
Sebastián Piñera anunció la candidatura de Chile a ser sede del mundial de fútbol de 2030 junto a Uruguay, Paraguay y Argentina. Lo hizo en solitario y por redes sociales, no como debería hacerse un anuncio multilateral de esta envergadura. Es un momento políticamente propicio, no obstante, para hacer este tipo de anuncios, pues el Congreso Nacional está en vacaciones hasta la primera semana de marzo. Cualquier anuncio gubernamental o presidencial tiene mucho menos contrapeso, pues los diputados y senadores están más alejados de las esferas mediáticas.
Existen dos razones para cuestionar este anuncio. El primero tiene que ver con el aspecto publicitario. Un anuncio mundialista no es algo que pase desapercibido, y necesariamente acaparará los titulares y será transmitido a todo el país. Considerando la cantidad de asuntos problemáticos en Chile, parece una falta de respeto hablar sobre la posible organización de este tipo de evento. Falta de respeto a la familia de Camilo Catrillanca, a las personas damnificadas con los incendios al sur y las inundaciones en el norte, con los trabajadores que verán disminuidos sus derechos por el proyecto de nueva indemnización que pretende impulsar el ejecutivo. Parece un volador de luces la utilización de un tema popular para esconder los problemas que se han generado durante este gobierno y de los que éste no ha sabido hacerse cargo. Problemas, por ejemplo, con el proyecto de Admisión Justa -que es todo menos justa-, problemas con la dignidad de los inmigrantes cuando llegan a nuestro país, con la preocupante cantidad de femicidios en lo que va del año, con las mentiras levantadas no sólo por la ministra Cubillos, sino que también por el ministro Monckeberg desmintiendo al INE con las cifras de desempleo e ingresos y, finalmente, por el ministro de salud y las razones por el aumento de los diagnósticos de VIH.
El segundo flanco de crítica es sobre las prioridades. El gobierno de Chile está dispuesto a organizar un mundial de fútbol en el mismo territorio donde mueren y mueren ciudadanos en listas de espera de salud. Donde el trabajo está completamente precarizado y los sueldos no permiten vivir, donde las pensiones son de miseria. Donde la educación no permite formar ciudadanos; más bien, mano de obra barata. Donde el desarrollo científico y cultural ven disminuidos sus presupuestos en cada partida anual. Donde incluso la infraestructura para el deporte en general -no solo el fútbol- y las políticas deportivas no son suficientes para generar cambios de base.
El último mundial organizado en sudamérica fue en Brasil el año 2014. Recordemos las masivas protestas por parte del pueblo brasileño ante los gastos desmesurados para sostener un evento que a todas luces es un lujo, y que utiliza cientos de millones de dólares en construir estadios que no volverán a ser usados, financiando, además, a distintas empresas constructoras que luego desaparecen con los bolsillos llenos. Y en el caso de que estas moles de cemento vuelvan a ser usadas, quienes usufructuarán de ellas serán sociedades anónimas, fortaleciendo, con esto, los sistemas de mercado de empresas privadas y yendo en contra, por tanto, de la recuperación de los clubes por parte de los socios, pues se fortalece el modelo de equipos como empresas particulares controladas por empresarios acaudalados. Debemos recordar bien esa reacción del pueblo brasileño, pues también tiene que ser la nuestra.