
Hace algunos días se supo que la pelea entre Anthony Joshua, la máxima figura de los pesos pesados, y Jarrell Miller fue suspendida. Su promotor, Eddie Hearn, anunció también que la fecha de la pelea -que sería en el Madison Square Garden- se mantendría y que al campeón británico le buscarían un nuevo rival para su debut en norteamérica. ¿La razón? Un múltiple dopaje del norteamericano, quien dio positivo en tres controles separados por hormona de crecimiento, cardarina y eritropoyetina.
¿Qué significa este dopaje? Lo primero, que probablemente Miller nunca vuelva a tener una oportunidad así. En un deporte que, según muchos, está muriendo, una pelea de decenas sino cientos de millones de dólares es algo que ocurre cada vez con menor frecuencia. Salvo Joshua y Canelo Álvarez, no hay peleadores que atraigan a las masas de la manera en que esto ocurría en las décadas doradas. Pero existen otros factores.
El boxeo es un deporte de combate en el que prima la lealtad. Quien haya estado alguna vez como espectador de una pelea recordará el abrazo final entre dos personas que segundos antes dejaban todo por noquearse el uno al otro. El respeto mutuo es algo que se siente constantemente y tiene directa relación con que ambos ponen en riesgo su salud. El dopaje y en este caso buscar una ventaja por fuera de la legalidad, rompe con esa misma lealtad. La vida del otro, que es un igual, en juego. Todo por un poco de gloria, un poco de dinero, un título o dos. Los quince minutos prometidos a cambio de la vida del rival. ¿Vale la pena? Porque es distinto cuando ambos púgiles, en igualdad de condiciones, se proponen combatir dejando todo lo que tienen y asumiendo los riesgos que conllevan, confiando en que finalmente el ganador será quien lleve su cuerpo a un límite un paso más lejano. Las sustancias ilícitas, en tanto ilícitas, se consumen sin conocimiento del campamento del rival, por lo que aquella igualdad de condiciones se rompe. Debe reiterarse la pregunta, entonces, ¿vale la pena matar a tu rival por un poco -o un mucho- de dinero? Debemos entender también que, generalmente, los boxeadores vienen de contextos precarios y que la oferta de muchos millones es tentadora para alguien a quien la vida común difícilmente le va a dar esas oportunidades. En Estados Unidos esa injusticia intrínseca no se puede poner en duda para una persona negra.
Pero existe también otro punto y que no puede dejarse de lado. Miller sabía que, de ser descubierto, la pelea se caería y con ella se caerían los billetes (supuestamente seis millones de dólares). La forma más fácil de conseguir ese monto era simplemente llegar a la pelea sin riesgo. Pero también había algo más. Para alguien que vivió el boxeo desde pequeño como Miller, llegar a ser campeón como lo fue Muhammad Ali lo valía todo y todo podía venderse a ese precio. La búsqueda de gloria y la posibilidad de ser campeón son un factor a considerar, como también lo es la hipermasculinización propia del ambiente del boxeo. Se ve en las promociones y en el lenguaje utilizado, donde la cultura del macho y de la violencia excesiva está sobrerrepresentada y glorificada. Donde la agresión propia del deporte queda fuera y entra la agresión por agredir. Donde la mujer es objeto sexual del público al llevar las pancartas porque lo masculino debe premiarse. Donde peleadores declaran querer un cadáver en su récord porque son los hombres los que pelean, y si soy más hombre, mejor peleo y más gano. En este sentido, consumir sustancias extrarreglamentarias permiten pelear mejor y, por tanto, ser más y mejor hombre.
El boxeo, como la mayoría de los deportes, es un espacio complejo y lleno de matices, desde lo precario hasta lo millonario. Como muchos otros, también fue cooptado por las lógicas que subyugan a la sociedad: mercantilismo, sexismo, explotación en casi todo sentido. El primer paso para poder deshacernos de estas amarras y regresar a su naturalidad es comprenderlo.