La infancia como mercancía: «Niños futbolistas»

El fútbol es pasión. Papeles, cantos, banderas. Entre las hinchadas, una alfombra verde donde héroes intentan introducir un balón a la portería. Aquellos veintidós ídolos tienen muchas veces pasados similares, aunque queramos creer que los nuestros son mejores, con más garra y más corazón. A aquellos ídolos, hoy por hoy, podríamos hasta considerarlos un subproducto del capitalismo exacerbado en el que vivimos. Porque juegan en canchas llenas de auspiciadores y son televisados gracias a contratos millonarios, y vestidos por las empresas de ropa deportiva más prestigiosas. Y aquellos héroes son necesarios para el andamiaje, y deben venir de algún lugar. Ese lugar es el que intenta descubrir el libro “Niños Futbolistas” de Juan Pablo Meneses: aquella delgada línea entre la persona y la mercancía necesaria para el producto fútbol.

No es casualidad que el libro se llame “Niños futbolistas” así, con o. El mercado al interior del fútbol es algo completamente masculinizado. Mientras Neymar, delantero del Paris Saint-Germain, gana cientos de millones de dólares al año, Christiane Endler, la arquera titular del plantel femenino, no llega a los 100 mil dólares anuales. La danza de millones tiene rostro de hombre y esto hace que el negocio que se hace con la infancia sea casi exclusivamente masculino. Y son también niños en cuando infantes, no solo según su género. En el primer capítulo se menciona una entrevista a un puñado de posibles futuras estrellas, los mejores de la escuela de fútbol en la que participaban. Ninguno superaba los 10 años. 

Dicha entrevista ocurre mientras se presenta el motivo del libro: adquirir los derechos de un niño para intentar moverlo a un club más grande y hacer negocio en el intertanto. Comprar los derechos, en este caso, es un eufemismo para comprar al niño mismo.

En muchos de los entrevistados se repiten los mismos sueños: llegar a un club grande en Europa y ganar mucho dinero para ayudar a la familia. Familia que también se compromete con el sueño, pues ven en el niño la posibilidad de salir de la pobreza, del ansiado ascenso social. De vivir la vida que se vende como el ideal. Y a veces llegan, en muy contadas veces: aquel niño logra transformarse en estrella y le cambia la vida a su familia y a su barrio, a quienes lo vieron nacer. Pero por cada uno de ellos, cientos o miles quedan en el camino, atrapados entre padres exigentes y representantes codiciosos, encontrándose en ocasiones en un punto de no retorno y chocando de frente y a toda velocidad contra los sueños rotos.

Ese niño, en algún punto, deja de ser una persona y se convierte en una mercancía más. El lenguaje que empiezan a utilizar los protagonistas de la historia comienza a ser uno que habla de rentabilidad, de contratos y derechos federativos, de ventas, de imagen. Un niño pasa a ser parte del patrimonio. La apuesta que hacen es al fútbol, y la educación pasa no solo a un segundo plano, sino que a ser algo molesto, algo que impide que esta futura estrella desarrolle todo ese potencial que tiene, y que, de tanto repetirle a los padres sobre la existencia de este etéreo potencial, se convierte en algo indudable. Y así la familia misma también a veces termina viendo al sistema educativo como un enemigo, un obstáculo para alcanzar ese llegar. 

El niño, en cuando niño, se invisibiliza en todo ámbito. Los adultos futbolistas, al menos, son considerados -a veces- como trabajadores y tienen derechos laborales. Pero los niños no son trabajadores o no deberían serlo. No tienen relaciones comerciales formales con los clubes en los que entrenan, pero son exigidos como si las tuvieran. Contratos de derechos y responsabilidades están a la orden del día, así como el pago en dinero para pasar de un equipo a otro. Y como los niños no son responsables por ellos mismos, son las familias las que reciben los beneficios monetarios u otros incentivos -como puestos de trabajo para los padres en alguna empresa del club o del conglomerado-. La disparidad de información entre las partes negociantes es evidente y, muchas veces, cuando el niño futbolista no logra cumplir con lo que se esperaba de él, las familias quedan abandonadas a su suerte sin saber qué pasó.

También hay otras historias, quizá más reconfortantes. El Club Social, Atlético y Deportivo Ernesto Che Guevara de la provincia de Córdoba, por ejemplo. Reconocen al fútbol como un negocio en el que el rol de los niños como mercancía y producto ha sido naturalizado e intentan entregar, desde su espacio, una educación distinta alrededor de este deporte.

El libro, finalmente, muestra aspectos del mercado del fútbol que han sido sistemáticamente invisibilizados, pero que están muy presentes y entrelazados con la vulnerabilidad de los países semilleros, usualmente del tercer mundo. Este negocio invisibilizado es necesario para todos los otros negocios relacionados: camisetas, auspicios, entradas, contratos. Cada vez que compramos una camiseta, en una pequeña parte, estamos ayudando a que muchos niños sean vendidos y movidos a la fuerza a grandes academias del primer mundo donde su futuro no está asegurado. Sin querer traspasar la responsabilidad exclusiva a los consumidores del producto fútbol, es innegable que, en una pequeña fracción, contribuimos indirectamente al círculo de la miseria.

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