
Sebastián Díaz Pinto
Secretario Asociación Hinchas Azules (AHA)
Septiembre es un mes que recoge un sinnúmero de sensaciones. Deambula por los extremos. Hay quienes, por un lado, podrán empaparse de la algarabía de la fiesta patriótica, que, más allá de las ideologías, es legítimo leerla como una merecida instancia para pasar tiempo de calidad con quienes las personas quieren estar. Pero, por otro lado, septiembre es un mes que para mucha gente significa dolor, nostalgia y reflexión, que deviene en un llamamiento constante por la búsqueda de verdad y la justicia.
Hace unos días se conmemoraron 46 años del Golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973, un hito que no puede leerse desde la indiferencia, el olvido ni mucho menos bajo la idea del negacionismo, tan enarbolados por algunos sectores de la sociedad y de la política partidista. Curiosamente, ese mismo sector que aboga por la reconciliación. Palabras al viento, nada más. La memoria histórica es el mayor patrimonio de aquellas personas que aún esperan por los cuerpos de sus familiares que nunca volvieron, porque el Estado chileno los desapareció sin casi dejar rastro. Asimismo, nos recuerda que la prisión política, la tortura, las desapariciones y las violaciones reiteradas a los Derechos Humanos, por más reparaciones y comisiones de verdad que existan de parte del Estado, dejaron una herida abierta que difícilmente cicatrizará en quienes fueron víctimas de la dictadura cívico-militar.
Así como la memoria histórica se construye en los recuerdos de las personas, los lugares y sitios de memoria son depositarios y guardianes de esta. Por ello, es tarea de todas y todos preservar y transmitir su potencia y relevancia. En ese sentido, las y los hinchas de la “U” tenemos una responsabilidad mayor; cada dos semanas, el equipo ejerce la localía en el Estadio Nacional, el mayor recinto deportivo del país, pero también un sitio que, entre septiembre y noviembre de 1973, fue el centro de detención y tortura más grande que la dictadura ocupó: por él, pasaron cerca de veinte mil personas.
En ese sentido, es necesario destacar las instancias que se han generado a partir del trabajo de un grupo de hinchas de la “U” con la Corporación “Estadio Nacional Memoria Nacional Ex Presos Políticos”. Desde hace un tiempo, se han realizado recorridos por los sitios de memoria del Estadio Nacional guiados por hinchas azules además de diversas actividades que contribuyen a generar sentido de pertenencia, empatía y respeto por un lugar con la carga simbólica que el estadio tiene.
Para quienes somos hinchas de la “U”, el Estadio Nacional es nuestra casa. Es nuestro lugar de encuentro. Es uno de los espacios para rehacer el club del que fuimos despojados por la sociedad anónima. También es quizá el lugar en el que hemos vivido las mayores alegrías –y también penas– que la vida de hincha implica. Es por ello que el compromiso con la memoria histórica, con su preservación y transmisión debe ser constante de parte de las y los hinchas de la “U”. He ahí el fruto del trabajo de la hinchada. No debemos olvidar que el Estadio Nacional es más que un estadio de fútbol. Cada dos semanas, concurrimos a un sitio que albergó la prisión política y la tortura y que mantuvo cautivas a personas solo por el hecho de estar del lado de quienes pensaron una sociedad mejor y defendieron un proyecto político que fue desmembrado por un brutal Golpe de Estado.
Sin embargo, aún queda mucho por hacer y están latentes las interrogantes: ¿sabemos cuántas de las personas que estuvieron cautivas eran hinchas azules? De quienes aún viven, ¿sabemos si hoy pueden asistir al estadio? ¿Qué hay de los traumas de la tortura? Si queremos recuperar el club en un futuro –y más aún con la noticia del sobreseimiento definitivo de la quiebra de la CORFUCh– no nos podemos olvidar de quienes nunca más podrán ver a la “U” en cancha. No dejemos de recordar, porque la memoria es nuestra arma. Es arte y parte de ser una hinchada con memoria.