Jorge Benavides, escritor: “Algo del fútbol murió para mí cuando viví la excesiva profesionalización de los niños”

El autor del libro “El fútbol es un juego triste” busca entrelazar el fútbol y la filosofía, dos áreas que suelen mezclarse poco. En la obra, toca estos temas a través de situaciones más cotidianas que tienen que ver, en parte, con su experiencia en el fútbol desde la vivencia en distintos ambientes, como la práctica y la asistencia a los estadios.

Jorge Benavides, escritor y dramaturgo, estrenó durante diciembre, de la mano de Ediciones Festigol, el libro “El fútbol es un juego triste”, que ya agotó su primera edición. Reconoce, eso sí, que su base artística es la dramaturgia, no la narrativa. “Tuve grandes maestros, como Juan Radrigal, Luis Barrales o Ramón Griffero”, explica. Y que fue a través de la dramaturgia que empezó a hacerle guiños a la literatura, particularmente a la escritura de cuentos. 

Pero también tiene pasado y presente de fútbol. Desde las series infantiles en clubes de barrio hasta su fanatismo por Rangers de Talca han marcado su obra a través de los imaginarios construidos y de la experiencia con la marginalidad, donde ningún futuro estaba garantizado. “Ese mundo me llamó mucho la atención para ser explorado dentro de los relatos -explica-, pero más que nada, son los imaginarios que rodearon mi experiencia como futbolista infantil”.

¿Qué es el fútbol para ti?

Lo que yo he sentido con el fútbol ha ido variando en el tiempo. En mis inicios, cuando empecé a jugar a la pelota y uno era “descubierto” en las canchas de tierra por el vecino que era el encargado de la serie infantil del club deportivo de la misma población, de la villa, del barrio; sentía que en ese jugar a la pelota, yo era muy feliz. Uno era desprejuiciado y podía jugar horas y horas en la cancha de tierra o en el colegio. Una primera transición que vivo ocurre cuando llega el momento de ponerme la camiseta de un club deportivo. En ese punto, se convierte en algo que es más de ver que de placer, uno comienza a sentir que el fútbol ya no era algo que se disfrutaba tanto, pues había que cumplir ciertas funciones dentro de una cancha que limitaban, en este caso, la fantasía o el instinto. Se racionaliza la cancha, de cierta forma, con las indicaciones del director técnico. 

¿Cómo fue ese cambio en concreto?

Yo jugaba de delantero, hacía muchos goles, pero por mi altura, me cambiaron a defensa central. Ahí sentí que se me coartaba lo instintivo del fútbol, y que era, para mí, lo fascinante. En ese momento, algo del fútbol murió para mí, y que tiene que ver con lo que se vive ahora, con esto de profesionalizar a los niños. Tienen director técnico desde pequeñitos y los hacen jugar a no más de dos toques porque hay que ganar de otra forma. Ahí mi relación con el fútbol se fue desvaneciendo en tanto jugador, pero como hincha lo sigo disfrutando, principalmente a mi equipo, Rangers de Talca. Más por el amor a la camiseta que por otra cosa, porque también encontramos en ese espacio la relación con las Sociedades Anónimas, la experiencia nefasta que significa ir al estadio. Pero el amor a la camiseta es mayor al desencanto y va a estar siempre. Desde esa mirada, lo disfruto y lo sigo queriendo.

¿En qué se diferencian el fútbol como juego y el fútbol como industria?

Esa diferencia justamente ya no se ve. Ya no podemos hacer diferencias con respecto a lo que pasaba en el barrio. Podría hacer esta comparación con el pasado con respecto a que se anula la fantasía. Como cuando uno llegaba a la cancha y jugaba desde las 10 de la mañana hasta las siete de la tarde y empezaba a fantasear con estas jugadas. O cuando con el compañero, en la cuneta, nos decíamos “tú me las vas a tirar acá”. No teníamos esas riendas que tienen los niños que ahora entran a clubes, que tienen un director técnico que, si bien los ordena, les anula lo instintivo, lo fantasioso que tiene el fútbol, eso de tocarla o ganar partidos solo. Antes, uno sabía que los chicos iban a llegar a ser futbolistas profesionales porque se los pasaba a todos y el director técnico no los retaba por hacerlo. Ahora, el niño que quiere experimentar esa fantasía, esa virtuosidad de sacarse uno o dos, no puede porque tiene que tocar y no puede pasar cierta línea. Eso, para mí, ha sido lo que ha matado al fútbol, esta excesiva profesionalización. Hoy está pensado para ser profesional más que para el placer. Se supone que vas a la cancha a disfrutar, pero es increíble cómo le gritan a los niños, sus propios padres u otras personas ajenas, y eso para los niños es frustrante. He visto esas caras de asustados, esos niños a los que ponen de defensas laterales y les dicen “tú tienes que llegar hasta aquí” y los veo con mucha angustia. Eso me hace mucho ruido. Pero no tengo con qué compararlo porque en las mismas poblaciones o en las villas, los chicos no están jugando. Todos estos espacios, las canchas de tierra, los pasajes, fueron desapareciendo con el progreso, fueron quedando de lado.

Pasando más al libro en sí, ¿por qué unir la filosofía y el fútbol?

Trabajo como profesor de filosofía y mis estudiantes siempre planteaban la idea de que ciertos autores les parecían aburridos de ser abordados desde la filosofía misma. Por ejemplo, me decían que Heidegger, Nietzsche o Platón eran muy aburridos, salvo los típicos estudiantes, pocos, que toman en cuenta al profesor de filosofía. Y me decían que mejor les pasara una pelota para ir a jugar mientras yo me quedaba con los que estaban interesados. Entonces dije “me gustaría tener algún insumo que una las pasiones de estos jóvenes con la filosofía” y, como tengo algo de manejo porque fui futbolista, me decidí a escribir un libro de cuentos que uniera las dos cosas que yo, entre comillas, puedo saber más, el fútbol y la filosofía, para ponerlo al servicio de los estudiantes. 

¿Cómo fue la experiencia?

Comencé con algunos cuentos y, a partir de la historia que se mostraba, hacía el vínculo a la premisa filosófica. Eso pareció más interesante, descubrir al autor desde el cuento filosófico. Hice esa relación pensando justamente en estudiantes más que en otro público, en jóvenes de 16 o 17 años, tercer o cuarto medio, dadas las temáticas que engloba. A mí como docente me parecía útil, y en opinión de más docentes, era una idea valiosa, pero la recepción cuando intenté moverlo en el sistema municipal, con este afán de que sirviera como material para cursos de estas edades, no fue lo que yo esperaba. Eso muestra, en general, que insertar un libro en este tipo de sistemas, cruzar aquellas barreras burocráticas, es súper complejo desde la autogestión.

¿Qué tiene que decir la filosofía del fútbol o el fútbol de la filosofía?

Esa fue la pregunta que me hice al principio. Desde ella, se comienzan a tomar temas filosóficos como la libertad, la justicia, la reivindicación de los derechos, la crítica a esta sociedad disciplinaria en la cual el fútbol está inserto. La crítica a la normalización de ciertos aspectos que nos van coartando cada una de nuestras dimensiones. El fútbol era uno de los pocos espacios de creación y de expresión que quedaban, pero también vemos que se encuadra en esta sociedad que nos atrapa, que convierte a nuestros clubes en sociedades anónimas. Pienso que la filosofía es un arma potente de resistencia, de darnos cuenta de lo que está mal en nuestro alrededor, incluido el fútbol. Analizábamos con mis estudiantes de cuarto medio que la experiencia de entrar al estadio es un panóptico, es una cárcel, es totalmente desagradable. Incluso aquí en Talca, lejos de la capital, personas de 80 o 90 años se sienten ultrajados por la policía y por los controles. Esos análisis hacemos desde la filosofía, desde cómo la vigilancia y el castigo lo han convertido en una experiencia desagradable. Muchas personas dejan de ir por lo mismo; he visto hinchas que se sienten humillados durante los controles. Tanto el tema de la humillación, de la felicidad, de qué es lo que me da placer o no, los enganchamos con la filosofía.

¿Con qué se va a encontrar la persona que abra tu libro?

Con historias diferentes. No es un libro uniforme porque, al tomar temáticas filosóficas de diferentes autores, hay algunas en tono de comedia, sátiras, un texto de Maquiavelo o de Rousseau, sobre si la persona nace buena y la sociedad la corrompe. Pero siempre pensando en jóvenes que se encuentren en esta búsqueda, en este develar para después seguir indagando tanto en la filosofía como en el fútbol, porque cualquier persona los entiende. No es un libro de filosofía, para nada, es un acercamiento a través de una premisa que está a lo largo de los nueve cuentos y usando un lenguaje accesible. Traté de hacer algo similar a lo que hace Juan Radrigán: dignificar el lenguaje de los personajes marginales que aparecen en la obra y, donde era necesario usar un lenguaje más potente, aparece sin ningún tipo de censura. También están pensados los usos de palabras violentas, en tanto violencia simbólica, pues es para cargar justamente estos símbolos en violencia. Está pensado para estudiantes, pero lo puede leer todo el mundo.

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