
Por Daniel Albornoz Vásquez
Presidente de la Asociación Hinchas Azules
Corría el minuto dos del primer tiempo y Matías Rodríguez encajaba un derechazo alto a la derecha del portero local. La “U” se ponía en ventaja y parecía que la presión que la acechaba se descomprimía. Pero no. Al minuto cinco del primer tiempo, la galería norte del Ester Roa cantaba con fuerza “que se vaya Carlos Heller, que se vaya Azul Azul”. Promediando el segundo tiempo, una gran manifestación con cantos, lienzos y bengalas reafirmó la voluntad del público: hacer entender, sin un ápice de duda, que Carlos Heller no tenía piso para seguir destruyendo a la Universidad de Chile.
No se trata de una crisis solo futbolística, de esas que se acaban cuando cambia el director técnico. Tampoco de las que calla un triunfo -que en este caso no se terminó dando-. La hinchada azul lo planteó de esa forma. Esta crisis es de más largo aliento. ¿Puede decir Carlos Heller que esto lo sorprende? ¿Hubo alguna manera de anticipar esta ira desatada en su contra? ¿Resulta caprichosa y gratuita tanta agresividad para con el patrón?
Por este medio -el escrito-, desde que llegó hace casi cinco años que le hemos enrostrado su pésima gestión, sus pergaminos nefastos para la historia de la “U” y la desastrosa realidad que contrastaba con sus promesas idílicas.
Comenzamos. En abril de 2014, cuando asume la presidencia, Heller anunció, lleno de confianza y dinero: “dejaré la presidencia con un estadio para el club”. Ese día llegó, y del estadio no hay más que palabras, del dinero para hacerlo no queda nada. Las gestiones fueron siempre mal hechas. “Quiero poner a la U en lo más alto del fútbol nacional e internacional.” ¿Cabe analizar lo que realmente ocurrió en este respecto?
Prosiguió Carlos, en esa ocasión: “la idea es tener una gestión inclusiva, con la visión empresarial que le he dado, donde la gente esté cerca, donde los estamentos estén cerca: jugadores, hinchas y directivos”. Aquí quiero detenerme. A Carlos Heller lo esperaba el paulatino despertar de una hinchada que, desde la marginación de los espacios institucionales y reducida a la denigrante noción de clientela fiel, estaba reconstruyéndose para retomar lo que le es propio: su club. Heller debía resolver aquello, y propuso hacerlo como buen patrón de fundo que sabe que necesita de mano de obra barata para que su negocio ande: darle un segundo de oído a las demandas, aparentando que le importan.
La participación en los clubes ha sido una de las principales críticas al modelo de las Sociedades Anónimas en el fútbol, junto a la nula planificación deportiva y la noción extractivista y rentista del desarrollo de los jugadores. “Comprar barato y vender caro” reemplazó a la prehistórica idea de formar seres humanos íntegros que se dediquen a ser los mejores profesionales dentro de una cancha de fútbol.
La participación fue un foco de la gestión Heller, pero desde su óptica de todopoderoso; poder no divino, sino financiero, pues es controlador absoluto de la concesionaria Azul Azul S.A. desde noviembre de 2013. Su estrategia fue delegar a Andrés Weintraub, “representante” de la Casa de Bello en el directorio, la tarea de crear una “Comisión Social” que apareció en el mapa a fines de 2014. Bien visto por algún crédulo, este gesto significó un año de… bueno, de una que otra reunión de directores y empleados de Azul Azul. El resultado de esas reuniones fue la genial idea de crear otro órgano, aunque órgano le queda grande. Otro espacio, digamos: el “Consejo Azul”. Ya estamos en abril de 2017, y estas dos ideas son las únicas acciones que Heller había tomado hacia la participación. Al anunciar el Consejo Azul, se expresa que busca acoger las ideas y sugerencias de sus miembros. Se trata de un espacio consultivo, de voz, pero no vinculante, donde no se hace lo que se diga, sino que se comunica al señor feudal, Heller. Es éste, escudado en su directorio, quien decidiría si da un pulgar arriba a la idea, o uno hacia abajo.
Peor aún, la composición de dicho consejo no es muy representativa de la realidad de las aproximadamente 50 mil personas que viven y respiran a la “U” todos los días de su vida. Desde el amiguismo más puro hasta una ínfima cuota de dos personas para la galería sur -la masa más grande en el estadio desde tiempos inmemoriales, cupo que además se rebajará a la mitad en el corto plazo-. Esa es la manera de canalizar lo que nos mortifica a diario a quienes somos la “U”. Y no hay promesa de que lo acordado se traduzca en hechos. Tanto es el fracaso del Consejo Azul que quienes lo integraron, creyendo en la propuesta, afirman que a todas luces no sirve de nada. Tal vez hasta haya sido contraproducente para ese objetivo de calmar las aguas, pues ahora quienes creían en esos pequeños gestos del jefe, ahora observan que en realidad era solo una pantalla.
La mayor parte de las organizaciones sociales de la “U”, todas marginadas absolutamente del quehacer del club, nunca validaron la existencia, composición ni funcionamiento del mecanismo de participación propuesto en la era Heller. Y es por ello que decidieron tomar otros caminos. Desde el trabajo legislativo con exposiciones en la comisión de deportes de la Cámara de Diputados, presentando propuestas trabajadas desde la participación efectiva y asesoradas por expertos en derecho deportivo; hasta la organización de marchas por las principales ciudades del país; esta hinchada no ha estado ni callada, ni sumisa, ni ajena a lo que le pasa al club.
Llegamos al 2019 y, luego de los papelones en la cancha, las pésimas gestiones de Fuentes, Aguad, Conca y prácticamente todas las personas que representan directamente a Heller en Azul Azul -porque él va a ver correr a sus caballos antes que ir a ver jugar a “su” equipo-, no se puede decir que no se haya dicho nada. A mediados de febrero, un comunicado firmado por más de una decena de organizaciones exigió la renuncia de Carlos Heller. Claro, ¿con qué poder? ¿Con qué facultad? Ninguna, pues no hay canal de participación institucional para hacerlo. También, luego de iniciado el torneo, en la cabecera sur del Nacional se leyó claramente “Fuera Heller, fuera Azul Azul” en un lienzo de más de 30 metros de largo. El mensaje estaba claro. ¿Qué hizo Heller? Seguir, como si nada.
No vengo a avalar las amenazas de muerte -de las que me permito dudar, pues la mentira ha sido parte del modus operandi de la administración Heller-, tampoco que se lancen objetos peligrosos a la cancha. Sin embargo, hace casi doce años que Azul Azul está administrando la U y no existe canal de opinión reconocido, ni menos de participación, para quienes no somos multimillonarios. No hay manera de salvaguardar la ética, la administración -que arroja pérdidas millonarias-, el proyecto formativo -inexistente-, el proyecto deportivo -inexistente-, el desarrollo social -casi inexistente, si no es por el caritativo y paternalista “Sueño Azul”-, la historia -Azul Azul celebró los 90 años de la U en noviembre de 2017, una fecha que no representa nada para la U-. En fin, no hay cómo hacer para evitar el desastre en el que nos tiene sumidos Carlos Heller.
El modelo de las Sociedades Anónimas en el fútbol chileno fracasó. Fracasó, porque en vez de potenciar una actividad que convoca como ninguna otra, la destruye. Porque genera una nicho de poder donde se le permite hacer -y, sobre todo, deshacer-, lo que se le antoje a quien tiene dinero y, además, en un enorme ninguneo a nuestra irrenunciable existencia, no tiene ningún canal real y efectivo para hacer de la U algo mejor.
Un modelo que cree que el hincha es un mero espectador; que lo considera positivamente para la publicidad; que lo necesita para consumir y comprar la entrada, la camiseta, y cuánto más; que lo enaltece solamente para lucrar con su aporte. Fuera de eso -donde ganan los empresarios como Heller-, a los hinchas se nos estigmatiza como delincuentes, nos reciben con lumas en los estadios y consideran nuestra voz única y exclusivamente cuando estalla la bomba de tiempo que sembró este modelo, para tildarnos -nuevamente- de delincuentes.
Así se está construyendo el nuevo fútbol. Se están abriendo trincheras desde la institucionalidad y poniendo a grandes empresarios de un lado, el lado del búnker, y a todo el resto de la comunidad del otro, el lado de fuera. Si no se cultiva la base social; si no se oyen sus demandas; si no se da espacio; si arriba, mientras se destruye, se miente y se hacen mal las cosas, hay un jefe ausente e incompetente al que nadie puede sacar; no es tan extraño que al final de esta ecuación haya violencia. Los y las hinchas venimos sintiendo la violencia en carne propia hace años. Hoy le tocó a Heller. Este modelo es violento y propicia la violencia.
Bienvenido a las consecuencias que tiene el modelo del que tanto profitaste, Carlos.