Hablemos del deporte: el rodeo no lo es

María Constanza Sepúlveda Ovando
CORPORACIÓN ACLAS

Hablemos del deporte y sus escenarios: la industria, ligada a los empresarios del deporte; el fenómeno como objeto de estudio en lo más amplio, aplicable para los académicos; la vida misma, para deportistas y entrenadores; o bien, el momento de felicidad para familias completas y amigos que se deleitan y acompañan cada fin de semana como espectadores. De cualquier modo, el deporte representa mucho más que el sentir mismo de la competencia.

El deporte tiene orígenes nobles. Aunque podríamos discutir horas y filosofar sobre el concepto de nobleza, quiero detenerme aquí: el deporte es, por sobre todo, un conjunto de normas y principios que resaltan los atributos virtuosos del ser humano tales como armonía corporal, fuerza, velocidad, equilibrio, justicia, lealtad, honestidad, trabajo colaborativo, y todos aquellos valores deportivos medibles y ampliamente definidos por personas ligadas, de una u otra forma, al área.

Lo cierto es que muchos de estos valores difícilmente pueden cuantificarse en animales. No porque son seres que carecen de estas virtudes, muy por el contrario: si hay seres nobles por esencia, son ellos. El caso diferente somos los humanos, quienes debemos permanentemente medir nuestra capacidad de mantener intactas las virtudes morales y nuestro progreso mental debe ser siempre continuo. De ahí, por cierto, lo hermoso del deporte.

No podemos medir los valores deportivos en animales porque nadie ha inventado tal fórmula. Tampoco deberíamos someter a ningún ser, ni siquiera a otras personas. No debemos comparar las virtudes físicas de otros seres porque, si de algo estoy segura, es que a ellos, los animales, no les importa, no les afecta positivamente ni les beneficia. Es más, en todas las “disciplinas deportivas” con animales, se les inflige dolor innecesario, es decir, se les maltrata. Ellos, como todo ser con conciencia, no quieren sentir dolor, ya sea físico o emocional.

Quien compite, quiere hacerlo y se levanta a diario con ánimo de progreso, lo invaden infinitas sensaciones, su motivación es amplia y a veces indescriptible. No he oído ni interpretado jamás a un animal con aquellas intenciones y podría apostar a que nadie lo ha hecho. Eso sí, los animales han acompañado al ser humano desde que existe registro de nuestra existencia. Precisamente, quienes más nos han acompañado son los que se han convertido en objetos para los fines más variados; los perros han sufrido mucho de nuestros antivalores: hemos llegado a experimentar con razas, incluso, para hacerlos competir. A propósito, Chile no prohíbe, al día de hoy, las carreras de galgos y semanalmente no son pocos los vecinos argentinos y uruguayos que cruzan la cordillera para hacer correr a sus mascotas. Si bien esta práctica no es considerada un deporte a nivel institucional, se genera a su alrededor un importante tejido social cuya aspiración principal es apostar al verlos competir en una prueba de velocidad mediocremente reglamentada. 

Hasta aquí, todo pareciera ser tolerable para los humanos menos empáticos. La industria que se ha servido del deporte y de la sobreexplotación animal pareciera dejarnos en un escenario testimonial que todo lo permite, poco se cuestiona y si alguien no verbaliza su malestar, este no cuenta, aunque si consideramos las variables de abandono, torturas, desnutrición y doping en perros, sonará bastante terrible. Esa es, justamente, la realidad que se esconde tras esta actividad. En Chile, el único problema que surge del “deporte” animal para los humanos involucrados es el intento de camuflar las apuestas.

Los caballos también han acompañado al ser humano desde mucho antes de que los colonizadores llegaran a Chile, aunque fueron traídos por ellos. Tanta fue la influencia española en el caso chileno que nuestra cultura se vio sometida a tradiciones nocivas tanto para nosotros mismos como para los acompañantes de las expediciones. El rodeo, déjeme decírselo, señor latifundista, como tradición, tiene bastante poco de “autóctono”.

El rodeo es sin duda una competencia, pero una que se nutre de la violencia y sumisión entre especies con capacidades físicas muy diferentes. ¿Hay acaso algo más antideportivo que esto? Incluso en el boxeo y artes marciales mixtas existen estrictas clasificaciones de acuerdo al peso corporal. Sigamos: el rodeo es una práctica que da como ganador a quien propine más golpes a un animal, siendo miles de novillos, presos de su pánico y horror, lanzados a la media luna para ser golpeados sin capacidad de acción (dispuesto en el reglamento federado, el cual señala que “el organizador deberá contar con ganado nuevo sin correr en lo posible, los que no podrán repetirse durante las 2 primeras series”, artículo 60 del Reglamento de la Federación Nacional de Rodeo y Clubes de Huasos, año 2015).

Como podemos ver, todos los atributos medibles, los valores deportivos, la motivación al logro del deportista y los puntos antes abordados, no son en lo absoluto elementos que pudieran ser atribuidos al rodeo, por lo que su naturaleza lo deja fuera, sin mediar discusión, de cualquier criterio para considerarlo una disciplina deportiva, porque, claro está, no basta solo competir para autodenominarse deportista. Sin embargo, cabe cuestionarse por qué hoy el Instituto Nacional de Deportes de Chile sigue validando como una disciplina deportiva esta actividad y por qué nuestra actual legislación permite que, mediante su figura federativa con clubes a lo largo de Chile, puedan postular a fondos públicos en total desmedro, muchas veces, de aquel deportista que en lo más profundo de su voluntad espera un mínimo de reconocimiento y apoyo porque ve en el deporte su opción de vida.

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