
Ayer, carabineros asesinó a Jorge Mora, el Neco. El motivo fue, simplemente, ir al estadio a ver a su equipo, a Colo Colo. Ayer, en la primera fecha del campeonato nacional, tuvimos la primera víctima de la ilusión de normalidad a la que quieren regresarnos. No contentos con atropellarlo, la policía del Estado reprimió violentamente también a quienes intentaban socorrerlo, provocando su muerte momentos después. Durante el partido, dentro del estadio se cantó contra el gobierno y contra la represión que viven las clases populares incluso antes del 18 de octubre; quizá esta fue la razón del actuar desenfrenado de los agentes estatales. Pueden dar fe de algo similar los y las hinchas de Curicó Unido, quienes fueron citados al Juzgado de Policía Local por portar un lienzo que decía, a todo esto, que las instituciones y dios perdonaban, pero la gente no, y declaraba al mundo que en Chile se viola, tortura y mata. Tristemente profético.
Durante la mañana de hoy, a menos de 12 horas de esta nueva violación a los Derechos Humanos vivida en Chile -una más de las que han dado cuenta numerosos informes de organizaciones internacionales desconocidos por el gobierno actual-, el presidente empresario Sebastián Piñera le decía a los suyos en un evento organizado para las grandes fortunas del país lo agradecido que estaba de la labor de Carabineros. Lo agradecido que estaba, finalmente, de la violencia con la que Carabineros, compuesto principalmente por personas de origen popular, ataca a su pueblo. No hay personas que valgan para este gobierno, el dinero siempre está encima y esta es la función que cumplen las policías: mantener el orden para seguir produciendo. Si esto cobra vidas ajenas, pues es un costo que están dispuestos a pagar. Sabemos que de la clase política no emanarán más que tibias condenas que no llegarán a nada, tal es su desconexión con el pueblo. Es entendible, no obstante: no viven con el miedo de ser objetos de la represión. Lo ocurrido con las medidas cautelares a Carlos Martínez Ocares, el asesino de Jorge, es decidor: le permitieron incluso cambiar el domicilio de firma para no interrumpir sus vacaciones. La jueza Andrea Acevedo justificó el actuar policial -y, por tanto, la muerte de Neco- por una supuesta carga histórica violenta de la Garra Blanca (todos los hinchas son violentos, por tanto) y deslizando también un supuesto mal estado etílico de Mora. La víctima, nuevamente, tiene la culpa. Para ellos, al igual que para el gobierno, el hincha del fútbol es un criminal sin derechos ni honra que proteger. Protege a la niña inocente de lo que consideran el bandolero. Y ni eso.
Esta era la normalidad a la que buscaban volver, en la que ni siquiera los estadios, lugares populares por antonomasia, puedan ser espacios de expresión popular. En esta normalidad, los estadios deben ser usados simplemente como un distractor de las demandas populares. Como circo, no como lugar de conjunción, deliberación y demostración de descontento. Cuando esto ocurre, cuando logramos finalmente resignificar nuestros espacios y ocuparlos para lo que nosotros, el pueblo, buscamos, el estadio se transforma entonces en un lugar de represión. De violencia. De muerte. Si protestamos en el estadio, entonces, como gritaron en Curicó, allí también se va a torturar y también se va a matar.
Seguir yendo a la cancha como si nada hubiera pasado es darles el favor, es decirles que tuvieron razón. Que el orden vale más que nuestras vidas y que la muerte de Neco fue en vano. Que Jorge, quien pudo ser cualquiera, es menos importante que la pelota rodando en un fútbol que, en vez de ser un terreno de reunión y comunidad -o un espacio de lucha popular- es solo aquello que ocurre dentro de la cancha, un espectáculo cuya función es alienarnos y adormecernos.
No podemos ser cómplices, no puede seguir el fútbol, no podemos abandonar las calles, no podemos volver a la normalidad.