
Esta entrada es la tercera parte de una serie de publicaciones que recorren la biografía de Sócrates. La segunda parte puede ser leída en https://revistaobdulio.org/2018/12/17/socrates-brasileiro-sampaio-de-souza-vieira-de-oliveira-parte-ii/
El alcohol fue un acompañante fiel en la vida de Sócrates. Murió de complicaciones producto de una avanzada cirrosis hepática en 2011, cuyo inicio había sido más de cuarenta años antes, a los 13 años, con el pretexto de vencer su timidez y así poder introducirse en grupos y conversaciones. Cuando no bebía, era un niño retraído que usualmente se quedaba a un costado en silencio. Comenzó a beber por imitación, la misma razón por la que muchos niños caen en este tipo de prácticas, pero con el tiempo descubrió que la camaradería que encontró alrededor del alcohol le sentaba bien, tanto con sus compañeros de las series inferiores del Botafogo como con sus amigos de la escuela. No era tan extraño que un niño comenzara a beber a los 13 años, pues en Ribeirão las temperaturas en verano superaban los 37 grados a la sombra y en invierno podían sobrepasar los 28 grados. Por eso mismo, la cerveza se tomaba con más frecuencia que el agua, y muchos, parcialmente como broma, y Sócrates incluido, decían que la mejor forma de mantenerse hidratado era tomando cerveza de sol a sol. Su alcoholismo no fue un secreto para su familia. De hecho, su hermano Raimundo creía que la bebida era un remedio para la introspección y timidez de Sócrates. Casi un antidepresivo.
El alcohol, más que transformarlo, solo acentuaba su carácter y derribaba sus inhibiciones, incluida su rebeldía inherente. Se cuenta que un día, llegando a entrenar con su habitual cara de resaca, el director lo llamó a viva voz frente a todos para conversar en privado en su oficina. Él le contestó que no tenía que ir a ninguna oficina a conversar, que él era un hombre adulto y que el compromiso que tenía con el club era desde las paredes del estadio hacia afuera, que lo que él hiciera fuera del estadio era su vida, que la dirección sabía en qué consistía el trato que había entre ellos y que si no les gustaba, él dejaría de jugar. Que lo que tenía él con el club era una relación de trabajo y no de esclavitud, y que no estaba dispuesto a anteponer los intereses de la compañía a los suyos, por mucho que le gustara defender al Botafogo. El director no tuvo respuesta y esa conversación, finalmente, nunca sucedió. Sócrates se refugió en su buen rendimiento y lo importante que era su presencia para los resultados del club -era la estrella del equipo, habiendo bebido o no-. Esto se conjugó con una cultura permisiva y un fútbol todavía no tan físico (que, por tanto, no hacía tan importantes los entrenamientos) para permitirle a Sócrates -y a muchos otros jugadores de la época- compatibilizar el deporte de alto nivel con ingestas de alcohol y trasnoche de alto nivel.
Era cosa de tiempo para que las ofertas de clubes grandes comenzaron a llegar a Ribeirão Preto. Le ofrecían más dinero, más vitrina y, como todos sabían que estaba estudiando medicina, incluso traslados a hospitales de la capital para continuar con su carrera, e incluso viajar en avión ida y vuelta solo los días de partido. El Botafogo y Sócrates rechazaron todo eso. El club, obviamente, por razones deportivas y económicas. El jugador, en cambio, prefería su ciudad pequeña, su vida familiar estable, sus amigos y poder beber con ellos de vez en cuando. Su tiempo libre. Quizá después, una vez recibido, habría tiempo para evaluar un posible traspaso. Parece evidente, no obstante, que su alta valoración a la tranquilidad -o su baja valoración de las oportunidades económicas- tiene que ver con haber vivido una vida de privilegios. Difícilmente, un mulato pobre podría rechazar ese tipo de ofertas.
La dictadura militar que derrocó al presidente Joao Goulart había comenzado en 1964, cuando Sócrates tenía 10 años. Dentro de las muchas facultades que se atribuyó, además de la tortura, exoneración, asesinato y exilio, estuvo la censura indiscriminada para enaltecer su imagen popular. Uno de los ejemplos más claros es que se referían a su golpe como una revolución, y fue esta palabra la que se repitió una y otra vez en distintos medios para mencionarse a sí mismos. Ese fue el contexto de crecimiento de Sócrates y muchos otros niños de la época, y fue uno de los factores -al que se le debe sumar una inmadurez que quedaba manifiesta con sus actos y responsabilidades familiares para con su hija pequeña que se vio obligado a cumplir- que lo hicieron mantener discursos conservadores y poco pensados durante su juventud. No cualquier tipo de conservadurismo, de hecho: en su primera entrevista fuera del fútbol, cuando tenía 22 años, se declaró a favor de la censura y de la dictadura militar. Apoyaba el control de la información para mantener la gobernabilidad y la imagen pública del gobierno de facto. Era, además, sumamente conservador en lo valórico -estaba en contra de la anticoncepción, por ejemplo-, se oponía a mezclar el deporte y la política y a opinar políticamente en público. Sorprende, entonces, el cambio radical que tuvo su forma de pensar con el pasar de los años.

El fútbol brasileño había sido dominado desde siempre por las ciudades grandes y ricas -los orígenes del fútbol en Brasil se remontan a la última década del siglo XIX-, pero para 1970 el éxito económico de la agricultura en zonas rurales había permitido que otras localidades más periféricas pudieran tener los recursos económicos para atraer y mantener a algunas de las máximas estrellas del país. Esto también confabuló para que Sócrates pudiera tener una mayor vitrina a nivel nacional, pues Botafogo fue uno de los equipos no tradicionales que buscó acercarse al poderío de los equipos grandes, establecidos y -evidentemente- millonarios. Logró, de hecho, ganar el título de Primeiro Turno, otorgado al mejor equipo en la primera mitad del Paulista (Campeonato del estado de São Paulo). Botafogo fue el primer equipo de las provincias en ganar ese título en los 75 años de historia de dicho trofeo, así de desigual era el fútbol brasileño, así de pequeñas eran las posibilidades de los clubes del interior para competir con los de la metrópolis.
Sócrates consideraba que su mejor fútbol lo jugó en Botafogo, pues solo dependía de su técnica para sobresalir: todavía no era un jugador reconocido y, por tanto, carecía de esa aura que tienen los grandes jugadores consagrados. Por lo mismo, pensó que estaba listo para cumplir uno de sus sueños: jugar por la selección de Brasil. Pese a lo que él pudiera creer o a sus opiniones políticas en aquella época, era considerado como un rebelde por las dirigencias del fútbol brasileño -su estilo de vida y trato especial por parte de Botafogo no ayudaban a quitarse ese mote-, y durante la dictadura militar, los seleccionados deportivos eran vistos como un espacio marcial donde las jerarquías y seguir órdenes era si no vital, al menos importante. La prensa paulista lo tenía bien considerado -no por nada había sido goleador del campeonato estadual-, pero era prácticamente un desconocido fuera del estado de São Paulo y, por esto mismo, no fue considerado para representar a Brasil en el mundial de Argentina.
Sabía que tenía que hacerse conocido para poder jugar por Brasil, y sabía que, para esto, tenía que irse a un club más grande.
Esta entrada es la tercera parte de una serie de publicaciones que recorren la biografía de Sócrates. La cuarta parte puede ser leída en https://revistaobdulio.org/2019/01/22/socrates-brasileiro-sampaio-de-souza-vieira-de-oliveira-parte-iv/