
Daniel Albornoz Vásquez
Socio n°6 de la Asociación Hinchas Azules
Estamos en julio 2020. Hace un año, nadie pronosticaba la extraña cadena de sucesos que hemos vivido: como club, con la Corfuch sobreseída; como hinchas, zafando de un descenso inesperado; como país, con una revuelta social sin precedentes; como humanidad, con la pandemia de COVID-19.
Tanto de lo ocurrido ha marcado nuestras vidas, que es difícil creer que estamos solo en un paréntesis. La huella de estos tiempos no será solo una cicatriz, será más bien una reorientación del rumbo, donde sabremos abandonar ciertas prácticas y adoptar definitivamente otras que han aparecido a la luz de la necesidad.
La adopción de cambios en nuestra sociedad se debe reflejar en lo que soñamos para nuestro club. Nos obliga a darle una lectura fresca, pero profunda, a los procesos de recuperación que están en movimiento, en gestación o en planificación.
Los tiempos pasados saben de virtudes y de errores: de las décadas anteriores a la dictadura rescatamos el proceso de formación de un Club Universitario con múltiples ramas deportivas, volcado hacia la sociedad civil, con un proyecto formador íntegro en lo social, humano y académico: el Ballet Azul.
Sabemos que debemos atacar la profunda herida que significa el desmembramiento del club, la pérdida de patrimonio, la ausencia de un lugar para lo social y lo deportivo, para la formación y recreación; huella dolorosa de la dictadura en la “U”.
Debemos saber enfrentar a un Estado más preocupado de las empresas y los negocios que de la vida y desarrollo de sus habitantes, sus expresiones culturales propias y legítimas, su bienestar, sus perspectivas de crecimiento individual y comunitario.
La crisis social y política de Chile, ahora profundizada por una crisis humanitaria, sanitaria y económica, enseña que no basta con esperar soluciones: invita y obliga a buscarlas y construirlas, tal vez con mayor certeza que nunca. Esa construcción no depende solo de voluntades y sueños, sino que requiere trabajo, mucho, serio.
A la luz de los valores de nuestro club, debemos unir una convicción entrañada en cálida emoción, a la búsqueda de una inteligencia capaz de ir más allá del horizonte. Esta hinchada debe formarse a sí misma en organización, en gestión y formación deportiva, en administración patrimonial, en participación efectiva. No resulta sencillo atar todos los cabos de este club y no depende de un único liderazgo mesiánico: depende de la capacidad colectiva de cada pequeño grupo humano azul.
Sí, ellos no lo vieron venir, pero no caigamos en la soberbia: no sabemos aún qué nuevos terremotos moverán en el futuro desde los cimientos hasta la superficie de nuestras vidas. Tenemos un desafío por delante. El club que recuperemos, reconstruyamos o, lisa y llanamente, construyamos, debe ser una fortaleza integral y propia en un escenario que ha cambiado y que, muy probablemente, seguirá cambiando.