
El fútbol, ese espacio de hombres. Toda la cultura, tradiciones, ídolos, prensa hecha por y para el fútbol tiene implícitamente el componente masculino detrás, como si no existiera otro. Como si a la mitad de la población que está fuera no le debiera interesar el fútbol. Un espacio que se dice transversal pero que excluye a tantas. A tantas.
La literatura futbolística no escapa de este diagnóstico, de ninguna manera. El primer libro de fútbol femenino escrito en Chile es “La batalla de las pioneras”, de Rodrigo Retamal. Fue publicado en septiembre de 2018 y trata sobre la batalla de las pioneras. Las pioneras, en este caso, no son la generación de jugadoras clasificadas al mundial de Francia de este año ni aquella que disputó el mundial Sub20 en Chile en 2008. Es, de hecho, una anterior, una de la que casi no existe recuerdos, salvo este libro.
Las pioneras fueron las integrantes de la primera selección que disputó partidos oficiales de fútbol femenino con la camiseta chilena. Diciéndolo de esta forma, podría parecer que se trata de una selección centenaria, pero esta serie de partidos sucedió hace menos de treinta años, a principios de la década de los 90, para preparar un equipo que participara en el primer mundial femenino adulto que tuvo lugar en Estados Unidos en 1991. Para esta copa, FIFA, quien era el organizador, ordenó clasificaciones a nivel continental. La gran mayoría de los países que estaban bajo las confederaciones continentales no tenían estructuras de fútbol femenino, y muchos se abstuvieron de participar de estas. Así, esta primera clasificatoria fue disputada por Brasil, Venezuela y Chile.
Chile era uno de estos países que no tenía base futbolística femenina más allá de los equipos amateur que jugaban ocasionalmente, pero quiso hacerse presente de todas maneras, y para poder encontrar a las jugadoras seleccionadas tuvo que recurrir a la realización de pruebas masiva en el complejo de Quilín. A ellas llegaron jugadoras como la basquetbolista Bella Lemus, quien terminó siendo la capitana de esta selección; y Ximena Alburquenque, quizá la primera estrella femenina. Estrella porque, como se había dicho antes, el fútbol femenino existía, pero de forma más amateur. Se jugaba en los barrios, en canchas de tierra y en cualquier lugar donde no entorpeciera al fútbol de hombres. Era incluso considerado una humorada. Alburquenque, quien había jugado y ganado campeonatos amistosos en el extranjero, no entrenaba más de tres veces a la semana.
Este grupo de veinte mujeres se juntó gracias a pruebas masivas, afiches en los diarios y el boca a boca porque ni siquiera existían instituciones establecidas donde pedir información. No habían escuelas de fútbol femenino y casi no existían clubes abiertos a las mujeres. Tampoco organizaciones de jugadoras y ni siquiera lugares fijos de entrenamiento. El fútbol femenino tampoco había entrado a las universidades, fenómeno propio de principios del siglo XXI, por lo que no había base. Nada. Estaban descubriendo tierras nuevas y abriendo caminos para las que venían después. Para poder entrenar, la ANFP de ese entonces les prestó dos canchas de pasto en Quilín y muchas de las jugadoras y próximas seleccionadas nacionales pudieron conocer lo que era jugar en pasto real y no en la aridez acostumbrada.

El libro recorre el viaje de esta primera selección desde sus inicios, desde la conformación del plantel, hasta su regreso a Chile luego de obtener un segundo lugar que no sirvió para clasificar al mundial, pero que le entregó al fútbol nacional femenino su primera victoria oficial. Recorre el viaje en sus palabras, las de ellas, las de quienes, pese a representar al país, fueron injustamente olvidadas como casi siempre le pasa a las mujeres deportistas. Sobre cómo estas primeras jugadoras tuvieron que abrirse camino en un espacio masculino y masculinizante, sobre cómo se las trató y sobre lo que tuvieron que enfrentar. Y es en ese paralelo entre fútbol y sociedad donde podemos ver también lo mucho que nos falta fuera de la cancha. Que el primer libro sobre fútbol femenino en Chile lo haya escrito un hombre también es un indicador de algo, ¿o no?