Fútbol y trabajo: ¿Qué hay tras el telón del espectáculo?

Por: Formiga, Crítica de la Economía Política del Fútbol 
Centro de Estudios Socioculturales del Deporte, Valparaíso, Chile[1]

El año 2020 quedará marcado en la historia mundial por la aparición de la pandemia del COVID-19, la cual ha modificado nuestras vidas cotidianas, las formas de relacionarnos, la concepción del trabajo. Esto ha generado un cuestionamiento a la formas neoliberales del Estado moderno, evidenciando la profundidad de su carácter pro empresarial y subsidiario. En varias disciplinas (Filosofía, Sociología, Economía, etc.) se están gestando análisis que centran sus conflictos en lo relativo a la salud pública, seguridad pública, educación y, por sobre todo, las formas que deberá asumir una pronta reactivación económica. 

En este escenario, llama la atención que la mayoría de quienes investigan hayan hecho pocas menciones al fútbol, el cual se encuentra atravesando una serie de modificaciones que pueden ser útiles para examinar cómo operan sus estructuras económicas, cuáles son algunas de las debilidades del modelo, y cuál es el marco de posibilidades que la crisis nos ofrece para su transformación y ¿por qué no? para la recuperación de su control administrativo. Debemos considerar que el fútbol ya se encontraba relativamente detenido debido al estallido social, momento en que sus bases estructurales fueron cuestionadas al calor de la impugnación popular al modelo neoliberal.

En este marco, nos preguntamos ¿cómo se ha visto afectada la “industria fútbol”? ¿Cuáles son las consecuencias o riesgos que la situación de pandemia revele respecto de la gestión de las ya deterioradas Sociedades Anónimas Deportivas en Chile? En la discusión pública, la cuestión se ha centrado en dos puntos: el primero, mayoritario, ha tomado la discusión sobre la continuidad o no de la actividad profesional, suspendida oficialmente por la FIFA hasta 2021 en competiciones de federaciones afiliadas; el segundo, ha problematizado en torno a los salarios, las posibilidades de reducción y, en general, de las condiciones de posibilidad de la actividad en medio de este nuevo escenario que plantea el neoliberalismo. A continuación, haremos un repaso sobre la situación que el mundo del trabajo del fútbol enfrenta en este Primero de Mayo, estableciendo una crítica a la ley de empleo y los efectos que ha tenido como supuesta solución a los problemas desatados tras el estado de catástrofe declarado por el gobierno. Esto permite develar el carácter insostenible del modo de producción del espectáculo futbolero en nuestro país. 

Para comprender la situación actual, es necesario referirnos a algunos aspectos que la danza de millones en torno al balón ha logrado encubrir y oscurecer, dando cuenta del contexto histórico que ha dado forma a cómo se rige y regula la situación laboral de todos y todas quienes trabajan en el contexto del fútbol desarrollado como una actividad profesional. En retrospectiva, es necesario partir nombrando el enorme poder que detenta el Canal del Fútbol (CDF) sobre los destinos del fútbol profesional. Creado en 2003, el CDF ha demorado poco más de 15 años no solo en convertirse en la principal fuente de ingresos y circulación de dinero para el fútbol nacional, sino que además es el negocio más exitoso en la historia de la televisión chilena.

Jorge Claro Mimica, artífice principal de la creación del CDF, invirtió en 2003 una “pequeña fortuna familiar” (18 millones de dólares) para poseer el 10% de la emisora y convertirse en su socio administrador durante los primeros cinco años tras su creación. 15 años después, su venta en 2018 a la gigante transnacional de telecomunicaciones Turner habría sido la transacción más cara del año autorizada por la Fiscalía Nacional Económica, de no ser por la subasta del 24% de la propiedad de la famosa Sociedad Química Minera de Chile (Soquimich) al grupo chino Tianqi. Literalmente, en 2018, solo el litio (un recurso natural cuya versatilidad ha sido largamente destacada por sus usos tecnológicos y médicos) valió más que las transmisiones del fútbol chileno y la administración de su modelo de negocios.

Como toda actividad económica (considerando la desigualdad del país), muy poca gente obtiene cuantiosas dietas, salarios y regalías de su funcionamiento regular.

Durante los últimos años, mucha tinta y caracteres hemos usado para denunciar las funestas consecuencias de la implementación de la Ley 20.019 que consagra el formato jurídico y de propiedad que trajo la llegada masiva de Sociedades Anónimas Deportivas Profesionales (SADP). Este arribo ha condenado a la marginalidad e irrelevancia con respecto de la toma de decisiones para el fútbol profesional a gran parte de los clubes sociales y deportivos de los que somos hinchas, socios y socias. Si antes la plata que emanaba de la venta de los derechos de transmisión era invertida por los clubes en sí mismos (cuya democracia interna pre-2005 es al menos cuestionable y requiere de un repaso mayor a los párrafos que podamos dedicar en esta columna), durante los últimos 15 años pasó a ser el objeto sobre el cual deciden mensualmente las juntas de directorio.

Quien lea estas líneas se preguntará ¿qué tienen que ver el CDF y la Ley de Sociedades Anónimas con la celebración de un nuevo Primero de Mayo? Nuestra respuesta es que bastante más de lo que se puede observar a primera vista. En primer lugar, porque dichas transformaciones han cumplido hasta la actualidad la función de erigirse como los pilares sobre los que se sostiene actualmente el funcionamiento del fútbol profesional en tanto industria cultural y actividad económica. Como toda actividad económica (considerando la desigualdad del país), muy poca gente obtiene cuantiosas dietas, salarios y regalías de su funcionamiento regular. Para la mayoría de quienes se desempeñan en el rubro, su trabajo depende de la posibilidad de que un estadio se abra semana a semana; ni siquiera de la certeza de que este se llene (porque eso ocurre cada vez menos), solo de que exista esa posibilidad.

Pasando por la inmensa variedad de comerciantes que se instalan en las entradas a vender el sánguche, la bandera o la camiseta del equipo de nuestros amores; o quienes se desempeñan como funcionarios y funcionarias de la seguridad privada que cada concesionaria subcontrata con ocasión de realizar los controles para el ingreso del público; o las personas que trabajan dentro del estadio (limpieza, voces y otras pegas); todos y todas tienen en común mucho más de lo visible a nuestros ojos. 

Con todo, para dar cuenta de que quienes viven de su trabajo en el fútbol o vinculados a éste, viven su propia y, hasta ahora, muy poco observada explotación.

Un repaso histórico sobre ciertas leyes nos permite entender de dónde surge la necesidad de ilustrar el problema de las relaciones laborales y su relación con el fútbol, dando cuenta de tres leyes importantísimas para comprender dicha situación en el día de hoy. Estas son (a) la Ley 20.123 que regula el trabajo en régimen de Subcontratación; (b) la Ley 20.178 que regula la relación laboral de los deportistas profesionales y trabajadores que desempeñan actividades conexas; y (c) la Ley 20.620 que fija normas para prevenir y sancionar los hechos de violencia acontecidos en los recintos deportivos para el Fútbol Profesional (y que consagró lo que a palos hoy conocemos como el Plan Estadio Seguro).

Como resultante, hoy, tras cada anuncio de que tal concesionaria invertirá una cifra estratosférica para traer a la estrella que sirva como el revulsivo que el equipo necesitaba para al fin volver al primer plano internacional, basta agudizar el ojo para observar situaciones laborales que se debaten entre la informalidad, la precariedad y una cada vez mayor flexibilización. Paralelamente, nos hemos acostumbrado a obviar la constante amenaza de que quienes trabajan no tienen la posibilidad de constituirse como un actor con capacidad de negociar colectivamente con sus empleadores. Con todo, para dar cuenta de que quienes viven de su trabajo en el fútbol o vinculados a éste, viven su propia y, hasta ahora, muy poco observada explotación.

Basta agudizar el ojo para observar situaciones laborales que se debaten entre la informalidad, la precariedad y una cada vez mayor flexibilización.

El escenario antes descrito, sin embargo, solo refiere a situaciones de la tan manoseada “normalidad” en la que de buena fe se cuenta con nuestro silencio y complicidad en tanto consumidores. No refiere ni contempla la posibilidad de grandes remezones al orden social imperante que hemos presenciado y protagonizado durante los últimos meses. Tampoco la posibilidad de que una masa incontrolable, que según la política pública y la prensa no saben comportarse debidamente en público ni tienen respeto por nada, sea capaz de reflexionar, debatir, y cuestionar la realidad para tomar decisiones basadas en razones.

Tampoco consideraba la publicación relámpago, el 6 de abril, de la Ley 21.227 de Protección al Empleo. Dicha ley tiene tres partes cruciales para dar cuenta de la rapidez en su aprobación: (1) la suspensión automática de los contratos por situaciones de cuarentena, implicando la recepción del 70% de las remuneraciones a modo de Seguro de Cesantía durante el primer mes; (2) la suspensión de los contratos por pactos individuales o colectivos, recibiendo el mismo monto que en la situación anterior; y (3) la posibilidad de otro pacto sobre la extensión de la jornada laboral en la que el Seguro de Cesantía paga hasta un 25% de compensación por dicha disminución. De modo progresivo, ese 70% inicial debiera reducirse gradualmente según lo contemplado por el Seguro de Cesantía, o bien podría ser negociado por empleadores y trabajadores mediante una reducción de la jornada laboral hasta el 50% con la posibilidad de un beneficio adicional del 25% cubierto por el Seguro de Cesantía.

Los medios de comunicación han actuado como cómplices, siendo las voces públicas de una manipulación emocional que busca que aquellos deportistas que no han querido aceptar las propuestas de los empresarios patronales, puedan ceder en su postura en beneficio de la industria

Durante los últimos días, hemos visto cómo las dirigencias de los equipos de fútbol profesional han empezado a acogerse a dicho recurso, siendo el caso del dramático quiebre entre Blanco y Negro S.A. y el plantel de honor de Colo-Colo, el principal tema para la discusión en prensa y en la opinión pública. Y si a los hinchas se nos pinta como animales violentos y sin códigos, a los futbolistas no pareciera que se les ve como algo más que un grupo de piernas masculinas únicamente funcionales a la posibilidad de meter la pelota bajo los tres palos. La teleserie en Macul además ha eclipsado lo ocurrido en el resto del fútbol chileno, donde el modo de proceder por parte de la gran mayoría de las dirigencias (al menos en Primera A) ha sido el dar vacaciones y continuar las órdenes y entrenamientos en casa, para iniciar paulatinamente una política general de ajustes salariales y, de manera más invisible, medir la dureza de las cadenas por la capacidad de sus eslabones más débiles.

Mucho se ha escrito y comentado sobre las medidas que las distintas Sociedades Anónimas del fútbol chileno se encuentran implementando especialmente con aquellos futbolistas con remuneraciones millonarias. Los medios de comunicación han actuado como cómplices, siendo las voces públicas de una manipulación emocional que busca que aquellos deportistas que no han querido aceptar las propuestas de los empresarios patronales, puedan ceder en su postura en beneficio de la industria, es decir, de sus bolsillos. Sin embargo, este análisis omite que el fútbol es un deporte de la clase trabajadora y que para que se pueda desarrollar un evento deportivo no solo son necesarios los futbolistas, sino que toda una serie de trabajadores y trabajadoras que son justamente quienes están en una situación precaria mayor en la industria del producto fútbol y quienes viven las consecuencias más directas de la temporada fantasma del fútbol chileno. Nos referimos a aquellas trabajadoras y trabajadores subcontratados, quienes realizan labores que son invisibilizadas pero indispensables para desarrollar el fútbol como espectáculo, como fiesta ritualizada. 

Nos referimos también al fútbol femenino, trabajadoras que en su mayoría no tienen contrato con sus Sociedades Anónimas (a pesar de que el fútbol femenino es una obligación Conmebol y FIFA), pero que para mantener su posición dentro de un plantel, deben atender las exigencias de un trabajo profesional. Esto es: cumplir horarios, entrenamientos, mantener una capacidad física y emocional acorde a su estatus, entre otros. Además, deben compatibilizar dicha práctica con el trabajo extra-futbolístico, indispensable para vivir y mantenerse, con los estudios académicos, con el trabajo doméstico e incluso en mucho casos con la maternidad. Una carga de vida dual, triple, incluso cuádruple, en un contexto de teletrabajo que amplía y profundiza las condiciones de precarización y explotación de las mujeres en la sociedad neoliberal. 

Con esto se ignora a todas luces el componente social, que, a juicio de las acciones de la gran mayoría de dirigencias que administran los destinos del fútbol profesional, les resulta desconocido o bien es una oportunidad para el desarrollo de vínculos clientelares

Las mujeres siguen siendo el eslabón más débil de la cadena del producto fútbol, el cual en contexto de crisis y pandemia evidencia la incapacidad de la industria para sostener instituciones deportivas que desarrollen variables más allá de un mercado que es reduccionista, pues depende exclusivamente del éxito del espectáculo deportivo. Una industria además masculinizada y machista, en donde varios propietarios y accionistas que la gestionan, ven al fútbol femenino como algo prescindible. Estos agentes financieros, en su gran mayoría hombres, seguramente esperan la oportunidad para reducir presupuestos y subsidios, mínimos derechos adquiridos a través de la lucha que han dado las mujeres en el fútbol durante los últimos años. Una lucha por ser reconocidas como trabajadoras del fútbol, pero que es también una lucha contra una violencia de género estructural, que se hace evidente cada vez que hay inestabilidad e invisibilización de las precarias condiciones que dan sustento al fútbol femenino, y que busca evitar que una vez más en la historia del deporte más popular del planeta, las opresiones saquen a las mujeres de las canchas.  

Todo lo aquí comentado constituye una de las claves más importantes a la hora de pensar qué lugar va ocupar el fútbol en la recuperación de la sociedad ante la situación global de crisis sanitaria. El debate con tintes televisivos que se ha dado ya desde el 18 de octubre y que hoy se replica con gran fuerza en el marco de la pandemia, posiciona la discusión en la posibilidad de continuar el fútbol a toda costa, alegando por parte de la organización de éste, la posibilidad de que la actividad agonice si esta condición perdura.

Pero ¿es real que el fútbol, como tal, puede morir con todo esto? A nuestro parecer, esta exacerbación del argumento iniciado por las dirigencias de las S.A., y amplificada por los medios masivos de comunicación, responde principalmente a las condiciones creadas por las mismas S.A., en las que el fútbol representa una mercancía cuya única importancia radica en la posibilidad de generar grandes réditos económicos para unos pocos. No es posible hablar de la muerte del fútbol ahí donde los clubes y organizaciones de hinchas cumplen un rol social solidario en contextos como el actual. Con el paso del tiempo, hemos presenciado cómo los territorios se van llenando de personas que no defienden un escudo en la cancha, sino que articulan colectivamente su accionar en pos de generar aportes que permitan enfrentar las condiciones de crisis que atraviesa una gran parte de la sociedad chilena, demostrando una vez más que el fútbol excede con creces los 90 minutos en que gira la pelota.

Solo resultaría posible hablar de un deceso si entendemos el fútbol bajo las lógicas que durante más de una década han buscado posicionar las S.A., en las que lo relevante de la actividad corresponde únicamente a su veta mercantil en tanto bien de consumo. Con esto se ignora a todas luces el componente social, que, a juicio de las acciones de la gran mayoría de dirigencias que administran los destinos del fútbol profesional, les resulta desconocido o bien es una oportunidad para el desarrollo de vínculos clientelares. En este marco, la posibilidad de una vuelta del fútbol toma fuerza día a día, pero a puertas cerradas. ¿Es esto una solución real? ¿Es una política factible, sostenible en el tiempo? Como hinchas, ¿es una solución deseable? Para el negocio, claro que sí: hoy en día vemos cómo el CDF se dedica a organizar torneos de e-sports o que una noticia relevante del mundo fútbol es que Paulo Díaz le ganó a Sergio Agüero en otra muestra de la ya establecida rivalidad entre Argentina y Chile. Quizás todo ello resulta ser la muestra más clara de cómo funciona este modo de producción de la industria futbolera, en el que en un momento de crisis el show debe continuar incluso sin quienes le dan vida, y sin aquellos para quienes representa su única fuente de ingresos para vivir.

La idea, cada vez más cercana a ser realidad, de un fútbol sin hinchadas, termina por desenmascarar un secreto a voces: las grandes fuerzas de mercado (las SADP, a través del CDF) se han encargado de superponer el espectáculo mercancía al espacio ritual que representa el fútbol, y de desmantelar el rol que antaño cumpliera el estadio como un espacio público. Espacio en el que los hinchas pueden ejercer la ciudadanía y desplegar su creatividad al momento de animar a sus equipos. 

En estas condiciones, una vuelta al fútbol desafía incluso el mandato emanado desde sus más grandes parásitos (a través de su jefe médico, la FIFA ha declarado que el fútbol no debiera volver al menos hasta septiembre). También da cuenta de la necesidad de mantener a flote el funcionamiento del fútbol profesional como una gallina que no hace más que poner y poner huevos de oro, desconociendo claramente la función social y ritual que cumple, así como también las diversas economías y formas de subsistencia que se generan en su entorno. Asimismo, esta vuelta en ningún momento asegura el funcionamiento del mercado laboral en condiciones decentes ni igualitarias. Cuando mucho, permitiría a muchas personas que viven al día, generar ingresos, mientras se preservan el espectáculo mercantil y la ilusión de que “tenemos fútbol”, cuando en realidad el fútbol profesional hace rato está capturado por los intereses de sus empleadores; y su capacidad emancipadora y la de sus trabajadores lleva años bajo confinamiento.


[1] Formiga está integrado por:

  • Diego Barraza. Sociólogo, U. de Chile. 
  • Carolina Cabello. Socióloga, U. de Valparaíso. Estudiante de Magíster en Historia, Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, Chile. 
  • Vicente López. Sociólogo, U. de Chile. Estudiante de Magíster en Sociología, Pontificia Universidad Católica de Chile. 
  • Carlos Vergara. Sociólogo, U. de Valparaíso. Máster en Estudios Urbanos y Territoriales, Universidad Autónoma de Barcelona. Dr (c). en Geografía, Pontificia Universidad Católica de Chile.

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