
El 3 de junio será para siempre un día especial. Hace cuatro años, en 2016, falleció Muhammad Ali, el que para muchos es el deportista más grande de la historia. Curiosamente, no puede decirse con certeza que sea el mejor boxeador de todos los tiempos: muchos consideran a Sugar Ray Robinson, Harry Greb o a Roberto “Manos de piedra” Durán en esa categoría, pero nadie cree que alguno de ellos sea el mejor deportista que haya nacido. La figura de Ali está rodeada de algo más que solo competir y vencer. Es el más grande por otros atributos, no solo por sus habilidades pugilísticas.
Una recapitulación rápida sobre su vida pone a Muhammad Ali, en ese entonces Cassius Clay (su nombre de esclavo, como dijo posteriormente) ganando la medalla de oro olímpica de Roma 1960. Plena guerra fría, compitiendo contra boxeadores del bloque soviético (el polaco Pietrzykowski fue su oponente en la final). Pero esa victoria no fue suficiente; al parecer, en esos Estados Unidos había enemigos más grandes que el comunismo. Así lo relata él mismo, cuando se le niega la atención en un restaurante de su ciudad natal por su color de piel.
En los Estados Unidos de los años 60 todavía había segregación: lugares y espacios solo para blancos. El ejército, no obstante, no era uno de ellos, y cuando a Muhammad Ali -ya no Cassius Clay- lo llamaron a la guerra a combatir en Vietnam, se negó. “Yo no tengo problemas con el Vietcong, ningún Vietcong me ha tratado de negro”, dijo al oponerse al sorteo (la célebre frase original es “I ain’t got no quarrel with the Vietcong… no Vietcong ever called me nigger”). La situación militar, que lo haría perder su licencia profesional, fue acompañada de numerosos discursos. El siguiente es un extracto traducido de uno de ellos, en el año 1966:
“¿Por qué me piden que me ponga un uniforme y vaya a 10.000 millas lejos de casa a lanzar bombas y balas a gente de color en Vietnam mientras los llamados negros en Louisville son tratados como perros y ven negados sus derechos humanos básicos? No, no iré a 10.000 millas de aquí para ayudar a asesinar y quemar otra nación pobre simplemente para continuar la dominación de los blancos esclavistas sobre la gente de color de todo el mundo. Este es el día en el que estos males deben llegar a su fin. He sido advertido de que tomar dicha posición me costaría millones de dólares, pero lo dije una vez y lo digo aquí nuevamente: el verdadero enemigo de mi gente está aquí. No voy a deshonrar a mi religión, a mi gente o a mí mismo convirtiéndome en una herramienta para esclavizar a aquellos que están peleando por su propia justicia, libertad e igualdad. Si creyera que la guerra traerá libertad e igualdad para mi pueblo, ellos no tendrían que sortearme, yo me ofrecería mañana mismo. No tengo nada que perder al defender mis principios. Así que iré a la cárcel, ¿y qué? Hemos estado en la cárcel por 400 años”.
El rechazo a la guerra le costaría su título mundial y tres años de carrera en su plenitud física. Cuando Ali volvió, no era el mismo de antes, pero no en cuanto a su calidad sobre el ring. Aprovechó esos tres años para involucrarse de lleno en el Movimiento por los Derechos Civiles y en la Nación del Islam. Se convirtió en uno de los rostros más importantes del activismo afroamericano junto a Martin Luther King, asesinado en 1968, Malcolm X, asesinado en 1965, y Elijah Muhammad; llevaba con orgullo su ascendencia afroamericana por donde quiera que pasara. Universidades, programas de televisión, entrevistas, viajes. Se transformó en un ícono mundial de la lucha contra el racismo. En Kinshasa, capital del antiguo Zaire, todavía puede escucharse un coro de cientos de miles gritando ¡Ali Bomayé!
No era él mismo, había trascendido.
A cuatro años de su muerte y a más de cincuenta del no a Vietnam, Estados Unidos vuelve a vivir un recrudecimiento en la lucha por el fin de la discriminación racial tras el asesinato de George Floyd a manos de la policía de Minneapolis. Deportistas como Colin Kaepernick antes y Floyd Mayweather, Serena Williams, Francis Tiafoe y Coco Gauff ahora, han también alzado la voz por las injusticias evidentes que se viven en el autoproclamado país más importante del mundo. Un país que, pese a su innegable poderío económico, no es capaz de brindarle los mismos derechos a sus ciudadanos, independiente de su color de piel. Es un problema histórico, que se pone en la palestra cuando apremian emergencias, pero que pareciera ser obviado cuando no. “Tranquilo, pronto estaremos mejor” es una frase que se repite comúnmente y que Ali también criticó.

Lo que ocurre en Estados Unidos repercute en todo el globo, es cierto, pero no puede obviarse que sucesos como asesinatos policiales ocurren constantemente en distintas latitudes -los casos de Matías Catrileo y Camilo Catrillanca sigue frescos en la memoria chilena-. El legado de Ali cruzó fronteras políticas, pero también puede cruzar las fronteras revolucionarias. “Levántate y pelea”, hay injusticias en todas partes. “No te rindas, sufre ahora y vive el resto de tu vida como un campeón”.