación pone en el camino de planteles eternamente carentes, en la primera o segunda plantilla más cara.
Sin embargo, seguimos atrapadUs en un modelo de administración excluyente en el que todo sigue bajo el alero de la billetera de un magnate evidentemente incapaz de administrarla con éxito.
Todo tiene su final, nada dura para siempre.
Alguna vez esta tonada la cantaremos festejando el día en que la concesionaria, la plutocracia (el gobierno de los más ricos), la improvisación, el capricho salgan de la Universidad de Chile. Pero necesitamos condiciones.
Una de ellas es que nuestra sociedad, que está revisando sus definiciones más profundas en el proceso constituyente, admita que el deporte profesional no solo es una actividad mediática que canaliza muchos recursos económicos, de alto impacto social en individuos y comunidades; es también el fruto de la voluntad de esas personas y comunidades, de sus proyectos, de los espacios que abre, de las posibilidades de formar personas y deportistas, de integrar a decenas o cientos de miles, de diversos orígenes, en un proyecto común. Para que ese proyecto común exista, debe tener una gobernanza que permita la participación de esa base social que compone la comunidad, da vida al club y, al final de cuentas, transforma ese partido de fútbol del domingo en un espectáculo de masa. Es en ese orden, y no al revés, como hace ver la actual legislación, en el que se desarrolla el fútbol profesional.
Hinchas de la “U” compartimos una doble faz, a veces de una fe extrañamente religiosa en que la voluntad, y a veces el buen fútbol, nos den una alegría más y, a la vez, un fatalismo, un toque de tragedia constante a la espera de las derrotas. Tal vez es tiempo de dejar de sufrir el presente y empezar a forjar un futuro porque, con la conducción de la “U” bajo Azul Azul, ya sabemos que se trata de una deriva demasiadas veces vergonzosa. Por lo muy mínimo, insuficiente para relucir el nombre de la Universidad de Chile. ¿Y si damos un salto?