15 de noviembre

Verónica Loyola Fajardo
Colaboradora Asociación de Hinchas Azules

A poco más de un año de iniciada la revuelta popular chilena, verificamos como, una vez más, las historias de los pueblos latinoamericanos no solo están unidas inexorablemente, sino que son una sola cuyo cauce es indivisible.

A poco más de un año de aquel despertar chileno que muchos llaman el “estallido social”, la evidencia nos demuestra cómo todos los pueblos oprimidos por las elites económicas somos una olla a presión cuya ebullición cada cierto tiempo logra encontrar, con mayor o menor fuerza, con mayor o menor resultado concreto, una válvula de escape que permita dejar fluir, al menos en cierta medida, la presión acumulada en años de abusos y desprotección.

El 15 de noviembre de 2019, la presión social y la persistente y valiente lucha callejera obligaron a la casta política chilena a “acceder” a otorgarnos una demanda histórica, comprometiéndose a proporcionarnos los medios para escribir una nueva constitución que surja de las bases de la ciudadanía, dejando atrás el legado constitucional de la dictadura de Pinochet. Si bien es cierto que las condiciones pactadas aquella noche de noviembre no son las que hubiésemos querido, y aun cuando aquellos que firmaron “el acuerdo por la paz” buscaron dejar establecidas las cosas de manera tal que nuestra participación real en las decisiones relevantes de nuestro país sea -como siempre- compleja, no podemos desatender el hecho de que nos encontramos ante una posibilidad histórica que quizás muchos, dentro de quienes me incluyo, nunca imaginamos que, como pueblo, llegaríamos a tener. Por todo eso y más, tenemos que asumir este momento histórico con la responsabilidad y altura de miras que las circunstancias merecen.

El 15 de noviembre de 2020, exactamente un año después, nuestros hermanos peruanos, a través de la presión social y una valiente lucha callejera, que dicho sea de paso le costó la vida a dos jóvenes, consiguieron la renuncia de quien solo cinco días antes asumiera como Presidente de la República mediante cuestionables métodos, por cierto, carentes de democracia.

La historia de nuestros pueblos nos demuestra que nunca nadie nos regaló nada y que solo a través de la presión social podemos conseguir aquello que el sentido de justicia aconseja. Que solo haciendo uso de la válvula de escape es viable que la clase política, ligada casi siempre a los grupos económicos, a lo menos medianamente ponga oído a lo que queremos.

Después del 15 de noviembre, las cosas no cambian de manera mágica ni instantánea. En el fondo, seguimos sufriendo de las mismas injusticias y teniendo las mismas necesidades no resueltas, pero hay algo que cambió el 15 de noviembre, porque ese día constatamos para siempre que sí podemos cambiar lo que parece inamovible. El 15 de noviembre fue un día especial, para Chile y también para Perú. 

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