
Daniel Albornoz Vásquez
Presidente de la Asociación Hinchas Azules
El pueblo chileno se encuentra en situación de rebeldía. Entendida a la Camus, la rebeldía es una negación parcial de la realidad: es rebelde quien reconoce aspectos que repudia, pero que también reconoce partes que resultan irrenunciables, irrefutables y positivas. En ese sentido, toda persona en situación de rebeldía es capaz de establecer un diagnóstico de lo que considera injusto, fundamentado en lo que considera deseable. Se plantea así la necesidad de transformar la sociedad para convertir en realidad ciertos ideales y para acabar con realidades indignas. Y esto, a modo tanto de declaración como de acción.
En lo que corresponde a nuestro ruedo, el deporte y el fútbol son parte de la revisión completa que la rebeldía social plantea. La “U” es irrefutable; quienes nos declaramos sus hinchas no la podemos negar ni abandonar, y es esta una de las primicias de nuestra ética activa como comunidad: no abandonar, siempre apoyar. La “U” en su esencia es aquello que nos sirve de sustento para juzgar y valorar -usando justamente la base valórica del club- y nos da la razón de frenar el impulso de la conciencia crítica que tiende a sancionar que “está todo mal”. No, la “U” en sí no es el mal.
No obstante, hay una larga lista de problemas internos con esta “U”, con esta forma de “club”. Bien sabemos que no se trata primeramente de resultados en la cancha, sino de una larga serie de malas gestiones deportivas, el menoscabo de nuestra identidad, la marginalización de cualquier incidencia social en el club, el maltrato y represión constante a quienes sostenemos el club en lo material y simbólico. Esta enumeración no es más que una lista de títulos. Bien podría ser el índice de todo un libro, el libro de lo que negamos, de lo que no queremos en nuestro club, y se puede resumir aún más en la vulneración de nuestro derecho social a asociarnos libremente en torno a lo que amamos: no tenemos derecho a ser parte de un club ni tenemos derecho a ir al estadio sin la culpabilización a priori que impone el Plan Estadio Seguro. Sí, aquí también hay rebeldía: frente a la sociedad anónima y frente a la gestión de los espectáculos deportivos.
Una de las esperanzas que alimentan la motivación de buena parte de las y los rebeldes es el pacto por una nueva Constitución. En ella, debiéramos apuntar al menos a dos posicionamientos: el fenómeno social indesmentible que es parte esencial del club, su hinchada, es un actor fundamental de la U que sí existe y sí queremos, pero que no tiene un reconocimiento en cuanto al rol que le corresponde y que debe pasar a ser reconocido. Además, en una nueva Constitución se debe apuntar a revertir situaciones que son y no debieran ser. Me refiero a restablecer derechos mínimos en los estadios de trato y contrato. En corto, que una persona participe del club que ama debe ser su derecho. Desarrollar una asociación libre con fines deportivos y de esparcimiento en el seno de una comunidad aglomerada en torno a un nombre, un símbolo, un color, debe ser un derecho. Los clubes deben ser reconocidos como una forma propia del pueblo de ejercer su derecho social al deporte y la recreación.
Sin embargo, la medida en que una nueva Constitución logre moldear la realidad y el plazo en que esto puede darse, resultan inciertos. Es por ello que se insiste en interpelar al Gobierno en una serie de acciones inmediatas que apunten a transformaciones tan necesarias como aumentar considerablemente los salarios, por citar solo un ejemplo. La Constitución no borra la “agenda social”. En total, se trata de algo más amplio, se trata de un nuevo contrato, un nuevo acuerdo, una forma modificada de ordenar la vida en sociedad, pero enteramente, no solo en la más alta escala legislativa, no solo en lo escrito y declarado, sino hasta el último resabio de vida cotidiana: la cultura.
Ir al estadio en tiempos de rebeldía es una pregunta abierta. Son las galerías el lugar donde más evidentemente se expresa la cultura de los clubes: con el carnaval, con una serie de prácticas no aleatorias, no propias de llanos espectadores, sino de participantes a cabalidad del espectáculo. Es donde se sacralizan también las tensiones entre lo que sí valoramos y queremos; lo que deploramos y sufrimos; lo que quisiéramos que fuera, pero no es.
Sí, hubo un momento prolongado de cuestionamiento generalizado en cuanto a la idoneidad en el que pocas voces mantenían la intención de jugar los partidos de la liga profesional. Ese tiempo, indudablemente, acabó. Hoy, son amplia mayoría quienes claman por recuperar el “espacio estadio”; si bien no una normalidad en él, sí su rol en las vidas individuales y sociales de quienes acudimos regularmente a las graderías. Existirán también quienes lo quieran simplemente para poner una pantalla de 90 minutos a sus vidas y desahogarse viendo una pichanga y es su derecho vivirlo así también, claro está. Y, legítimamente, aún hay una gran parte de la hinchada que opta voluntariamente por no acudir y prefiere dedicar su tiempo a protestar.
La rebeldía, entonces, nos obliga a considerar ese espacio, no a negarlo por completo, sino a saber negarlo parcialmente. De otra forma, será imposible transformarlo. Es ahí donde se vuelve urgente volver carne y hueso las ideas, volver presente y realidad la cultura que aún está por construirse. Debemos tomarnos el estadio y hacer de él la experiencia que de verdad queremos.
La rebeldía da soluciones tales como fiscalizar el trato a las y los hinchas, como defenderles ante abusos de la guardia privada y de Carabineros, como organizar los sectores, como tener y tomar posturas frente a la sociedad anónima, como lograr erradicar los aspectos obsoletos en las canciones y formas de carnaval tales como la misoginia o la cultura de la violación, entre tantas otras.
El despertar del pueblo ha llevado a muchas personas a conocer a sus vecinas y vecinos, a redescubrir sus barrios, a comprar en almacenes locales y ferias libres, a relacionarse más y mejor con compañeras y compañeros de trabajo o estudios. La galería también puede ser ese lugar en que nos damos cuenta de que hay una persona al lado que vive y palpita nuestro club, compartiendo un sentimiento, aunque con su propia intimidad y su expresión única. En la galería debemos también construir el nuevo trato, el nuevo contrato. Si es que somos rebeldes, claro está.