HAMBRE

Nuestra Cruzada

Lo que está pasando en El Bosque, La Victoria, La Granja y otras comunas de Chile, es algo que se viene gritando desde el 18 de octubre: la desigualdad en este país es realmente terrible. Mientras unos hacen y deshacen, saliendo y entrando de Santiago por aire y tierra, otros buscan desesperadamente hacer la plata para el pan. Solo eso… pan.

Lamentablemente, este gobierno ciego y sordo solo responde con represión, quizás porque aún no habían estrenado los juguetes nuevos de la policía y ya era hora…

Se organizaron ollas comunes, lo celebraron e hicieron creer que la pandemia nos estaba uniendo, pero las ollas comunes siempre han existido. En la población siempre nos hemos ayudados unos con otros, siempre el pobre ayuda al pobre porque le es más fácil ponerse en su lugar, ya que seguramente más de una vez estuvo ahí mismo, sin plata para un plato de comida.

Acá no existe cuarentena ni toque de queda porque hay que seguir trabajando, porque nadie come amor, nadie puede comer tanto tiempo de la buena voluntad del vecino, de la olla común. Porque llega un momento en el que nadie tiene para la olla común, nadie tiene para ayudar al del lado, porque al pobre se le acabó lo poco que tiene para seguir ayudando al pobre.

No volverán a dormir en paz hasta que la gente pueda descansar tranquila, hasta que la preocupación deje de ser el pan, hasta que nuestros ancianos puedan disfrutar de su vejez, hasta que crean que vale la pena vivir y no deseen la muerte.

En los sectores de más necesidad, nunca se ha visto en invierno un hospital funcionando a la perfección porque invierno es sinónimo de colapso, de espera de seis horas o más. La urgencia es un nido de infecciones en el que si entras mal, sales peor.

La buena voluntad ya no resiste, la paciencia se agotó, y hoy no queda más que salir a la calle y exigir ayuda.

Este es el verdadero Chile, el que se levanta a las cinco de la mañana, el que solo come si se trabajó en el día, el del sueldo mínimo, el que ayuda al vecino, el de la eterna olla común, el que expone su vida por un poco de pan. Suena bonito porque nos enseñaron que el que se esfuerza gana y no es así, la vida no puede ser solo miseria y dolor. La vida no puede ser hambre.

Lo más probable es que muchos y muchas queden en el camino, se contagien, mueran en manos de la policía asesina chilena, pero de algo estamos seguras: la historia va a cambiar. No volveremos a dejar que se rían de nosotras y nosotros, no nos volverán a borrar del mapa. La prensa no va a volver a cambiar la historia para que quienes ganan seis millones mensuales sigan sintiendo que están haciendo las cosas bien. No volverán a dormir en paz hasta que la gente pueda descansar tranquila, hasta que la preocupación deje de ser el pan, hasta que nuestros ancianos puedan disfrutar de su vejez, hasta que crean que vale la pena vivir y no deseen la muerte. Hasta que las niñas y niños tengan infancias dignas y dejen de tener que trabajar para tratar de llevar algo a la casa. Hasta que el narco deje de creer que las calles y las personas les pertenecen porque tiene libertad de actuar, ya que sus vínculos con la policía son su arma más fuerte. No volverá la paz, no porque no queramos, si no porque las condiciones no son aptas para nadie. Porque nadie merece miseria, nadie merece la vida de mierda que tiene una parte importante del país.

Hoy tiene más sentido que nunca nuestra consigna del 18 de octubre:

¡Hasta que la dignidad se haga costumbre!

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