Democracia Corinthiana: cuando el club le pertenece al pueblo

El inicio del fútbol en latinoamérica es colono. Colonos ingleses, empresas inglesas, medios ingleses. Puertos, trenes. Lo jugaban los ingleses y luego los que querían ser o parecer ingleses, la burguesía de ese tiempo. Por eso los nombres de los primeros clubes de fútbol hechos por criollos son ingleses. Las asociaciones no eran de fútbol, eran de football. Abundaban los Wanderers, los Rangers, los Rovers. Pero no se mantuvo así. La popularización de este deporte comenzó a los veinte años de su ingreso a las sociedades latinas y desde ahí no se detuvo.

Sí se mantuvieron, en parte, sus estructuras, su organización interna. Los clubes de principios del siglo XX eran espacios donde las decisiones se tomaban de forma democrática. Eran elitistas, pero clubes elitistas. Al popularizarse el fútbol, lejos del interés de las clases dominantes de mantener calmados a sus trabajadores, lo que sucedió fue que estas nuevas instituciones acercaron a las clases populares el quehacer diario de la política. Fue esa una de las razones por las que las dictaduras militares latinoamericanas, ya cuarenta o cincuenta años después, desmantelaron las instituciones deportivas. Era necesario reprimir todo atisbo de voluntad popular.

En el Corinthians, club de orígenes populares, esto no había sido la excepción. El período en el que Vicente Matheus fue director, no dejó mayor legado que una serie de problemas económicos y fracasos deportivos. A él lo sucedió Waldemar Pires, quien designó, a su vez, a Adílson Monteiro Alves como director de la rama de fútbol. Adílson era sociólogo, universitario -al igual que Sócrates- y había egresado de la universidad con la idea de escuchar antes que dirigir. Este cambio de paradigma se acomodó mucho a la personalidad de Sócrates, quien era dado a vocalizar su opinión y luchar por lo que consideraba justo. A estas primeras reuniones de discusión del futuro del club entre ambos, se sumaron luego Wladimir Rodrigues dos Santos (sindicalista y parte de las huelgas del ABC) y Walter Casagrande. La resolución de estas reuniones fue intentar la democracia directa al interior del club para enmendar los problemas que habían enfrentado las temporadas anteriores.

El sistema democrático adoptado por el Corinthians fue total. Se decidían tácticas y estrategias, contrataciones, usos de recursos, sueldos, tiempo y frecuencia de concentraciones. Las decisiones se alcanzaban en asambleas abiertas de una voz, un voto. Los participantes de dichas asambleas no eran solo jugadores, directiva y cuerpo técnico, sino que todos aquellos involucrados directa e indirectamente con el funcionamiento: choferes, utileros, personal de aseo, masajistas, cancheros. La opinión de cada uno era tan válida como la del anterior.

La forma de manejo democrática era, en parte, un cuestionamiento a la estructura militar que regía en Brasil en aquel momento. El horizontalismo adoptado, en el que todos eran y se sentían parte de las decisiones, era antagonista de las jerarquías militares, verticales e incuestionables. Estaba también sustentada en las multitudinarias protestas y huelgas que había organizado el sector trabajador popular en contra del régimen y que habían estallado en la segunda mitad de la década de 1970. También se sustentó, evidentemente, en los resultados positivos que empezaron a llegar, como el título del campeonato Paulista de 1982.

Podemos hablar de una especie de simbiosis entre el movimiento popular contrario a la dictadura y la Democracia Corinthiana. La segunda nace por influencia de la primera, pero también los buenos resultados de un club democrático elevaban voces fuera de él sobre las bondades de tener y ejercer opinión. El Corinthians, notando esto, comenzó a cambiar los dorsales de sus camisetas por frases que potenciaran el movimiento revolucionario. Por ejemplo, las frases “Dia 15 vote”, “direitas ja” o “ganhar ou perder, mas sempre com democracia” (los dos últimos, “directas ya” y “ganar o perder, pero siempre con democracia”). Las fuerzas conservadoras rebautizaron al equipo como Anarquia Corinthiana en un esfuerzo para hacer ver esta nueva forma de organizarse como algo indeseable. La prensa conservadora hacía eco de estas voces con cada fracaso deportivo o económico del Timão -como le dicen sus hinchas al club-, pero el movimiento también estaba fuera de las canchas y no tenía forma de detenerse.

Corinthians vuelve a ganar el Paulista de 1983 tras el lienzo “ganar o perder, pero siempre con democracia”. En el país, estaba en discusión la enmienda Dante de Oliveira en la que se establecían elecciones directas para el año siguiente, y las calles se colmaban de personas, ya no solo hinchas, que buscaban la aprobación por el senado de la restitución de su derecho a voto. Sócrates anunció que se quedaría en el país si se aprobaba la enmienda, rechazando las numerosas ofertas de clubes europeos. Pero, y pese al masivo apoyo popular, el senado rechaza el cambio constitucional por 22 votos.

Sócrates, fiel a su palabra, aceptó una oferta de la Fiorentina italiana para jugar una temporada en ese país, lo que, sumado a la inclusión de jugadores más acostumbrados al trato jerárquico al interior del club, terminó desmoronando los ideales democráticos del Corinthians. Fueron exitosos, no obstante. Sanearon económicamente al club, consiguieron dos títulos. Pero, y mucho más importante, establecieron un legado democrático dentro del club más popular de Brasil. Redefinieron las organizaciones, revitalizaron movimientos sociopolíticos, trascendieron el deporte para permitirle recuperar al futbolista su rol de trabajador y, sobre todo, como ciudadano. Sus derechos. Decirle que él era quien regía su vida.

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