
Nuestra Cruzada
Qué complejo es pensar una reflexión en estos tiempos sin considerar el contexto en el que vivimos. Y es que al final del día, cada cosa que hacemos hoy está influenciada por la pandemia, en todos los sentidos posibles. Por medio de la crisis actual, se hace muy patente cómo la vida personal está profundamente envuelta en un entorno social, dando cuenta no solamente de lo compleja que es la sociedad en la que vivimos, sino que, además, de los problemas estructurales que nos apremian.
Si el estallido social de octubre nos dio luces de una sociedad profundamente desigual disfrazada de orden y bienestar, la pandemia del coronavirus lo hizo más visible que nunca. Por medio del hambre, la pandemia visibiliza que la prosperidad económica y los altos índices de desarrollo humano que ostenta Chile son una pantalla, pues en la práctica millones de chilenos viven al día y son sujetos de incertidumbre económica. A través de la rápida expansión del virus en zonas con altos índices de hacinamiento, la pandemia muestra el déficit habitacional existente, especialmente en poblaciones migrantes. El aumento de las denuncias de violencia intrafamiliar en contexto de pandemia visibiliza que el patriarcado no es ajeno a la vida cotidiana, pero sí lo es al Ministerio de la Mujer y Equidad de Género. Cuando los medios de comunicación nos muestran felizmente a Lavín viviendo su vida en una residencia sanitaria, nos damos cuenta no solamente de la manipulación mediática mientras se monta un espectáculo televisivo, sino que especialmente evidenciamos la absoluta inequidad en las probabilidades de sobrevivir a la pandemia. Resulta insólito que alguien que vive en una casa de 1.000 metros cuadrados en Las Condes pueda aislarse de esa forma, mientras a otras personas de comunas vulnerables en hogares con hacinamiento se les niegue el acceso a dichas residencias. Cuando nuevamente un mapuche es asesinado “bajo extrañas circunstancias”, evidenciamos no solamente que las fuerzas armadas y de orden jamás estarán para proteger al pueblo, sino que en esta parte del mundo también se vive un profundo racismo sistémico.
No es necesario continuar enumerando hitos ocurridos en el último mes –porque son muchísimos– para dar cuenta de que vivimos bajo un régimen que rápidamente nos está llevando a una catástrofe y del cual es urgente liberarnos. Ese régimen tiene nombre y se llama neoliberalismo. Qué distintas serían las cosas en una sociedad donde el interés común se interpusiera al interés individual y el Estado fuera un ente que asegurara la dignidad humana independiente del origen social.
Y no solo eso, pues la pandemia también ha dado cuenta de que en las pequeñas manifestaciones de subversión ante el régimen individualista encontramos salidas a la crisis, como han sido las ollas comunes producto de la organización barrial; o el acceso a la información que nos ha otorgado el periodismo independiente, libre de los intereses de conglomerados económicos.
Al final de todo estos tiempos nos han demostrado que el sistema profundamente neoliberal nunca estará del lado del pueblo sino de los privilegiados, siendo necesario más que nunca refundar la sociedad desde lo más profundo para un nuevo orden.