
Una vez más, el dinero se confabula para quitarnos algo nuestro. Esta vez le tocó a la Copa Libertadores.
¡Qué convenientes fueron los desmanes! ¡Y para qué hablar del horrendo operativo policial! Llevar al bus del equipo sin ninguna protección por una calle llena de hinchas rivales no se hace en ninguna parte del mundo. No, ninguna. En todas partes -Europa incluida, obviamente- pasan estas cosas. Los operativos de seguridad existen y se han perfeccionado por esta razón. Y, claro, ahora toca llevarse la final, el partido del siglo, a tierras europeas. A España, ni más ni menos. Para qué vamos a hablar del contrasentido de que la Copa Libertadores de América se juegue en el país colonizador. Una más de la que se adueña el primer mundo, porque no les bastan las carreteras, compañías telefónicas, electricidad, agua…
No vamos a referirnos a las causas de la violencia porque no vienen al caso. Tampoco tratar de aislar al fútbol de esa violencia que impera en el resto de la sociedad porque sería miope pensar que puede resolverse solo la violencia relacionada a los eventos deportivos cuando quienes la ejercen son parte de muchos otros círculos violentos. No. La violencia existe en muchos ámbitos y sabemos que la represión no es la forma para reducirla. También sabemos que es imposible eliminarla por completo, pero que podemos mitigar sus alcances atacando las causas estructurales. No, no es la violencia lo importante o el motivo de esta columna. Es el uso que se le da a dicha violencia, tanto de las autoridades como de los medios. Si se tratara con la altura de miras que requiere un problema multifactorial; si se identificaran sus raíces y la mejor forma de tratar no los síntomas, sino las causas; si se entendiera que la sensación de agresividad, que la proyección de peligro es principalmente un problema de voluntad política y del trato de noticias de los medios. Política, porque va desde los temas de fondo y largo plazo hasta la organización de un miserable partido. De medios, porque te dicen toda la semana, también, que el partido es de vida o muerte y que hay que matar y van a buscar la cuña donde el ídolo dice que se mata o se muere. Todos tenemos responsabilidad, todos contribuimos un poco. Esto, claro, sin querer diluir las responsabilidades, porque algunos contribuimos un poco, pero otros mucho más. Identificando las conductas más que a las personas responsables de ellas tal vez lograríamos entender realmente las dimensiones del problema. También entenderíamos, quizá, lo que causa dicho problema: nuestra pérdida de derechos por, en el mejor de los casos, mala praxis. Y lograríamos, tal vez, que entendieran que la plata, finalmente, no debe comprar ni esos derechos ni nuestros espacios.

Pero no, vivimos en una sociedad donde todo es transable, y mejor si me llega a mí una tajada. Se acaba la final de Libertadores de ida y vuelta para hacerla a partido único, igual que en Europa, porque claro que queremos ser Europa, o eso al menos nos dicen los que sí se quieren parecer. Quedaba lindo que el fin de esa tradición llegara con un Boca River, el partido del siglo, de siempre. Y nuestro. Pero al final, ¿qué pasa? Pasa que la mandan afuera como un espectáculo exótico más, como un circo. Porque a ellos allá no les basta con tener lo suyo, necesitan más. Los de arriba siempre necesitan tener otro poco. Además, ¿para qué vivir el fútbol como lo vivimos nosotros y entre nosotros? ¿Qué valor -monetario, obviamente- le podemos dar a eso? ¿Es el mejor negocio? Cambiamos el formato y empezamos de a poco a mover los horarios y sedes. En principio, que se arreglen estadios -y le hacen los trabajos a nuestras empresas constructuras, de paso, como en el mundial de Sudáfrica-. Después, acomodamos un poco la calendarización, qué importa jugar en diciembre a las 12 de la tarde bajo el sol de Buenos Aires si lo pueden ver en China en horario prime. Después, bueno, nos la llevamos directo allá, total, todo para adentro, vendemos derechos televisivos a los mercados gigantes, mira tremendo negocio, además la vendemos como que todo el mundo va a estar viendo cómo se hacen las cosas acá, qué orgullo, les digo mientras me acomodo los billetes en el bolsillo del pantalón. ¿Y los hinchas, los socios, la gente que hace los clubes desde los territorios? ¿Y el club? Que la vean por la tele, como todos.