La coca no es cocaína

El partido inaugural de la Copa América es Brasil, el local, contra Bolivia. A raíz de este encuentro, los y las compañeras de la página Justicia Divina escribieron este texto en el que se recuerda el caso de doping de Miguel Ángel Rimba y Zetti luego de un control antidopaje llevado a cabo luego del recordado partido del 25 de julio de 1993, cuando la selección altiplánica venció por dos a cero. El relato nos aleja del partido en sí, centrándose en una visión de reivindicación latinoamericana y de respeto a nuestras tradiciones. La gran protagonista fue y será la hoja de coca.

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La década de los noventa estuvo marcada en el mundo por dos temas: la caída del socialismo en Europa y la lucha contra el narcotráfico en los Estados Unidos. En plenas clasificatorias al mundial de 1994 que se iba a desarrollar en el gigante de Norteamérica, la Federación Internacional de Fútbol Asociado (FIFA) sancionó en 1993 al boliviano Miguel Ángel Rimba, el “Correcaminos”, y al brasileño Armelino Domizetti, el popular «Zetti», al encontrárseles «trazas de cocaína» en un control de dopaje luego de un partido contra Brasil. No habían consumido el polvo blanco que llevó a la fama al colombiano Pablo Escobar, sino ingerido un inocente mate de coca para un dolor estomacal y, por primera vez en su historia, la FIFA levantó la sanción a ambos.

El 2 de agosto de 1993, siete días después del histórico triunfo 2 a 1 de Bolivia contra Brasil en La Paz, la Federación Boliviana de Fútbol (FBF), encabezada en ese entonces por Guido Loayza, recibió de la FIFA un lapidario fax que decía que uno de sus jugadores había marcado consumo de sustancias que se asemejaban a la cocaína en el test doping. La FIFA dio plazo de 48 horas a las federaciones de fútbol de ambos países para que sancionaran a los jugadores y/o presentaran sus descargos. Bolivia decidió defender a su jugador como una cuestión de Estado y sociedad, ya que estaban en plena lucha contra el gobierno de Estados Unidos por la defensa del cultivo de la coca, resistiendo las presiones que buscaban castigar su cultivo al asociarlo a la producción de cocaína y al narcotráfico. Gracias a un informe técnico, la FIFA reconoció su error y levantó la sanción, como consta en un fax del 6 de agosto de 1993. Se demostró con pruebas documentales que el defensa boliviano había tomado un trimate (anís, manzanilla y coca) dos horas antes del partido entre Bolivia y Brasil por las eliminatorias para el Mundial de Fútbol de 1994 para contrarrestar un malestar.

Cuentan algunas versiones sin documentos ni declaraciones, pero quizás con la experiencia de la historia, que la sanción se levantó debido a la presión de Coca Cola, luego de una llamada telefónica del gerente general de esa compañía, el cubano-estadounidense Roberto Goyzueta, al presidente de la FIFA de ese entonces, el brasileño Joao Havelange. Cuidadosa de su imagen internacional, la empresa no creía conveniente abrir este frente nada menos que en un Mundial de Fútbol auspiciado por ellos y, menos aún, con un país como Bolivia -que internacionalmente era defensora del uso tradicional y medicinal de la hoja de coca y no como una droga-.

Producto de la sanción, vino la indignación de un país para el que la defensa de la coca es tan importante como su reivindicación marítima, es cosa de caminar por las calles de La Paz y ver a la gente vendiendo bolsas de esta hoja, bebiendo tras las comidas un tecito en base a coca y la difusión de su cultivo desde tiempos incaicos. No es por gusto que más de un millón de bolivianos -y probablemente muchos más ahora que Evo Morales es su Presidente-, «acullican» (mascan) la hoja sagrada de los incas. Casi ninguno de los habitantes de este país multiétnico ha dejado de tomar mate de coca cuando tiene problemas estomacales o simplemente como «agüitevieja» luego del almuerzo o la cena. En comparación al resto de los países de Sudamérica, el consumo de coca en Bolivia no es «cosa de indios», sino de todos.

Bajo el mando de Azkargorta hubo un cierre de filas boliviano alrededor de la versión de Rimba, mientras que los brasileños expulsaron de las suyas al vapuleado Zetti. La Federación Boliviana de Fútbol convocó a un equipo técnico para sustentar el alegato de defensa: juristas, bioquímicos, farmacólogos, médicos y profesionales de otras disciplinas para demostrar que el consumo de coca en el país altiplánico no era cosa de drogadictos, si no que parte de una tradición prehispánica que permanece fuerte en todos los segmentos de la sociedad boliviana. Una carta fue enviada directamente a Zurich por el Consejo Andino de Productores de Coca (CAPC), instancia de coordinación gremial Andino-Amazónica presidida por Evo Morales. La idea era explicar y reivindicar el uso de la coca como algo medicinal y ancestral en la población indígena, desmintiendo el informe de la FIFA y la prensa internacional vinculada a los Estados Unidos que creía que prohibiendo su cultivo sus jóvenes dejarían de caer en el flagelo de la droga en Miami o Nueva York.

«Coca no es cocaína» se leía en las paredes de la ciudad de La Paz y en el cartel de goles del Estadio Hernando Siles cuando el seleccionado boliviano, incluyendo a Rimba, enfrentó a Uruguay el 8 de agosto. Para coronar el triunfo judicial en la FIFA, Bolivia goleó 3 a 1 al elenco «charrúa».  Los jugadores bolivianos salieron a la cancha orgullosos de su mate de coca y del héroe de la jornada: Miguel Ángel Rimba. Mientras se desarrollaba el cotejo, 45 mil espectadores realizaban un «acullicu» colectivo en defensa de su coca, de su equipo y de su fútbol. Al final, Bolivia clasificó al mundial de 1994 organizado por el país que cada vez que podía los tildaba de narcotraficantes.

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