A dos meses del estallido social

Nuestra Cruzada

Ya han pasado dos meses desde esa histórica jornada del 18 de octubre. En ese momento, la sensación de gran parte de la élite política era de incomprensión frente a lo que estaba pasando. De la misma forma, no faltaban los que, en esos primeros días, no entendían que lo que estaba ocurriendo era una respuesta frente a algo más profundo: la expresión de un malestar que se había cocinado por décadas y que, a pesar de los esfuerzos y las diferentes luchas de la sociedad organizada, no había recibido respuesta.

Actualmente, el escenario puede mostrarse algo engañoso. Por un lado, es cierto que la posibilidad de poder hacer una Constitución nueva, una que ya no tenga ni los vicios ni el origen autoritario de la de 1980, es una cuestión inédita y difícil de imaginar sin todo lo ocurrido. Sin embargo, lo que no se nos puede olvidar es cuáles fueron las condiciones que hicieron eso posible. Estamos frente a un acuerdo frágil y ante una clase política que nos ha mentido hasta el punto en que, justificadamente, ya no somos capaces de creerle.  Con este escenario vigente, la única posibilidad fue generar una presión social transversal, altamente organizada y dispuesta a luchar hasta obtener lo demandado.

Nunca hay que olvidar que la clase política por sí misma no hubiese estado dispuesta a llegar a este punto.

Desde este punto de vista, es de vital importancia tener claro que aún no se ha ganado nada. Concretamente, persiste un modelo de país que no da garantías, que promueve un abandono de parte del Estado y precariza a su pueblo de manera sistemática. Es más, lo único que supuestamente ya habíamos ganado, un proceso constituyente en democracia, ha sido puesto en duda los últimos días. No el proceso en sí, pero el carácter democrático de este: porque es imperioso recordar que no da lo mismo el mecanismo, que si no tenemos una Asamblea Constituyente, paritaria y con escaños reservados para pueblos indígenas, simplemente es un engaño más.

Resulta evidente que este contraataque de las fuerzas conservadoras y neoliberales se debe a que éstas, al parecer, creen que la presión se terminó. Que el estallido ya fue y que  la estrategia del desgaste está dando resultados. Pero no entienden que no olvidamos, que no nos hemos cansado, que mientras el modelo perpetúe las desigualdades desde su estructura, las calles seguirán siendo el lugar de descontento y que mientras no exista justicia, no habrá paz. El llamado, entonces, es simple: no bajaremos los brazos, porque sin nosotres en las calles, si no somos nosotres quienes de manera organizada nos hacemos cargo de nuestro destino, nuestra derrota es un escenario más que posible.

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