Equiparemos la cancha en serio

Nuestra Cruzada

Después de todos los esfuerzos mancomunados para organizar una liga de fútbol profesional femenino el año 2008, han surgido una serie de problemáticas que no solo tienen que ver con una infraestructura adecuada, sino también con los derechos que se adquieren: desde el equipamiento deportivo, los uniformes de cada jugadora, hasta contratos de trabajo; cosas que en el fútbol masculino se dan de forma natural. Algo que tiene que ver más allá de la diferenciación entre el fútbol profesional y amateur, más bien se relaciona con la gran brecha de género que existe en todo ámbito y más aún en el fútbol, un espacio dominado por la masculinización y el patriarcado.

El hecho de instalar la idea de generar una selección femenina y un plantel en los clubes nacionales, fue un cambio radical y lleno de dificultades, desde la destinación de recursos, hasta el reclutamiento de jugadoras en distintos lugares de Chile. Esto ha generado que los planteles muchas veces tengan la disposición a implementar una rama femenina en sus respectivos clubes, pero que luego se terminen desentendiendo de ellos, como sucede actualmente con las jugadoras de Cobreloa y de Ñublense, casos en que la ANFP ha sido bastante escueto con las respuestas, dejando en ascuas a los equipos que, con ganas de aportar al crecimiento del fútbol femenino, se han visto de manos atadas para realizar sus entrenamientos y poder participar en el campeonato de transición 2020. Este hecho ha traído consigo consecuencias emocionales en cada jugadora, quienes ven en esto una forma de vida más allá de un pasatiempo: las ganas de poder demostrar las habilidades que se han visto truncadas por decisiones económicas.

Cuando en el año 2008 la Conmebol oficializó que cada club debería tener una liga femenina para competir a nivel mundial, ya sea Copa Libertadores o Sudamericana, los equipos se encargaron de armar cada plantel, sin embargo, no garantizaron que éste tuviera las mismas condiciones que el equipo masculino. Por ejemplo, que el club que juega de local lo hiciera en su estadio oficial y no en las canchas de entrenamiento, como lo hace el equipo al cual nosotras alentamos; las chicas del plantel femenino, desde que comenzó el campeonato nacional femenino, juegan en las canchas del complejo Raimundo Tupper y no en la cancha de San Carlos, como sí lo hace el plantel masculino.

Esto va más allá de la rentabilidad económica de cada club, tiene que ver con voluntades y con derechos esenciales. Las mujeres no podemos seguir siendo miradas como de segunda categoría. Estamos en el año 2020, ya ha sido difícil instalar los planteles femeninos y, sin desmerecer el trabajo que se ha hecho, pero falta mucho para darle dignidad a las jugadoras que lo único que desean es poder mostrar sus habilidades; tener oportunidades que han sido esquivas desde que comenzaron con el gusto a un deporte tan “masculino” como el fútbol. Que emparejar la cancha se tome en serio.

#QueLasCruzadasJueguenEnSanCarlos.

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