
Por Pablo Yáñez Mena
Asociación Hinchas Azules
El año 2017 se implementó en el Torneo Nacional de Chile la regla de cumplir con un mínimo de minutos de jugadores sub-20 para que los equipos no paguen multas, que pueden ser en dinero o con lo que duele, reducción de puntos. Esto ha ayudado en la consolidación de algunos buenos valores en Chile. En la U, sin embargo, no ha sido así. Nicolás Guerra y Yerko Leiva son los jugadores más relevantes que han surgido con este sistema, sin embargo podría decirse que ninguno se ha consolidado como titular indiscutido.
Los mejores equipos históricos de la U han estado basados en jugadores formados en casa. El Ballet Azul es un ejemplo obvio. También la generación de los 90 contó con esa columna vertebral: Luis Musrri, Ronald Fuentes, Marcelo Salas, Esteban Valencia, Cristián Mora, Rodrigo Goldberg. Incluso el gran equipo del 2011 contaba con cuatro canteranos en el titular, aunque nacidos en una época donde se hacía club de otra manera; donde se enseñaban, al parecer, otras cosas: Johnny Herrera, Marcos González, José Rojas, Marcelo Díaz.
A nivel futbolístico es simplemente obvio que una base sólida de jugadores formados en casa son también la piedra angular de la transmisión de valores e ideas identitarias a quienes vienen de fuera. No es posible que sin esas influencias en el camarín, jugadores como Rivarola, Leo Rodríguez, Sergio Vargas o Pedro González se hubieran empapado del sentimiento la hinchada, y que muchos de estos jugadores también terminaron representando. No sólo esto: la formación integral de jugadores canteranos desemboca luego en la existencia de personeros entregados al Club, profesores de las áreas formativas o voceros. Este modelo se replica en todo el mundo. Es cosa de ponerse a mirar las nóminas de los equipos más exitosos del planeta: Barcelona, o en su momento, el Manchester United o el Milan. No es inventar la pólvora.
En la U, sin embargo, no existe una política sólida de formación deportiva. Las escuelas “oficiales” que tiene Azul Azul no son más que una franquicia por la que debe pagarse anualmente para usar los símbolos y convencer a la gente de que lleve ahí a sus hijos e hijas luego de pagar una cuota mensual no menor para participar. Es un negocio para Azul Azul y para quienes sostienen las escuelas. No tiene nada que ver con formación de jugadores. Las inferiores luego pasan por una puerta giratoria de proyectos, como el bullado entrenador vasco que nunca dio frutos y, considerando la inversión, era mejor desecharlo y partir de nuevo. ¿Qué sucede?: los jugadores que llegan arriba pareciera que no tienen ninguna identidad de juego y tampoco soportan la presión del fútbol en un equipo como la U. Existen voces que hablan sobre las pésimas condiciones de trabajo para las inferiores, sobre la precariedad laboral de los profesores, sobre la ausencia de psicólogos o psicólogas en la formación.
¿Les enseñan siquiera el himno de la U o la historia del Club?