Sócrates Brasileiro Sampaio de Souza Vieira de Oliveira (parte VII)

Esta entrada es la séptima parte de una serie de publicaciones que recorren la biografía de Sócrates. La sexta parte se encuentra en Sócrates Brasileiro Sampaio de Souza Vieira de Oliveira (parte VI)

1980 no solo fue definitorio para el Sócrates de club, Corinthians, sino que también lo fue para el Sócrates de selección. Al nuevo entrenador del combinado nacional le gustaba jugar muchos partidos, pues consideraba que la mejor forma de que los equipos rindieran en la cancha era si los jugadores lograban conocerse dentro de ella y ganar experiencia jugando. Sócrates había sido indicado por los medios de comunicación como uno de los mejores jugadores de aquel equipo brasileño, pero el entrenador, en conferencia de prensa, dijo que había sido convocado como “uno más” y que tendría que ganarse su puesto como cualquier otro. De hecho, el primer llamado a su mando fue para iniciar desde la banca en un partido contra un combinado juvenil. Tras eso, la historia ya es conocida: de nueve amistosos, una derrota contra la Unión Soviética, un empate contra Polonia y victorias contra Chile, Uruguay, Paraguay dos veces y Suiza, con Sócrates llegando a portar la jineta de capitán.

A finales de aquel año, prácticamente el mismo equipo (sin Zico, Reinaldo y el portero Carlos, todos lesionados) jugaría el denominado Mundialito FIFA, un torneo en el que los anteriores campeones del mundo se reunieron para celebrar los 50 años transcurridos desde el primer mundial. Y al igual que en ese primer mundial, el local fue Uruguay. Sócrates vivió en aquel torneo su primer enfrentamiento con Diego Maradona, un empate a 1 gol en la fase de grupos; su primera final oficial tras pasar por diferencia de gol en el grupo que también componían Argentina y Alemania occidental; y su primera decepción, tras perder, siendo favoritos, 2 a 1 contra Uruguay. Un pequeño Maracanazo. 

Y así, como sin tregua, más desafíos: clasificatorias mundialistas, incluyendo un partido por los puntos en La Paz contra Bolivia. Para aclimatarse, el equipo brasileño jugó amistosos contra Colombia en Bogotá y Ecuador en Quito. La aclimatación le sirvió también a Sócrates para ponerse a punto físicamente y callar bocas. Su estilo de vida bohemio, de mucha noche, mucho fumar y beber, no había cambiado ni cambiaría, pero quería demostrar que no era esto lo que influía en su nivel. Callar bocas, principalmente aquellas que decían que los jugadores deberían tratar sus cuerpos como templos. “Todos se acuerdan de que fumo y bebo cuando juego mal, pero nunca cuando juego bien”, solía decir. Para él, la bebida y la fiesta eran tanto un signo de rebelión y desafío a la autoridad, como de camaradería. Creía y sentía que jugaba mejor si tenía a sus amigos al lado, y las noches de fiesta y las cervezas una tras otra eran parte de aquella amistad que quería hacer trascender. “El fútbol es fugaz, son los amigos lo importante”. El equipo terminó ganando 1-0 en la altura, con Sócrates jugando todo el partido, corriendo incluso más que lo usual, pues jugaron parte importante del encuentro con uno menos. 

El entrenador del equipo nacional en ese entonces ya tenía plena confianza en Sócrates. Quizá motivado por su historia de vida, aunque sus orígenes no podían ser más distintos: mientras Sócrates había tenido la posibilidad de seguir estudios terciarios; para él, nacido en una familia rural y con hermanos del orden de las decenas, la carrera del fútbol había sido algo natural y obligatorio a la vez. Y este trayecto de vida hizo que, tanto en su rol de futbolista como de entrenador, siempre privilegiara ciertas características: honestidad y esfuerzo. Condiciones que no solo estaba viendo actualmente en este Sócrates bohemio, sino que le permitían además apreciar otras, como su innato aunque poco convencional liderazgo. Seguiría siendo, así, parte importante del seleccionado en los años venideros.

El impulso anímico que había conseguido Brasil, ya clasificado a España 1982, se trasladaría de continente: una pequeña gira europea los vio vencer 1-0 a Inglaterra (la primera derrota inglesa como local contra un equipo latinoamericano), 3-1 a Francia (la primera derrota francesa en el Parc des Princes en 6 años) y 2-1 a Alemania occidental. Tras aquella gira, la prensa y las casas de apuestas pondrían a ese Brasil, al Brasil de Sócrates y Zico, como principal candidato a levantar la próxima copa del mundo, y a sus dos figuras dentro de los mejores jugadores del orbe. “No hay nadie que juegue mejor que nosotros”, dijo Sócrates tras la gira, “pero no podemos relajarnos. Nuestro principal peligro somos nosotros mismos”.

Su regreso a Brasil, a São Paulo y al Corinthians, sería todo un contraste. No solo el equipo jugaba mal sin él, sino que a eso se sumaba que, durante su ausencia, el presidente Vicente Matheus llevó a cabo una pequeña purga en la que se cesó a jugadores que llevaban bastante tiempo en el plantel, como Vaguinho, Amaral y Geraldão, entre otros. Wladimir, el representante de los futbolistas en el consejo, no pudo imponer la posición de estos sin el apoyo de la principal figura, y el Corinthians, con un Sócrates en su mejor estado físico, pero sin sus amigos en cancha, no pudo remontar el mal inicio y terminó octavo en el Campeonato Paulista. Los siete primeros de ese campeonato clasificaban al Brasileirão, por lo que el Corinthians, en la práctica, tuvo que jugar ese año en la segunda división nacional. 

La crisis provocó numerosos desajustes directivos y estratégicos en la plana del club, pero esta parecía ser ajena a Matheus. Su segunda presidencia llegaba a su fin, y, por estatutos, un tercer período no era posible. Lo logró en la práctica, no obstante, tras conseguir a alguien más que se presentara como presidente para él operar en las sombras como el segundo a cargo. El nombre elegido fue el de Waldemar Pires. Esta dupla duró cerca de medio año, pero, tras numerosos arrebatos de Matheus, Pires le pidió la renuncia para dejar de ser una marioneta y asumir completamente su labor.

Telê Santana

El carrusel directivo en el Timão solo generaba incertidumbres y vacíos. Vacíos que Sócrates estaba dispuesto a llenar, pues el Sócrates que volvió como capitán de la selección era otro jugador, uno que había aprendido mucho del entrenador de ese equipo, el ahora mítico Telê Santana. Santana, un aficionado al buen juego y al espectáculo, lo que es quizá uno de sus aspectos más reconocibles, confiaba plenamente en sus jugadores y sus habilidades. Sus entrenamientos no eran excesivamente técnicos, físicos ni tácticos, sino que eran principalmente de juego. La confianza en sus jugadores tampoco se cerraba a las decisiones de jugadas puntuales, sino que también en la forma de enfrentar los partidos. El espíritu de equipo era vital para lograr buenos resultados y los jugadores no solo se sentían importantes, sino que eran importantes, más aún Sócrates, líder, en los hechos, de aquella gira. Y este nuevo Sócrates, uno que había sido partícipe de un equipo donde los jugadores eran relevantes y escuchados, sufría desde la distancia con el andar del Corinthians. Casi como un hincha, incluso, a diferencia de lo que declaró en su incorporación. Sentía también, en contraste, que esta importancia que podían tener los jugadores, la que le había enseñado en parte Santana, podía generar algo distinto también en su club. Quería y necesitaba tomar y ofrecer otros roles para levantar a un equipo que ya sentía como suyo.

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