
La madrugada de este viernes nos trajo una noticia imposible de ignorar. Diez menores de edad, todos ellos futbolistas juveniles, perdieron la vida en un incendio que consumió parte de las instalaciones juveniles del club brasileño Flamengo. El lugar afectado fue el complejo Ninho do Urubu, ubicado en Río de Janeiro, y que se encontraba sin luz ni agua desde el jueves debido a las tormentas e inundaciones que han azotado a la ciudad. Como Revista Obdulio, nuestro pensamiento está puesto íntegramente en sus familias y amigos, pues este momento es, evidentemente, uno que será imposible de superar.
No obstante, no podemos pasar por alto las irregularidades que se han ido destapando con el pasar de los días. El complejo, según informan medios como Globo, no tenía convenio con bomberos ni licencia para funcionar como internado, mientras que algunos expertos han mencionado que las instalaciones no eran adecuadas ante potenciales casos de propagación de fuego. El incendio fue durante la madrugada, por lo que el lugar estaba siendo utilizado como hospedaje sin importar su estado oficial. No solo es importante notar la precariedad de mantener a jugadores de las series menores sin luz ni agua durante días, sino que esto además ocurría en espacios que no estaban siquiera habilitados para el uso que se les estaba dando. Es más, la zona del complejo donde se encontraban las instalaciones para pernoctar estaba registrada como parque de estacionamientos.
Hace un mes, Flamengo anunció la compra del futbolista uruguayo De Arrascaeta por cerca de 15 millones de euros. La venta de los jugadores Vinicius Júnior y Lucas Paquetá, ambos provenientes de las divisiones inferiores de Flamengo, le dejaron al club cerca de 80 millones de la misma moneda desde 2017 a la fecha. Estas enormes sumas son sumamente llamativas para jóvenes futbolistas que muchas veces vienen directo de las favelas y ven al fútbol como un escape de la pobreza y una forma de ayudar a sus familias. Para el club, estos niños no son más que una forma de generar dinero y mantener andando la impresora de billetes. El desastre ocurrido este viernes tal vez pudo ser evitado si las instalaciones hubieran estado en regla. Un caso así sería inimaginable si la infraestructura tuviera relación con los exorbitantes ingresos que se obtienen por la venta de niños a equipos europeos. Pero es claro que para la directiva de Flamengo, el buen trato a los juveniles, parte importante de la cadena económica del club, es algo secundario, pues saben que no es necesario; éstos seguirán tocando la puerta para intentar alcanzar el sueño.
El fútbol de mercado nos hace olvidar que los futbolistas son también personas, que tienen derechos como trabajadores y que merecen trato digno. Que no son solo esclavos de una pasión multitudinaria. Lo claro, no obstante, es que una vez más las víctimas son los pobres.